CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

¡Bienvenidos hermanos!
Este sitio ha sido creado para dar honor y gloria a Dios e información relevante que fortalecerá nuestra Fe Cristiana al develar la incógnita que convirtió en un misterio la personalidad del hombre juzgado por la historia, como el Traidor más grande de todos los tiempos.

sábado, 25 de febrero de 2012

20 EN AGUAS HERMOSAS


Es una fría mañana de principios de Noviembre. Jesús y Lázaro están conversando en el jardín de la casa de Betania.

            Lázaro dice:

-                 ¿A qué debo la alegría de tenerte?

            Jesús contesta:

-                 Al odio de los sanedristas.

-                 ¿Te han hecho daño? ¿Otra vez?

-                 No. Me lo quieren hacer. Pero todavía no es la Hora. Hasta que no haya arado toda la Palestina y esparcido la semilla, no seré abatido.

-                 Te mandé decir con Nicodemo que te fueses a una de mis posesiones. Nadie se atreve  a violarlas. Allí podrás hacer tu ministerio sin molestias. Dame la alegría de serte útil, Maestro mío.

-                 Lo ves. Ya te la estoy dando. Pero no puedo permanecer en Jerusalén. Voy hacia Efraín; entre este lugar y el Jordán. Allá evangelizaré y bautizaré como el Bautista.

-                 En la campiña de aquella región, tengo una casita. Sirve para los arneses y utensilios de los trabajadores. Algunas veces duermen allí, cuando llega el tiempo de la cosecha. Es muy pobre, pero está dentro de mis tierras. Y se sabe. Será como un espantapájaros para esos chacales. Acepta, Señor. Mandaré siervos a que la preparen.

-                 No es necesario. Si ahí duermen tus campesinos; será suficiente para nosotros.

-                 No pondré riquezas. Sólo completaré lo necesario. Viene el Invierno. Déjame hacerlo. Ni siquiera lo haré yo mismo. Pediré a Martha que lo ordene. Ella tiene el genio práctico y exquisito. Ha sido hecha para la casa y para ser consuelo de los cuerpos y de los corazones que en ella viven.

            Lázaro llama a su hermana y le dice:

-                 Martha. Jesús se retira a la choza de Aguas Hermosas. El suelo es fértil. La casa es un redil. Pero Él quiere una casa de pobres, da órdenes. Tú que eres inigualable para esto.

            Y Lázaro besa la mano de su hermana que lo acaricia con verdadero amor de madre.

Y dice:

-                       Voy al punto. Me llevo a Maximino y a Marcela. Los hombres del carro nos ayudarán a arreglar todo. bendíceme Maestro y así llevaré algo tuyo.

            Jesús la bendice y Martha se va.

          Lázaro dice:

-                 ¿Sabías Maestro que hoy está por estas campiñas Isaac con los demás pastores? Tienen sus rebaños pastando en mis tierras de la llanura; porque querían estar un poco juntos y yo les di permiso. Los estoy esperando porque los invité a comer aquí, todo el tiempo que quieran.

            Jesús dice:

-                 Me da gusto. Les daré instrucciones.

-                 Sí. Para que podamos estar en contacto. Alguna vez vendrás pero…

-                 Vendré. Hablé ya con Simón. Y como no es justo que invada tu casa con los discípulos; iré a la casa de Simón.

-                 No, Maestro. ¿Por qué me quieres dar ese dolor?

-                 No preguntes, Lázaro. Sé que así está bien.

-                 Pero entonces…

-                 Pero entonces estaré siempre en tus posesiones. Lo que aún Simón ignora, Yo lo sé. El que quiso comprar sin mostrarse y sin discutir, con la condición de estar cerca, fue Lázaro de Betania. Fue el hijo de Teófilo, el fiel amigo de Simón Zelote y el gran amigo de Jesús de Nazareth. El que duplicó la suma por Jonás y no lo tomó de los bienes de Simón, para darle la alegría de que pudiese hacer más por el Maestro Pobre y por los pobres del Maestro, es uno que tiene por nombre Lázaro. El que discreto y atento mueve; dirige y ayuda todas las fuerzas buenas para auxiliarme y darme consuelo y protección: es Lázaro de Betania. Yo sé.

-                 ¡Oh! ¡No lo digas! ¡Creí que hacía bien y en secreto!

-                 Para los hombres es secreto. Pero no para Mí. Leo en los corazones. ¿Quieres que te diga porqué tu natural bondad se baña de perfección sobrenatural? Es porque pides un don sobrenatural: pides la salvación de un alma y que seáis santos tú y Martha. Y comprendes que no basta con ser buenos según el mundo; sino que es necesario ser buenos, según las leyes del espíritu, para tener la Gracia de Dios. No escuchaste mis palabras cuando Yo dije: ‘Cuando hagáis el bien, hacedlo en secreto y el Padre os dará una gran recompensa’ Lo hiciste por un impulso natural de bondad y en verdad te digo que el Padre te prepara una recompensa que ni siquiera puedes imaginar.

-                 ¿La redención de María?

-                 Ésta y más. Más todavía.

-                 ¿Qué cosa es más imposible que ésta, Maestro?

            Jesús lo mira y sonríe. Luego dice:

-                 ¡Alegraos! ¡Oh, justos del Señor! el hombre ignora lo que Dios ve. Escribe en los Libros Eternos las promesas y vuestras obras. Y con ellas, vuestros nombres; Príncipes del Siglo Futuro. Triunfadores Eternos con el Mesías del señor.

            Lázaro lo mira estupefacto. Luego dice en voz baja:

-                 ¡Oh! ¡Yo no seré capaz!...

-                 ¿Lo crees? –Jesús tiene una rama flexible de sauce, que ha tomado del césped y dice- ¡Mira! Igual que mi mano dobla fácilmente esta rama, así el Amor doblará tu alma y hará con ella una corona eterna. El Amor es el redentor individual. Quién ama inicia su redención. Lo que falte, lo pondrá el Hijo del hombre.

Días después…

Jesús está con sus discípulos en la casa que está rodeada de campos, viñedos y bosques. Su construcción rústica, comparada con la de Betania, ciertamente es un redil, como dice Lázaro. Pero comparada con las casuchas de los campesinos de Doras; es una habitación muy hermosa. Es un galerón amplio y muy largo. Está construido sólidamente. En un cuarto húmedo; hay una cocina, con una gran chimenea. También hay una mesa grande, sillas, cántaros. Un aparador donde están los platos y las copas. Una puerta grande de madera tosca; proporciona luz, además de ser la entrada.

