CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

¡Bienvenidos hermanos!
Este sitio ha sido creado para dar honor y gloria a Dios e información relevante que fortalecerá nuestra Fe Cristiana al develar la incógnita que convirtió en un misterio la personalidad del hombre juzgado por la historia, como el Traidor más grande de todos los tiempos.

martes, 14 de febrero de 2012

EL LLAMADO DEL AMOR


Jesús sale de la casa de Pedro, junto con sus discípulos y cuando está en la ribera del lago, sentado en la barca de Pedro; se acerca el arquisinagogo. Se saludan mutuamente con un orientalismo respetuoso. El hombre dice:

-           Maestro, ¿Puedo esperarte para que instruyas al pueblo?

             Jesús contesta dulcemente:

-           Sin duda. Si tú y el pueblo lo deseáis.

-           Lo hemos deseado durante todo este tiempo.

-           Entonces a media tarde estaré contigo. Idos todos. Debo ir a buscar a alguien que me necesita.

            La gente se aleja de mala gana. Mientras Jesús, con Pedro y Andrés, se van en la barca, por el lago. Llegan a un pequeño río entre dos colinas, que tienen en sus laderas muchos olivos que llegan hasta la orilla y cruzan sus ramas formando una especie de techo;  bajo el cual corre un riachuelo que se precipita en el lago, en una cascada llena de espuma.

            Andrés salta al agua para jalar la barca lo más cerca posible a la ribera y poder atarla a un tronco. Mientras Pedro arrea la vela y asegura una piedra que sirva de puente a Jesús. Luego le dice:

-           Señor, te aconsejaría que te descalzaras y te quites la túnica. Y hagas lo mismo que nosotros. Ese loco de ahí, -señala el riachuelo- forma remolinos en el lago y por eso este lugar no es seguro.

            Jesús obedece sin discutir. Ya en tierra, vuelven a ponerse las sandalias y Jesús vuelve a ponerse su vestidura larga. Los otros dos se quedan con las túnicas cortas de color oscuro.

            Jesús pregunta:

-           ¿Dónde está?

            Andrés contesta:

-           Tal vez se metió en la selva al oír nuestras voces. Casi no tiene con qué cubrirse.

-           Llámala.

            Pedro grita:

-                 Soy el discípulo del Rabí de Cafarnaúm. Aquí está Él. Ven fuera…

Ni una señal de vida.

            Andrés dice:

-           No se fía. Un día alguien la llamó diciendo: ‘ven para darte comida’ y después le lanzaron pedradas. Nosotros la vimos por primera vez, pues no la recordamos como la ‘Bella de Corozaím’

-           ¿Y qué hiciste entonces?

-           Le arrojamos pan y pescado. También un trapo que era un pedazo de vela rota y que nosotros usábamos para secarnos. Huimos enseguida, para no contaminarnos.

-           ¡Bueno! ¿Por qué habéis regresado?

-           Maestro. Tú no estabas y pensábamos qué podríamos hacer para darte más a conocer. Pensamos en todos los enfermos. En todos los ciegos, cojos y mudos. Y también pensamos en ella. Decidimos hacer la prueba. Cuando dijimos que tú podrías sanarla; mucho nos tomaron por locos y no nos quisieron escuchar. Nosotros tuvimos la culpa; pero otros sí nos creyeron. Vine solo en la barca, durante varias noches de luna. Yo hablé con ella. La llamaba y le decía: ‘en el peñasco al pie del olivo hay pan y pescado. No tengas miedo.’

-           Y me iba. Ella esperaba a que me fuera; porque nunca la veía. La sexta vez, la ví de pie en la ribera, exactamente donde estás Tú. ¡Me estaba esperando! ¡Qué horror! No escapé, porque pensé en Ti. Ella me dijo:

-           ¿Quién eres? ¿Por qué tienes piedad de mí?

-           Porque soy discípulo de la Piedad.

-           ¿Quién es?

-           Jesús de Nazareth.

-           ¿Y Él os enseñó a tener piedad de nosotros?

-           De todos.

-           Pero, ¿Sabes quién soy?