Sobre la misma pared donde se abre la entrada, hay otras tres puertas que comunican a tres largos camarotes. En dos; están repartidos los lechos que forman los dormitorios. Los muchos ganchos que están en las paredes y que antes servían para colgar los instrumentos agrícolas; ahora sirven de clavijeros para colgar mantos y alforjas. En el tercer camarote que es todavía más grande; en algún tiempo sirvió de establo y ahora está vacío. Afuera hay un gran portal, cuyo techo en verano; extiende las ramas de una vid que ahora no tiene hojas; igual que una higuera gigantesca; que da sombra al estanque que está en el centro de la era y que es abrevadero para los animales. A medio kilómetro se ve otra casa,  en medio del campo. Más hermosa, pues tiene una terraza y está rodeada por bosques de olivos y de otros árboles.

 Pedro, con su hermano Andrés y Juan; trabajan contentos, limpiando la era y los camarotes. Arreglan  los lechos y sacan agua del pozo.

Los primos de Jesús; Santiago y Judas Tadeo, trabajan con el martillo y la lima, en las cerraduras y goznes. Les ayuda Santiago de Zebedeo; segando y cortando con una sierra; como si fuesen los obreros de un astillero.

En la cocina está Tomás. Demostrando que es un buen cocinero. Experto en ver que el fuego y la llama sean justas. En limpiar pronto las verduras que Judas ha traído del poblado cercano y dice:

-                 Hacen el pan, dos veces por semana. Y hoy no hubo pan.

          Pedro le contesta:

-                 Haremos tortas en el fuego. Allí hay harina. Quítate el vestido y amasa. Yo puedo cocerlos.

            Luego ríe con ganas al ver a Judas en la túnica interior, amasando la harina. ¡Y está bien empolvado! Agrega: Lo peor es hoy. Mañana todo será mejor y en primavera, todo será perfecto.

            Judas se paraliza y pregunta asustado:

                        -           ¿En primavera?... ¡¿Estaremos siempre aquí?!

            Jesús contesta:

-                 ¿Por qué no? Es una casa. Si llueve no nos mojamos. Hay agua para beber. No falta fuego. ¿Qué más quieres? Yo me encuentro a mis anchas. Tenemos el río, muy cerca. Y también porque no huelo el hedor de sus fariseos y compañía.

            Andrés pregunta:

-                 Pedro… ¿Vamos a sacar las redes?

            Y se lleva consigo a su hermano, antes de que estalle una disputa entre él y Judas de Keriot.

            Judas exclama:

-           ¡Ese hombre no me puede ver!

            Tomás; que siempre está de buen humor, dice: 

-                 No. Eso no lo puedes decir. Es así con todos. Pero es bueno. Tú eres el que siempre está descontento…

-                 Es que yo me imaginaba otra cosa…

            Santiago de Alfeo dice tranquilo:

-                 Mi primo no te prohíbe ir a las otras cosas. Creo que todos pensábamos en otra cosa al seguirlo. La razón es que tenemos dura la cerviz y mucha soberbia. Jamás ha ocultado el peligro y la fatiga en seguirlo.

            Judas refunfuña entre dientes:

-                 Aparte de todo, hay que trabajar. En el Templo, nadie trabaja. 

Tadeo, que trabaja en un pequeño armario, dice:

-                 Estás equivocado. También te equivocas según las costumbres. Todo Israelita debe trabajar. Y nosotros trabajamos. ¿Tanto te molesta trabajar? Yo no siento nada. Desde que estoy con Él; cualquier fatiga no me pesa. 

            Santiago de Zebedeo confirma: 

-                 Y tampoco extraño nada. Y estoy contento de estar, como si estuviera en familia…

            Judas de Keriot, comenta irónico:

-                 ¡Entonces aquí haremos mucho. ¡

            Tadeo estalla:

-                 Pero, ¿En resumidas cuentas qué quieres? ¿Qué pretendes?  ¿Una corte de sátrapa? ¡No te permito criticar  lo que hace mi primo! ¡¿Entendido?!...

            Santiago de Alfeo lo reprende:

-                 Calla hermano. A Jesús no le gustan estas disputas. Hablemos menos y trabajemos más. Será mejor para  todos. Por otra parte… si Él no logra cambiar los corazones. ¿Puedes esperar hacerlo tú con tus palabras? 

            Judas dice a la defensiva:

-                 El corazón que no cambia es el mío.  ¿Verdad?

       Santiago no le responde. Se mete un clavo entre los labios y empieza a clavar con todas sus fuerzas, los goznes. Haciendo tal ruido; que no se oye el farfullar de Judas. Después de un rato; entran  Isaac, con una bolsa de huevos y una cesta de panes recién horneados. Y Andrés, con una cesta con peces.

            Isaac dice:

-                 Tened. La manda el administrador y dice que si hace falta algo, le den órdenes.

            Tomás dice a Judas:

-                 ¿Ves que de hambre no morimos?  -y añade- ¡Dame el pescado, Andrés! ¡Qué hermosos! Pero, ¿Cómo se hace para prepararlo? Yo no sé…

            Andrés comenta:

-                 Yo sí sé… Soy pescador.

            Y Andrés se va a un rincón de la cocina; a sacarles las entrañas y a limpiarlos. Los peces están coleando.

Tomás añade:

-           El Maestro está por llegar. Recorrió el poblado y la campiña. Curó a un enfermo de los ojos…

            Judas exclama:

-                 ¡Eh! ¡Ya!... yo… todos los pastores… Nosotros dejamos una vida segura y hacemos aquí y allá; pero nada se ha logrado.

       Isaac mira asombrado a Iscariote… pero no dice nada. Los otros lo imitan. Pero por dentro son una caldera.

 
       Jesús aparece en el umbral, sonriente y amable:
-                 ¡La paz sea con vosotros! ¡Qué diligentes! ¡Todos trabajando! ¿Puedo ayudarte, primo?
       Santiago se saca el clavo de su boca y dice:
-                 No. Descansa. Ya terminé.
-                 Tenemos muchos alimentos. Todos nos han dado. Si todos tuviesen el corazón de los humildes… -Jesús lo dice con un dejo de tristeza.
            Pedro entra con una carga de leña sobre su espalda y exclama, saludando a Jesús: 
-                 ¡Oh, Maestro mío! ¡Qué Dios te bendiga!
            Jesús le contesta:
-                 También a ti Pedro, te bendiga el Señor. ¡Habéis trabajado tanto!
-                 Y en las horas libres trabajaremos más. Tenemos una casa en la campiña y hay qué convertirla en un edén. Ya arreglé el pozo, para no perder los cántaros al bajarlos. ¿Ves qué buenos son tus primos? Verdaderamente son capaces. Saben  hacer todas las cosas necesarias; para quien debe vivir en un lugar por largo tiempo. Yo pescador, no lo hubiera sabido. Tomás puede hacerla de cocinero en el Palacio de Herodes. También Judas es bueno. Hizo unas tortas muy buenas.
            Judas exclama enojado:
-                 No sirven para nada. Hay pan.
            Pedro lo mira y espera a que dé una buena respuesta. Pero al ver la actitud de Judas… Sacude la cabeza, mueve las cenizas y pone sobre ellas las tortas.
            Tomás dice riendo:
-                 Dentro de poco, todo estará listo.
            Santiago de Zebedeo pregunta a Jesús: 
-                 ¿Hablarás hoy?
-                 Sí. Entre las once y las tres. Comamos rápido.
            Juan pone el pan sobre la mesa y Tomás trae las verduras cocidas y el pescado frito. Jesús está en el centro. Ofrece y bendice. Distribuye y todos comen con gusto. Y todavía están comiendo cuando en la era se asoman algunas personas. Pedro se levanta y va hacia la puerta:
-                 ¿Qué queréis? 
-                 ¿El Rabí hablará aquí? 
-                 Hablará. Ahora está comiendo, porque también Él es Hombre. Sentaos aquí afuera y esperad.
            El grupo se va hacia el rústico tejaban.
            Pedro dice:
-                 Se acerca el frío y llueve frecuentemente. Estaría bien usar aquella ala vacía. La he limpiado muy bien. El pesebre servirá de banco.
            Judas le contesta:
-                 No digas ironías tontas. El Rabí, es Rabí.
-                 ¿Cuáles ironías? Si nació en un establo… ¡Podrá hablar sobre un pesebre!
            Jesús parece hasta cansado al decir:
-                 Pedro tiene razón. ¡Pero os ruego que os améis!
            Terminan de comer y Jesús sale al punto a donde están esperándole.
Más tarde… cuando ha terminado de hablar y de curar a los enfermos, los discípulos se aglomeran a su alrededor.
Pedro dice:
-                 Ahora que has hecho milagros. ¡Quién sabe cuántos vendrán!
-                 Por eso mañana, vosotros bautizaréis. Yo predicaré y curaré a los enfermos y a los culpables.
            Pedro suplica:
-                 ¿Nosotros, bautizar? ¡Oh! ¡Yo no soy digno! ¡Quítame esta misión, Señor! ¡Yo soy el que tengo necesidad de ser bautizado!
-                 Tú vas a ser el primero en bautizar; desde mañana.
-                 ¡No, Señor! ¿Cómo voy a hacerlo, si estoy más negro que una chimenea? 
            Jesús sonríe ante la sinceridad humilde del apóstol y lo besa en la frente; en el borde de los cabellos grisáceos y despeinados. Y dice:
-                 ¡Mira! Yo te bautizo con un beso. ¿Estás contento?
-                 ¡Cometería al punto otro pecado, para tener otro!
-                 Eso no. No hay que burlarse de Dios, abusando de sus dones.
            Judas dice lentamente:
-                 Y ¿A mí no me das un beso? También yo tengo uno que otro pecado.
            Jesús lo mira atentamente. Su mirada que estaba tan llena de alegría mientras hablaba con Pedro, se nubla con una cansada severidad y dice:
-                 Sí. También a ti. Ven. No Soy injusto con nadie. ¡Sé bueno, Judas! ¡Si tú quisieses!… Eres joven. Toda una vida para ascender, siempre. Hasta la perfección de la santidad.
            Y lo besa. Y los llama a todos para comunicarles con un beso: el Espíritu Santo.
-           Ahora tú, Simón amigo mío. Y tú Mateo; mi victoria. Y tú, sabio Bartolomé. Y tú, Felipe, fiel. Y tú Tomás; el de la pronta voluntad. Ven. Andrés; el del silencio activo. Y tú, Santiago; el del primer encuentro. Y ahora tú; alegría de tu Maestro y tú Judas, compañero de infancia y de juventud. Y tú, Santiago que me recuerdas al Justo; en sus facciones y en su corazón. Recordad que si mi amor es grande; es necesaria también vuestra buena voluntad.  Daréis un paso adelante, en la vida de discípulos míos desde mañana. Y pensad que cada paso adelante es una honra y una obligación.
            Pedro dice:
-                 Maestro. Un día nos dijiste que nos enseñarías a orar. Creo que si orásemos como Tú oras; seremos capaces de ser dignos del trabajo que requieres de nosotros.
-                 Cuando estéis fuertemente formados, os enseñaré la plegaria sublime; para dejaros mi plegaria. Pero también ella no tendrá ningún valor, sí se le dice sólo con la boca. Por ahora levantad el alma y la voluntad hacia Dios. La plegaria es un don que Dios concede. Y que el hombre da a Dios.
            Judas de Keriot dice:
-                 Y ¡Cómo! ¿Todavía no somos dignos de orar? Todo Israel ora…
-                 Sí, Judas. Pero puedes ver por sus obras, cómo ora Israel. No quiero hacer de vosotros traidores. Quién ora externamente y por dentro está en contra del Bien; es un Traidor.
            Judas piensa… Y luego dice:
-                 ¿Y los milagros? ¿Cuándo nos capacitas para que los hagamos?
            Pedro se escandaliza:
-                 ¿Milagros? ¿Nosotros?... ¡Misericordia Eterna!... pero muchacho. ¿Estás loco?
            Judas dice:
-                 ¡Nos lo dijo en Judea!... ¿No es verdad?
            Jesús confirma:
-                 Sí. Es verdad. Lo dije. ¡Y los haréis! Pero mientras haya en vosotros mucha carne; no tendréis milagros.
            Judas declara:
-                 ¡Ayunaremos!
-                 De nada sirve. Por carne entiendo pasiones corrompidas. La Triple concupiscencia. Y detrás de esta pérfida trinidad, la secuela con sus vicios… iguales a los hijos de una unión lujuriosa bígama. La soberbia de la inteligencia engendra; con la avidez de la carne y del poder; todo el mal que hay en el hombre y en el mundo.
            Judas objeta:
-                 Nosotros lo hemos dejado todo por Ti.
-                 Pero no a vosotros mismos.
-                 ¿Entonces debemos morir?
-                 No. No pido vuestra muerte material. Pido que muera en vosotros lo animal y satánico. Y esto no muere, mientras la carne esté satisfecha y haya en vosotros mentira, orgullo, ira, soberbia, gula, avaricia y pereza.
            Bartolomé suspira:
-                 ¡Somos tan frágiles cerca de Ti que eres tan santo!
            El primo Santiago, declara:
-                 Y Él siempre fue santo. Lo podemos afirmar. 
            Juan dice:
-                 Él sabe cómo somos. No debemos perder los ánimos. Lo único que debemos decirle, es: ‘Danos diariamente la fuerza para servirte. Somos débiles y pecadores. Ayúdanos con tu fuerza y tu perdón’. Dios no nos desilusionará y en su Bondad y Justicia; nos perdonará y purificará de la iniquidad de nuestros pobres corazones.
-                     Eres bienaventurado, Juan. Porque la verdad habla en tus labios, que tienen perfume de inocencia. –dice Jesús, acercándose al rincón en donde está el joven apóstol y atrayéndolo hacia Él.



viernes, 24 de febrero de 2012

19 EXPULSADO DEL TEMPLO




En el interior del Templo. Jesús está con los suyos, muy cerca del Lugar Santo, a donde sólo pueden entrar los sacerdotes. Es un hermoso Patio, en donde oran los israelitas y donde solo los hombres pueden entrar. Es la hora temprana de un día nublado de Noviembre, en una tarde que desciende.