-           La Bella de Corozaím. Ahora estás leprosa.

-           ¿Y también para mí hay piedad?

-           Él dice que su piedad es para todos. Y nosotros para ser como Él, debemos tenerla también.

            Andrés agrega:

-           Maestro, aquí la leprosa blasfemó sin querer, diciendo: ‘Entonces Él también debió ser un gran pecador’ y yo le dije: ‘¡No! Él es el Mesías. El Santo de Dios.’ Sentí el impulso de decirle: ‘¡Eres maldita por tu lengua!’ Pero no le dije nada, porque pensé: ‘En su desgracia no puede pensar en la misericordia divina’ Entonces ella se puso a llorar y me dijo:

-           ¡Oh! Si es Santo, no puede… No puede tener piedad de la Bella, no. Y yo esperaba…

-           ¿Qué esperabas, mujer?

-           La curación. Volver al mundo, entre los hombres. Sin vivir como una bestia, en una cueva de animales a los que les causo horror.

-           Me juras que si vuelves al mundo, ¿Serás honesta?

-           Sí. Dios me ha castigado justamente por mis pecados. Estoy arrepentida. Mi alma lleva consigo la expiación. Pero siempre aborrece al pecado.

            Entonces me pareció que podía prometerle salvación en tu Nombre y ella me dijo:

-           Regresa. Regresa otra vez. Háblame de Él. Haz que mi corazón, antes que mis ojos, lo conozca.  

-           Y venía a hablarle de Ti. Como yo sé.

            Jesús está radiante y sonriente. Dice:

-           Y Yo he venido a dar salvación, a la primera convertida de mi Andrés.

            Pedro ha ido corriente arriba; brincando de piedra en piedra, llamando a gritos a la leprosa. Mientras que Andrés, por su natural timidez; se ha ruborizado de felicidad ante la mirada amorosísima de su Maestro.

            Después de un rato aparece la horrorosa figura de la mujer, entre las ramas de un olivo. Pedro la ve y grita:

-           ¡Baja ya! No te quiero lapidar. ¡Allá! ¿Lo ves? Es el Rabí Jesús de Nazareth.

            La mujer corre veloz, dejando atrás a Pedro. Llega hasta los pies de Jesús y exclama:

-           ¡Piedad, Señor!

-           ¿Puedes creer que Yo te la pueda tener?

-           Sí. Porque eres Santo y porque estoy arrepentida. Soy el Pecado; pero Tú Eres la Misericordia. Tu discípulo ha sido el primero en tener misericordia de mí. Y ha venido a traerme pan y fe. Límpiame Señor, primero el alma que la carne. Porque yo soy tres veces impura y si me debes dar una limpieza; una sola: yo te pido la de mi alma pecadora. Antes de haber oído tus Palabras que él me repetía; yo pensaba para mí: ‘Cúrame para regresar entre los hombres’ Pero ahora te digo: ‘Quiero ser perdonada para tener Vida Eterna’

-           Te perdono. No recaigas otra vez. sin embargo…

            Ella lo interrumpe:

-           ¡Qué seas Bendito! Viviré en mi cueva. En la Paz de Dios. ¡Libre al fin…! ¡Oh! Libre de remordimientos y de temores. ¡No más miedo a la muerte, porque estoy perdonada! ¡No más miedo a Dios, porque ahora Tú me has absuelto!

Jesús le ordena suavemente:

-           Ve al lago y lávate. Quédate allí dentro hasta que te llame.

            La desgraciada piltrafa de mujer, hecha un esqueleto. Corroída. Con la cabellera despeinada, seca, lisa. Se levanta del suelo y entra en el lago. Se mete toda con todo y los harapos que le cubren muy poco.

            Pedro dice perplejo:

-           ¿Porqué la mandaste a que se bañe? Es verdad que su hedor enferma, pero… No entiendo.

            Jesús no le contesta a él y dice a la mujer:

-           Mujer. Sal y ven aquí. Toma esa tela que está en esa rama. (Es la que usó Jesús para secarse, después que atravesó el breve espacio entre la barca y la playita)

Obediente. La mujer emerge desnuda, pues en el agua se han quedado los harapos que traía. 