Un vocerío en que se oye la voz estentórea y preocupada de un hombre que en latín dice blasfemias; se mezcla con las altas y chillonas de los hebreos. Es como la confusión de una lucha. Se oye una voz femenina que grita:

-                 ¡Oh! ¡Dejadlo que pase! ¡Él dice que lo salvará!

          El recogimiento del suntuoso Santuario, se interrumpe. Hacia el lugar de donde provienen los gritos, muchas cabezas se vuelven. Y también Judas de Keriot que está con los discípulos, la vuelve. Como es muy alto; ve y dice:

-                 ¡Es un soldado romano que lucha por entrar! ¡Está violando el lugar sagrado! ¡Horror!

            Y muchos le hacen eco.

            El romano grita:

-                 ¡Dejadme pasar, perros judíos! Aquí está Jesús. ¡Lo sé! ¡Lo quiero a Él! ¡No sé qué hacer con vuestras estúpidas piedras! El niño está muriendo y Él lo salvará. ¡Apartaos, bestias hipócritas! ¡Hienas!

            Jesús, tan pronto como comprende que lo buscan a Él; al punto se dirige al Pórtico bajo el cual se oye la confusión. Cuando llega a él, grita:

-                 ¡Paz y respeto al lugar y a la hora de la Oferta!

            El soldado contesta:

-                 ¡Oh! ¡Jesús, salve! Soy Alejandro. ¡Largo de aquí perros!

            Y Jesús, con voz tranquila dice:

-                 Haceos a un lado. Llevaré a otra parte al pagano que no sabe lo que significa para nosotros este lugar.

            El círculo se abre y Jesús llega a donde está el soldado que tiene la coraza ensangrentada. Jesús, al verlo le dice:

-                 ¿Estás herido? Ven. Aquí no podemos estar.

            Y lo conduce a través de los pórticos, hasta el Patio de los Gentiles. 

            Alejandro le explica:

-                 Yo no estoy herido. Es un niño… mi caballo cerca de la Torre Antonia, no obedeció el freno y lo atropelló. Le abrió la cabeza de una patada. Prócoro, nuestro médico dijo: ‘No hay nada que hacer’. Yo no tengo la culpa. Pero me sucedió a mí y su madre está desesperada. Como te vi pasar y sabía que venías aquí… pensé…’Prócoro no puede. Pero Él, sí’ y le dije: ‘Vamos mujer. Jesús lo curará.’ Pero me detuvieron estos locos. Y tal vez el niño ya está muerto.

            Jesús pregunta:

-                 ¿Dónde está?

-                 Debajo de aquel pórtico. En los brazos de su madre.

-                 Vamos.

        Y Jesús casi corre, seguido por los suyos y por la gente curiosa. En las gradas que dividen el pórtico; apoyada en una columna está una mujer deshecha, que llora por su hijo que está boqueando. El niño tiene el color ceniciento. Los labios morados, semiabiertos, cosa característica en los que han recibido un golpe en el cerebro. Tiene una venda en la cabeza. Sangre por la nuca y por la frente. 

            Alejandro advierte:

-                 La cabeza está abierta por delante y por detrás. Se ve el cerebro. A esta edad es tierno y el caballo, además de fuerte; tiene herraduras nuevas.

            Jesús está cerca de la mujer que no dice una palabra; aturdida por el dolor, ante su hijo que está agonizando. Le pone la mano sobre la cabeza y le dice con infinita dulzura:

-                 No llores, mujer. Ten fe. Dame a tu hijo.

La mujer  mira atontada, la multitud maldice a los romanos y compadece al niño y a la madre. Alejandro se encuentra atrapado entre la ira por las acusaciones injustas, la piedad y la esperanza.

Jesús se sienta junto a la mujer que es obvio que no reacciona. Se inclina, toma entre sus manos la cabeza herida. Se inclina sobre la carita color de cera. Le da respiración de boca a boca. Pasa un momento. Después se ve una sonrisa, que se percibe entre los cabellos que le han caído por delante. Se endereza. El niño abre los ojitos e intenta sentarse. La madre teme, pensando que sea el último estertor y grita aterrorizada, estrechándolo contra su corazón.

          Jesús le indica:

-                 Déjalo que camine, mujer. –extiende sus brazos con una sonrisa e invita- Niño, ven a Mí. -El niño, sin miedo alguno, se arroja en ellos y llora, no como si algo le doliera; sino por el miedo al recuerdo de algo acaecido. Jesús le asegura- Ya no está el caballo. No está. ¿Ves? Ya pasó todo. ¿Todavía te duele aquí?

            El niño se abraza a Él y grita:

-                 ¡No! ¡Pero tengo miedo! ¡Tengo miedo!

            Jesús dice con calma:

-                 ¿Lo ves, mujer? ¡No es más que miedo! Ya pasará. Traedme agua. La sangre y las vendas lo impresionan. –ordena a su Predilecto-  Juan, dame una manzana. –después de recibirla, agrega- Toma, pequeñuelo. Come. Está sabrosa.

            El niño la muerde con deleite. El soldado Alejandro trae agua en el yelmo. Al ver que Jesús trata de quitar la venda… grita:

-                 ¡No! ¡Volverá a sangrar!

            La madre exclama al mismo tiempo:

-                 ¡La cabeza está abierta!

            Jesús sonríe y quita la venda. Una, dos, tres; ocho vueltas. Retira los hilos ensangrentados. Desde la mitad de la frente hasta la nuca. En la parte derecha no hay más que un solo coágulo de sangre fresca en la cabellera del niño. Jesús moja una venda y lava.

            Alejandro insiste:

-                 Pero debajo está la herida. Si quitas el coágulo; volverá a sangrar.

            La madre se tapa los ojos para no ver. Jesús lava, lava y lava. El coágulo se deshace. Ahora aparecen los cabellos limpios. Están húmedos, pero ya no hay herida. También la frente está bien. Tan sólo queda la señal roja de la cicatriz.

La gente grita de admiración. La mujer se atreve a mirar. Y cuando ve… no se detiene más. Se arroja sobre Jesús y lo abraza junto con el niño. Y llora de alegría y de agradecimiento. Jesús tolera esas expansiones y esas lágrimas.

            Alejandro dice:

-                 Te agradezco, Jesús. Me dolía haber matado a un inocente.

-                 Tuviste bondad y confianza. Adiós, Alejandro. Regresa a tu puesto.

            Alejandro está para irse; cuando llegan como un ciclón, oficiales del Templo y sacerdotes.

El sacerdote que dirige le dice a Jesús:

-                 El Sumo Sacerdote te intima a Ti y al pagano profanador por nuestro medio, para que pronto salgas del Templo. Habéis turbado la Oferta del Incienso. Éste entró en el lugar de Israel. No es la primera vez que por tu causa hay confusión en el Templo. El Sumo Sacerdote y con él, los ancianos de turno, te ordenan que no vuelvas a poner los pies aquí dentro. ¡Vete! Y quédate con tus paganos.

            Alejandro; herido por el desprecio con el que los sacerdotes han dicho: ‘Paganos’, responde:

-                 Nosotros no somos perros. Él dice que hay un solo Dios, Creador de los judíos y de los romanos. Si ésta es su Casa y Él me creó; puedo entrar también yo.

            Mientras tanto Jesús ha besado y entregado el niño a su madre. Se pone de pie y dice:

-                 ¡Calla, Alejandro! Yo hablo. –agrega mirando al que lo arroja- nadie puede prohibir a un fiel. A un verdadero israelita al que de ningún modo se le puede acusar de pecado, de orar junto al Santo.

            El sacerdote encargado le increpa:

-                 Pero de explicar en el Templo la Ley, sí. Te has arrogado un derecho y ni siquiera lo has pedido. ¿Quién eres? ¡Quién eres! ¿Quién te conoce? ¿Cómo te atreves a usurpar un nombre y un puesto que no es tuyo?

            ¡Jesús los mira con unos ojos!... Luego dice:

-                 ¡Judas de Keriot! ¡Ven aquí!

            A Judas no parece gustarle que lo llame. Había tratado de eclipsarse en cuanto llegaron los sacerdotes y los oficiales del Templo. Más tiene que obedecer, porque Pedro y Tadeo, lo empujan hacia delante. Jesús dice:

-                 Responde, Judas. Y vosotros miradlo. ¿Le conocéis?... es del Templo… ¿Le conocéis?

            A su pesar, tienen que reconocer que sí.

Jesús mira fijamente a Judas y le dice:

-                 Judas, ¿Qué te pedí que hicieses, cuando hablé aquí por primera vez? Y di también de qué te extrañaste y qué cosa dije al ver tu admiración. Habla y sé franco.

            Judas está como cortado y habla con timidez:

-                 Me dijo: ‘Llama al oficial de turno para que pueda pedirle permiso de enseñar’ y dio su Nombre y prueba de su personalidad y de su tribu… y me admiré de ello, como de una formalidad inútil, porque se dice el Mesías y Él me dijo: ‘Es necesario. Y cuando llegue mi hora recuerda que no he faltado al respeto al Templo; ni a sus oficiales.’ Ciertamente así dijo. Y debo decirlo por honor a la verdad.
            Después de la segunda frase; con uno de esos gestos bruscos tan suyos y desconcertantes; ha tomado confianza y la última frase la dice con cierta arrogancia.

Un sacerdote le reprocha:

-                 Me causa admiración que lo defiendas. Has traicionado la confianza que depositamos en ti.

            Judas exclama iracundo:

-                 ¡No he traicionado a nadie! ¡Cuántos de vosotros sois del Bautista!... Y… ¿Por eso sois traidores? Yo soy del Mesías y eso es todo.

            Otro sacerdote replica con desprecio:

-                 Con todo y eso. Éste no debe hablar aquí. Que venga como fiel. Es mucho para uno que se hace amigo de paganos; meretrices y publicanos…

            Jesús interviene enérgica pero tranquilamente:

-                 Respondedme a Mí entonces. ¿Quiénes son los ancianos de turno?

-                 Doras y Félix, judíos. Joaquín de Cafarnaúm y José Itureo.

-                 Entiendo. Vámonos. Decid a los tres acusadores; porque el Itureo no ha podido acusar, que el Templo no es todo Israel e Israel no es todo el mundo. Que la baba de los reptiles aunque sea mucha y venenosísima; no aplastará la Voz de Dios. Ni su veneno paralizará mi caminar entre los hombres, hasta que no sea la Hora.

            Jesús se pone sobre los hombros su manto oscuro y sale en medio de los suyos. Afuera del recinto del Templo; Alejandro, que ha sido testigo de la disputa; cuando llegan cerca de la Torre Antonia, le dice:

-                 Lo lamento mucho. Que te vaya bien, Maestro. Y te pido perdón por haber sido la causa del pleito contra Ti.

-                 ¡Oh, no te preocupes! Buscaban un pretexto y lo encontraron. Si no eras tú; hubiera sido otro… Vosotros en Roma, celebráis juegos en el Circo, con fieras y serpientes. ¿No es verdad?

            Alejandro asiente con la cabeza y sin palabras.

-                 Pues bien. Te digo que no hay fiera más cruel y engañosa, que el hombre que quiere matar a otro.

-                 Y yo te digo que al servicio del César, he recorrido todas las regiones de Roma. Pero entre los miles y miles de súbditos suyos; jamás he encontrado uno más Divino que Tú. ¡Ni siquiera nuestros dioses son divinos como Tú! Vengativos, crueles, pendencieros, mentirosos… Tú Eres Bueno. Tú verdaderamente Eres el Hombre. Que te conserves bien, Maestro.

-                 Adiós Alejandro. Prosigue en la Luz.

Alejandro se queda en la Torre Antonia y Jesús y los suyos siguen su camino…



Por la noche, Jesús está cenando con sus discípulos en la casita del olivar. Intercambian comentarios de lo sucedido durante el día y de la curación de un leproso, cerca de los sepulcros de Betfagé.

            Bartolomé, dice:

-                 Había un centurión romano que observaba y me preguntó desde su caballo: ‘El Hombre a quién sigues, ¿Hace frecuentemente cosas similares? Y yo le dije que sí.  Y él me dijo:

-                 Entonces es más grande que Esculapio y será más rico que Creso.

-                 Será siempre pobre según el mundo; porque no recibe, sino que da. Y lo único que busca es llevar almas al conocimiento del Dios Verdadero.

            El centurión me miró con tamaños ojos, lleno de admiración. Espoleó su caballo y partió al galope.

            Tomás agrega:

-                 Había también una mujer romana en la litera. Tenía las cortinas corridas y ojeaba por ellas. Yo la vi.

            Juan confirma:

-                 Sí. Estaba cerca de la curva alta del camino. Había dado órdenes de detenerse cuando el leproso gritó: ‘¡Hijo de David, ten piedad de mí!’ Entonces recorrió la cortina y yo vi que te miró a través de una lente preciosa y se rió con ironía. Pero cuando vio que Tú, sólo con tu Palabra la habías curado; me llamó y me preguntó: ‘Pero, ¿Ése es el que dicen que es el verdadero Mesías?’ respondí que sí. ‘¿Y es verdaderamente Bueno?’ Volví a decir que sí. ‘¿Estás tú con Él?’ Sí.

            Pedro y Judas preguntan al mismo tiempo: 

-                 ¡Entonces la viste! ¿Cómo era?