Pedro, que es el primero en verla; lanza un grito. Mientras Andrés, más pudoroso, le había vuelto la espalda; pero al grito de Pedro, voltea… Y también grita. Ella, que tenía sus ojos fijos sólo en Jesús y no le preocupaba otra cosa; al oír los gritos y al ver las manos que le hacen señas; se mira… Y ve que en el lago se ha quedado también su lepra. Mira asombrada su hermoso cuerpo desnudo y su cara de belleza perfecta; sintiendo su carne fresca y lozana. Está atónita. No corre. Se agazapa. Se encoge toda pudorosa, avergonzada de su desnudez. Emocionada hasta el punto que lo único que hace es llorar; con un llanto suave, largo, débil; que es más estrujante que un grito.

Jesús se mueve. Llega hasta donde está ella. La cubre en la espalda con la tela. Le acaricia ligeramente la cabeza y le dice:

-     ¡Sé buena! ¡Adiós! Por la sinceridad de tu arrepentimiento, has merecido el favor. Crece en la fe del Mesías y obedece los preceptos de la purificación.

            Ella llora, llora, llora. Solo cuando oye el golpeteo de los remos con los que Pedro retira la barca, levanta la cabeza; tiende los brazos y grita:

-           ¡Gracias, Señor! ¡Gracias! ¡Bendito! ¡Bendito, seas!

            Jesús le hace un ademán de despedida, mientras la barca da la vuelta para regresar. 

            Más tarde…

            Jesús, con nueve de sus discípulos, atraviesa la plaza y la calle principal.  Entra en la sinagoga de Cafarnaúm. Es evidente que la noticia del nuevo milagro ya se corrió por todos lados, pues hay muchos murmullos y comentarios. Y la sinagoga está llena de gente asombrada y curiosa.

            En el umbral de la puerta, está el recaudador de impuestos, el publicano Leví-Mateo. Ahí se queda. Mitad dentro, mitad fuera. Retraído por las señales de desprecio y de burla con que lo miran todos. Uno que otro epíteto ofensivo y desagradable, le dirigen algunos. Simón y Elí, dos tiesos fariseos; recogen ostensiblemente sus vestiduras y amplios mantos, como si temieran contraer una peste, al rozar el vestido de Mateo.

            Jesús al entrar, lo mira atentamente por un segundo y por un segundo, se detiene. Mateo solamente baja la cabeza. Pedro, en cuanto pasan y avanzan un poco, dice en voz baja a Jesús:

-           ¿Sabes quién es ese hombre tan bien adornado y que tiene más perfume que una mujer? Es Mateo, nuestro tasador de impuestos. ¿Qué viene a hacer aquí? Es la primera vez. Tal vez no encontró compañeros con quienes pasar el sábado; gastando en orgías lo que nos chupa con tasas duplicadas y triplicadas, para tener dinero para el fisco y para el vicio.

            Jesús mira tan enojado a Pedro, que este se pone colorado como una manzana. Baja la cabeza y se espera, de tal modo; que de ser el primero, termina por ser el último del grupo apostólico.

Cuando Jesús está en su lugar. Después de los cantos y oraciones recitadas por el pueblo, se vuelve para hablar. El arquisinagogo le pregunta si quiere algún rollo; pero Él responde:

-           No es necesario. Ya tengo el tema.

Y empieza:

‘El gran rey de Israel, David de Belén, después de haber pecado lloró al arrepentirse en su corazón, al gritar a Dios que se arrepentía y que le pedía perdón, el corazón de David se había nublado en las neblinas del sentido y le había estorbado ver el Rostro de Dios, comprender su Palabra.

El Rostro, dije. En el corazón del hombre hay un punto en el que se recuerda el Rostro de Dios. El punto más selecto, el punto más selecto, el que es nuestro Santo Sanctorum, del que vienen las santas inspiraciones y las santas decisiones. El que despide perfume como un altar; resplandece como una hoguera; canta como un coro de Serafines. Más cuando en nosotros humea el pecado, entonces ese punto se ofusca de tal forma; que cesan la luz, el perfume, el canto y tan solo queda el olor a humo espeso y el sabor a cenizas.