-                 Pues… una mujer.

            Pedro ríe:

-                 ¡Qué descubrimiento!

            Iscariote insiste:

-                 ¿Era bella? ¿Joven? ¿Rica?

-                 Sí. Me parece que era joven y también hermosa. Pero yo estaba mirando más bien a Jesús que a ella. Quería cerciorarme, cuando el Maestro se pusiera en camino.

            Judas dice entre dientes:

-                 ¡Estúpido!

            Santiago de Zebedeo lo defiende:

-                 ¿Por qué? Mi hermano no es un libertino en busca de aventuras. Respondió por educación y no faltó a su primera cualidad.

            Judas pregunta:

-                 ¿Cuál?

-                 La del discípulo que ama tan solo a su Maestro.

            Judas irritado, inclina la cabeza.

            Felipe dice:

-                 Y luego… no es muy bueno que lo vean a uno hablar con los romanos. Ya nos andan acusando de que somos galileos. Y por eso, menos puros que los judíos. Esto por nacimiento. También nos acusan de detenernos en Tiberíades con demasiada frecuencia. Lugar de cita de los gentiles, sirios, fenicios… y… ¡Oh! ¡De cuantas cosas nos acusan!

            Jesús, que hasta ahora había permanecido callado; dice:

-                 Eres bueno, Felipe. Y pones un velo en la dureza de la verdad que dices. Porque sin velo, es ésta: ¡De cuantas cosas me acusan!

            Iscariote corrobora:

-                 En el fondo no están del todo equivocados. Demasiado contacto con los paganos. 

            Jesús pregunta:

-                 ¿Tienes tan solo por paganos a los que no tienen la Ley Mosaica?

-                 ¿Y cuáles otros podrían ser?

-                 Judas… ¿Puedes jurar por nuestro Dios, que no tienes paganismo en el corazón? ¿Puedes  jurar que no lo tengan los israelitas más sobresalientes?

-                 Maestro, de los otros no lo sé. De mí… Puedo jurar.

-                 ¿Qué cosa es para ti, el paganismo, según tu manera de pensar?

Judas replica con vehemencia:          

-                 Seguir a una religión que no es la verdadera. Adorar a otros dioses.

-                 ¿Y cuáles son?

-                 Los dioses de Grecia, Roma y de los egipcios. En una palabra; los dioses de mil nombres y de seres que no existen; pero que según los paganos, llenan sus olimpos.

-                 ¿Y ningún otro dios existe? ¿Sólo los olímpicos? 

-                 ¿Y Cuáles otros? ¿Acaso no son ya demasiados?

-         Demasiados. Sí. Demasiados. Pero hay otros. Y a ellos, cada hombre les quema  incienso en los altares de su corazón. También los sacerdotes; escribas, rabíes, saduceos y herodianos. Todos los de Israel. ¿No es verdad? No sólo ellos; sino que hasta mis discípulos, lo hacen.

            Todos replican vivamente:

-                 ¡Ah! ¡Eso, no!

            Jesús los mira a todos y dice:

-                 ¿No?... Amigos… ¿Quién de vosotros, no tiene un culto, o muchos cultos secretos? Uno, tiene la belleza y la elegancia. El otro, el orgullo de su saber. Otro, inciensa la esperanza de llegar a ser humanamente grande. Otro… adora todavía a la mujer. Otro; el dinero. Otro se postra delante de su saber. Y habrá quién; con un egoísmo monstruoso, se adorará a sí mismo; en un auto idolatría, infernal.  ¿De verdad queréis saber cuál es el ídolo que adoráis?... Responderos a vosotros mismos: ‘¿En qué pienso cuando me levanto por las mañanas? ¿En qué pienso a lo largo del día? ¿En qué pienso, cuando me acuesto a descansar? ¿En qué pienso todos los días? ¡Los siete días, de la semana! ¿A QUIÉN LE ESTOY DEDICANDO MI VIDA?...  La respuesta… ¡Es el nombre del ídolo de vuestro corazón! A quién le hemos entregado el dominio de nuestros pensamientos; es el nombre del ídolo al cual adoramos. Y así sucesivamente… en verdad os digo que no hay hombre que no esté manchado de idolatría. ¡¿Cómo entonces se puede desdeñar a los paganos?! Que lo son por desgracia; mientras que estando uno con el Dios Verdadero; permanece pagano por su voluntad...

            Muchos exclaman al mismo tiempo:

-                 Pero somos humanos, Maestro.

-                 Es verdad. Entonces tened caridad para con los otros. Porque Yo la he tenido para todos. Y para eso he venido y vosotros no valéis más que Yo.

            Judas objeta:

-                 Pero entretanto nos acusan y a tu misión le ponen trabas.

-                 Eso no importa. Seguiré adelante.

            Pedro, dice:

-                 A propósito de mujeres… desde que hablaste en Betania la primera vez; después de tu regreso a Judea; hay una mujer velada que siempre nos sigue. Y la veo que te escucha detrás de un árbol o procurando pasar desapercibida, porque no habla con nadie. Ahora  la vi tres veces en Jerusalén. Hoy le pregunté: ¿Necesitas algo? ¿Estás enferma? ¿Quieres una limosna…? Y siempre negó con la cabeza.

            Juan dice:

-                 A mí me dijo un día: ‘¿En dónde vive Jesús?’ y le contesté: ‘En Get-Sammi’ 

            Judas de Keriot exclama iracundo:

-                 ¡Valiente bobo! ¡No debiste hacerlo! Debías haber dicho: ‘¡Descúbrete! ¡Hazte conocer y te lo diré!

            Juan pregunta sencilla e inocentemente:

-                 Pero… ¿Desde cuándo exigimos esas cosas?

            Judas explica con impaciencia:

-                 A los otros se les puede ver. Ella está cubierta completamente con el velo. O es una espía o una leprosa. No debe seguirnos y enterarse. Si es espía, es para hacer el mal. Tal vez el Sanedrín le paga por esto…

            Pedro pregunta:

-                 ¡Ah! ¿El Sanedrín usa estos medios? ¿Estás seguro?

-                 Segurísimo. Estuve en el Templo y lo sé.

            Pedro comenta:

-           ¡Qué belleza! Esto viene como anillo al dedo a lo que acaba de decir el Maestro…

            Judas se pone rojo de ira e increpa:

-                 ¿Qué?

-                 Que también hay sacerdotes paganos.

-                 ¿Qué tiene que ver esto con pagar a una espía?

-                 ¡Qué si tiene!... ¿Por qué pagan? Para aplastar al Mesías y triunfar ellos. Se ponen pues en el altar con sus puercas almas, bajo sus limpísimos vestidos. –responde Pedro convencido, con su buen juicio de iliterato.

            Judas concluye:

-                 Bien. En resumidas cuentas, esa mujer es un peligro para nosotros o para la gente. Para la gente, si es leprosa. Para nosotros, si es espía.