Pero cuando vuelve la Luz, porque un siervo de Dios la haya traído consigo a esa oscuridad; entonces el corazón ve su fealdad, su baja condición. Y horrorizado, exclama como el rey David: ‘¡Ten piedad de mí, Señor! conforme a la grandeza de tu misericordia y por tu infinita Bondad, lávame de mi pecado’ Pero no dice: ‘No puedo ser perdonado y por eso continuo en el pecado’ 

Por el contrario:

‘Estoy humillado. Contrito lo estoy. Pero te ruego, Tú que sabes como me he encontrado en el pecado; de lavarme con agua y limpiarme, para que torne a ser cual la nieve de las cimas’ Y añade: ‘Mi holocausto no será de corderos, ni de bueyes; sino arrepentimiento verdadero de corazón. Porque sé que esto es lo que quieres de nosotros y no lo desprecias’

Esto decía David, después de su pecado. Y después de que el siervo del señor, Natán; lo había hecho que se arrepintiera. Los pecadores, con mayor razón pueden decir esto; ahora que el señor les manda, no a un siervo suyo; sino al Redentor Mismo. A su Verbo. El cual, Justo y Dominador, no solo de los hombres, sino también de los Cielos e Infiernos; ha brotado entre su Pueblo como Luz de la aurora, que brilla sin nubes cuando se levanta el sol matinal.

Habéis leído en qué forma el hombre presa de Mammón, es más débil que un esqueleto moribundo; aún cuando antes hubiera sido ‘el fuerte’. Sabéis como Sansón no valió ya nada, luego que cedió al sentido. Quiero que comprendáis la lección de Sansón, hijo de Manué; destinado a vencer a los filisteos, opresores de Israel.

La primera condición para que fuese tal, era que desde su concepción se mantuviese alejado de todo lo que provoca los bajos sentidos y une en matrimonio las entrañas del hombre, con carne inmunda: o sea; vino, cerveza y carnes grasosas; que encienden la cintura con fuego impuro. Condición segunda: que para ser el libertador, fuese consagrado al Señor desde la infancia. Y para siempre fuese Nazareo. Consagrado es no solo el que externa, sino internamente; se conserva santo. Entonces Dios está con él. Pero la carne es carne. Y Satanás es Tentación. Y tentación es la de la carne que excita al hombre y a la mujer. Y se aprovecha para combatir a Dios, en su corazón y en sus santos Mandamientos. Ved entonces que la robustez del fuerte tiembla y se convierte en piltrafa que acaba con las dotes que Dios le había dado. Escuchad, pues:

Sansón fue amarrado con siete cordeles de nervios frescos; con siete sogas nuevas. Enclavado en el suelo con siete trenzas de sus cabellos. Y siempre vencía. Pero en vano se tienta al Señor, ni a su Bondad. No es lícito. Él perdona, perdona, perdona. Pero exige voluntad de salir del pecado, para continuar perdonando. Necio es el que dice: ‘Señor, perdón’ y después ¡No huye de lo que lo induce a nuevo pecado! Sansón, tres veces victorioso; no huyó de Dalila; ni del sentido, ni del pecado. Y cansado hasta donde más no se puede, dice el Libro: ‘Y acabándosele el ánimo, reveló el secreto: mi fuerza está en mis siete trenzas’

¿Hay alguno entre vosotros que hastiado hasta el cansancio, sienta que las fuerzas se le acaban porque no hay cosa que azote más que la mala conciencia y que está por entregarse al enemigo? ¡No! Quienquiera que seas, ¡No! No lo hagas. Sansón dio a la tentación el secreto para vencer sus siete virtudes: las siete trenzas simbólicas de la fidelidad de Nazareo. Cansado, se durmió en el seno de la mujer y fue vencido. Ciego, esclavo, impotente por no haber sido fiel al voto. Tornó a ser ‘él fuerte’, ‘el libertador’, cuando en el dolor de un sincero arrepentimiento encontró fuerza.