            Pedro replica:

-                 Esto es: Para Él, en caso de que así fuese.

-                 Pero si cae Él; nosotros también caemos.

-                 ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! –ríe Pedro y concluye- Y si cae uno, el ídolo se rompe en pedazos. Y se pierde el tiempo, estima y tal vez hasta el pellejo. Y entonces… ¡Ah! ¡Ah!... entonces es mejor tratar de que no caiga… o retirarnos a tiempo…. ¿Verdad? Yo al revés. ¡Mira! –Pedro abraza estrechamente a Jesús y agrega- Lo abrazo con todas mis fuerzas. Si cae pisoteado por los traidores de Dios, quiero caer con Él.

            Juan dice muy triste:

-                 No pensaba que había hecho tanto mal, Maestro. Pégame. Maltrátame. Pero sálvate. ¡Ay de mí, si yo fuera la causa de tu muerte!... ¡Oh!... ¡Jamás volvería a tener paz! Me quedaría ciego de tanto llorar. ¿Qué he hecho? ¡Judas tiene razón! ¡Soy un tonto!…

            Jesús interviene:

-                 No Juan. No lo eres e hiciste bien. Déjala que venga siempre. Respetad su velo. Puede ser que lo use como medio entre el pecado y la sed de redimirse. ¿Tenéis idea de qué causa ese llanto y ese pudor? Dijiste Juan; hijo de corazón de niño bueno, que un llanto continuo surcaría tu rostro si fueses causa de un mal mío. Pero piensa que tan solo después de una redención completa; un alma puede rehacer una nueva belleza, santa y más perfecta que se muestra sobre el rostro en el que resplandece el Perdón de Dios.

-                 ¿Entonces no hice mal?

-                 No. Ni tampoco Pedro. ¡Dejadla! Y ahora cada uno vaya a descansar. Me quedo con Juan y Simón; a los que debo hablar. Podéis iros.

            Los discípulos se retiran.

            Jesús pregunta:

-                 ¿Dijiste Simón, que Lázaro envió a Maximino cuando ya estaba cerca de la Torre Antonia?... ¿Qué quería?...

-                 Quería decirte que Nicodemo estaba en su casa y que deseaba hablarte en privado. Me permití decir: ‘Que venga. El Maestro lo espera esta noche’ no tienes sino la noche para estar solo; ¿Hice mal?

-                 Hiciste bien. Juan, ve a esperarlo.

            Se quedan solos Simón y Jesús; el cual está pensativo.

Simón respeta su silencio; pero de pronto lo rompe Jesús. Como si terminase de hablar consigo mismo y dice:

-                 Sí. Está bien hacer así. Isaac, Elías y los demás bastan para tener viva la Idea, que ya se afirma entre los buenos y entre los humildes. Para los potentes hay otras levas… están Lázaro, Cusa, José y otros… pero los poderosos no me quieren. Temen y tiemblan por su poder. Me iré lejos de este corazón judío; que es siempre más hostil al Mesías.

            Simón pregunta:

-                 ¿Regresamos a Galilea?

-                 No. Pero iremos lejos de Jerusalén. Aquí, todo sirve para acusarme. Me retiro y por segunda vez…

            Juan lo interrumpe al entrar diciendo:

-                 ¡Maestro! ¡Aquí está Nicodemo!

Después de los saludos, Simón toma a Juan y salen de la cocina, dejándolos solos a los dos.

            Nicodemo dice a Jesús:

-                 Maestro. Perdona si quise hablarte en secreto. Desconfío de muchos por Ti y por mí. No todo es vileza mía. También prudencia y deseo de ayudarte. Más que si abiertamente te perteneciese. Tienes muchos enemigos. Soy uno de los pocos que te admiran. Pedí consejo a Lázaro. Éste es poderoso de nacimiento y lo temen porque goza del favor de Roma. Es justo. A los ojos de Dios, es sabio por madurez de ingenio y de cultura. Es en verdad amigo verdadero tuyo y mío. Por eso quise hablar con él. Y estoy contento de que él piense de la misma manera. Le platiqué de las últimas discusiones que tuvo el Sanedrín respecto a Ti.

-                 Las últimas acusaciones. Di la verdad como es.

-                 Las últimas acusaciones. Sí, Maestro. Estaba a punto de decir que soy uno de los tuyos; pero José, que estaba cerca de mí me susurró: ‘¡Cállate! Ocultemos nuestro modo de pensar. Luego te diré’ Y a la salida me dijo: ‘Es mejor así. Si saben que somos discípulos; nos tendrán a oscuras de cuanto piensen y decidan. Y pueden dañarle y dañarnos. Como sencillos admiradores de Él; no nos tendrán secretos’ Comprendí que tenía razón. ¡Son muchos!... ¡Y malos! También yo tengo mis intereses y mis obligaciones. Lo mismo que José… ¿Comprendes, Maestro? 

-                 No os reprocho nada. Antes de que tú llegases, decía esto a Simón. Y he determinado alejarme también de Jerusalén.

-                 ¡Nos odias porque no te amamos!

-                 ¡No! ¡No odio ni siquiera a los enemigos!

-                 Tú lo dices. Pero es así. ¡Tienes razón! ¡Pero para mí y para José es un gran dolor! ¿Y Lázaro? ¿Qué dirá Lázaro que precisamente hoy ha decidido que te dijera que dejases este lugar, para ir a una de sus propiedades en Sión? ¿Sabes? ¡Lázaro es muy rico! Gran parte de la ciudad es suya y tiene muchas propiedades en Palestina. Y lo que más vale: una oculta pero muy poderosa amistad con Roma. Herencia también de su padre, cuando fue gobernador de Siria.

-                 No. Me retiro. Quién me quiere, vendrá a Mí.

            Nicodemo dice preocupado:

-                 ¿Te vas por lo que te he dicho?

-                 No. Espera. ¡Persuádete! – y Jesús abre una puerta y dice-  ¡Simón! ¡Juan! ¡Venid!

Los dos acuden. Jesús les pregunta:

-                 Simón. Di a Nicodemo lo que te dije cuando él estaba por llegar.

-                 Que para los humildes bastan los pastores. Para los poderosos: Lázaro, Nicodemo, José y Cusa. Y que Tú te retiras lejos de Jerusalén. Esto dijiste. ¿Por qué has hecho que lo repitiese? ¿Qué ha pasado?

-                 Nada. Nicodemo temía que me fuese Yo por sus palabras.

            Nicodemo aclara:

-                 Dije al Maestro que el Sanedrín es cada vez más su Enemigo y que está bien que ese ponga la protección de Lázaro. Protegió tus bienes, porque tiene a Roma a su favor. Protegerá también a Jesús….

            Simón confirma:

-                 Es verdad. Es un buen consejo. Y Lázaro es muy buen amigo tuyo, Maestro.

            Nicodemo afirma:

-                 Maestro, Tú estás triste y desilusionado. Tienes razón. Todos te escuchan y creen en Ti; hasta poder obtener milagros. Hasta uno de los de Herodes. Uno que necesariamente debería tener podrida la bondad; en esa corte incestuosa. Hasta los soldados romanos. Sólo nosotros los de Sión, somos tan duros… ¿Lo ves Maestro? Sabemos que has venido de parte de Dios, para hablarnos de Él; mejor que ningún otro. También Gamaliel lo dice: ‘Nadie puede hacer los milagros que Él hace; si no tiene a Dios consigo.’ Hasta los doctores como Gamaliel, creen esto. ¿Por qué entonces sucede que no podemos tener fe, como la tienen los pequeños de Israel? ¡Oh! ¡Dímelo claro! ¡No te traicionaré aunque dijeses: ‘He mentido para dar valor a mis palabras sabias; con un  sello del que nadie puede burlarse.!’ ¿Eres Tú el Mesías del señor?... ¡El Esperado?... ¡La Palabra del Padre Encarnada, para instruir y redimir a Israel, según el Pacto?

-                 ¿Lo preguntas porque tú quieres? O ¿Por qué otros te mandaron a que me lo preguntases?

-                 Yo lo pregunto, Señor. Tengo aquí, un tormento. Hay en mí una borrasca. Vientos y voces contrarias. ¿Por qué no hay en mí, hombre maduro? esa pacífica seguridad que tiene éste; casi analfabeto muchacho; en cuya cara le pone esa sonrisa. En sus ojos, esa luz. Ese sol en su corazón. ¿De qué modo crees Juan, para estar así; tan seguro? Enséñame tu secreto, hijo. Ese secreto con el que supiste ver y encontrar al Mesías; en Jesús, el Nazareno.

            Juan se pone colorado como un jitomate. Baja la cabeza como si pidiese permiso para decir una cosa muy grande. Y responde con sencillez:

-                 Amando.

-                 ¡Amando!... ¿Y tú, Simón, hombre probo y maduro? Tú, docto sobre quién ha habido tantas pruebas… ¿Cómo has hecho para convencerte?

-                 Meditando.

-                 ¡Amando! ¡Meditando! ¡Yo también amo y medito…! Y no estoy todavía seguro!

            Jesús interviene: 

-                 Yo te diré el verdadero secreto. Éstos han sabido nacer de nuevo. Con un nuevo espíritu; libre de toda cadena; desligados de todo compromiso; vírgenes de cualquier otra idea. Y por esto han comprendido a Dios. Si uno no nace de nuevo; no puede ver el Reino de Dios; ni creer en su Rey.

-                 ¿Cómo puede un hombre volver a nacer; si ya es adulto? ¿Aludes tal vez a la Reencarnación, como creen muchos paganos? ¡Cómo? ¿En qué forma?

-                 Sólo hay una existencia de la carne sobre la Tierra. Y una vida eterna del espíritu; más allá de la tierra. …

Yo no hablo de la carne y de la sangre; sino del espíritu inmortal, que renace a la vida verdadera por dos cosas: Por el agua y por el Espíritu.  Lo más grande es el espíritu; sin el cual, el agua no es más que un símbolo. Quien se ha lavado por el agua; debe purificarse luego con el espíritu y con Él; encenderse y renacer. Luego el alimentarse hasta llegar a la edad perfecta. En el reino de los Cielos; no habitarán sino los que hayan llegado a la edad perfecta espiritual. No os maravilléis si os digo: ‘Es necesario que nazcáis de nuevo.’ Éstos han sabido renacer. El joven ha matado la carne y ha hecho renacer el espíritu; poniendo su ‘yo’ en la hoguera del amor. Todo lo que era materia se quemó. De las cenizas; he aquí que se levanta su nueva flor espiritual. Maravilloso heliotropo que sabe dirigirse hacia el sol Eterno.

El de edad; puso la guadaña en la meditación honesta a los pies de su viejo modo de pensar. Y arrancó la vieja planta dejando sólo el retoño de la buena voluntad. Del que hizo nacer su nuevo pensamiento. Ahora ama a Dios con su espíritu nuevo y lo ve…

Lo que nace de la carne, es carne. Lo que nace del espíritu, es espíritu. Cada uno tiene su modo para llegar al puerto. Cualquier viento es bueno, con tal de que se sepa usar la vela. Vosotros oís que sopla el viento y por su corriente podéis regular y dirigir la maniobra. Peo no podéis decir de donde viene. Ni llamar al viento que necesitáis. También el Espíritu llama. Y viene llamando y pasa. Pero sólo el que está atento puede seguirlo. El Hijo conoce la Voz de su Padre. Y la voz del espíritu; conoce la Voz del Espíritu y Quién lo engendró…

-                 ¿Cómo puede suceder esto?

-                 Tú, Maestro en Israel; ¿Me lo preguntas? ¿Ignoras estas cosas? ¿Cómo podrás aceptar las cosas que no has visto; si no aceptas el testimonio que te traigo? ¿Cómo puedes creer en el Espíritu; si no crees en la Palabra Encarnada?... no bajes la frente, Nicodemo. He venido a salvar. No a destruir. Dios no ha enviado a su Unigénito al mundo para condenar al mundo; sino para que el mundo se salve por medio de Él. Bajé para ascender, llevándoos conmigo. ¡Venid! Quién cree en el Unigénito; no será juzgado. Ya está a salvo. Porque Él; el Hijo del Hombre, ruega al Padre, diciéndole: ‘Éste me ha amado’ Pero el que no cree; es inútil que haga obras santas. Está ya juzgado porque no ha creído en el Hijo Unigénito de Dios. ¿Cuál es mi Nombre, Nicodemo?

-                 Jesús.

-                 ¡No! ¡Salvador! Yo Soy Salvación. Quién no cree en Mí; rechaza su salvación. Y la Justicia Eterna lo ha sentenciado. La sentencia es ésta: ‘La Luz se envió a ti y al mundo para salvaros. Y tú y los hombres habéis preferido las tinieblas a la Luz…’

No es por ti, Nicodemo. Pero esta es la verdad. Y el castigo estará en relación con la sentencia. ¿Estás persuadido, Nicodemo?

-                 Sí, Maestro. ¿Cuándo podré hablarte otra vez?

-                 Lázaro sabrá llevarte. Iré a su casa, antes de separarme de aquí. 

-                 Me voy, Maestro. Bendice a tu siervo.

-                 Mi paz sea contigo.

            Nicodemo sale con Juan.

            Jesús se vuelve a Simón:

-                 ¿Ves la obra del poder de las tinieblas?... como una araña tiende sus asechanzas; envuelve y aprisiona a quien no sabe morir; para renacer como una mariposa… Morir para daros la fuerza para morir. Vete a descansar Simón. Y Dios sea contigo.

        El discípulo se retira y Jesús sale al huerto. Se postra a orar…