Arrepentimiento, paciencia, constancia, heroísmo y luego, ¡Oh, pecadores! ¡Os prometo que seréis libertadores de vosotros mismos! En verdad os digo que no hay bautismo que valga, ni rito que sirva, si no hay arrepentimiento y voluntad de renunciar al pecado. En verdad os digo que no hay pecador más grande, que no pueda renacer con su llanto las virtudes que el pecado le había arrebatado del corazón.

Hay una mujer culpable de Israel a quien Dios castigó por su pecado. Ha obtenido misericordia por su arrepentimiento. Misericordia dije. Pero no la tendrán, los que no la usaron con ella, después de castigada. ¿Acaso no tenían en sí esos tales, la lepra de la culpa? Que se examine cada uno… Y que tenga piedad si es que la quiere obtener. Yo os extiendo mi mano por esta arrepentida que torna entre los vivos, después de una horrenda reparación.

Simón de Jonás no yo, llevará el óbolo a la arrepentida que en los umbrales de la vida, regresa a la Vida Verdadera. Y no murmuréis. No estaba Yo cuando era ‘La Bella’. Erais vosotros los que estabais. Y no digo más.

     Uno de los dos fariseos pregunta rabioso:

-           ¿Nos acusas de haber sido sus amantes?

     Jesús lo traspasa con la mirada y dice:

-           Cada uno tenga frente a sí, su corazón y sus acciones. No acuso. Hablo en nombre de la Justicia. –se vuelve hacia los suyos y agrega- ¡Vámonos!

            Y Jesús sale con sus discípulos.

Pero los dos fariseos que parecen conocer a Judas, lo detienen y le dicen:

-           ¿También tú estás con él?

-           ¿Es realmente santo?

            Judas responde enfático:

-           ¡Os aseguro que no llegaréis a sospechar su santidad!

-           Pero curó en Sábado,  ¿O no?

          Judas corrige:

-           ¡No! ¡Perdonó en Sábado! ¿Y qué día más propicio para el perdón que el sábado? –añade con una sonrisa llena de sarcasmo- ¿No me dais nada para la redimida?

-           No damos nuestro dinero a prostitutas. Se ofrece al Templo Santo.

            Judas lanza una risotada irreverente y los deja plantados. Corre y alcanza a Jesús, que está entrando en la casa de Pedro, que le dice:

-           Mira. El pequeño Santiago afuera de la sinagoga me dio dos bolsas en lugar de una. Y siempre por encargo del desconocido. ¿Quién es, Maestro? ¡Tú lo sabes! ¡Dímelo!

            Jesús sonríe y dice:

-           Te lo diré cuando hayas aprendido a no murmurar de nadie.

Días después…

En una mañana de mercado en Cafarnaúm. Hay tianguis. La plaza está llena de vendedores de toda clase de mercancía. A ella llega Jesús, viniendo del lago y ve que vienen a su encuentro, sus primos: Judas y Santiago. Él se apresura y después de abrazarlos con cariño, pregunta ansioso:

-           ¿Vuestro padre? ¿Qué pasó?

            Judas Tadeo responde:

-           Nada nuevo en lo que respecta a su salud.

-           ¿Entonces a qué viniste? Te dije que te quedaras.

            Tadeo baja la cabeza y calla. Pero el que se expansiona es Santiago y dice:

-           Por mi culpa, él no te obedeció. Sí. Por culpa mía. Pero no puede soportar más. ¡Todos en contra! Y ¿Por qué? ¿Acaso hago mal en amarte? ¿Lo hacemos acaso? Hasta aquí, un escrúpulo del Mal, me había detenido. Pero ahora que sé. Ahora que has dicho que sobre Dios no hay nadie, ni el padre. Ya no lo pude soportar. ¡Oh! Trató de ser respetuoso. De hacer entender razones. De corregir ideas. Dijo: ‘¿Por qué me combatís? Si Él es el Profeta. Si es el Mesías. ¿Por qué queréis que el mundo diga: ‘Su familia no lo quería? Cuando todos lo seguían, ella no lo hizo.’ Porque si fuera el infeliz que vosotros decís. ¿No debemos nosotros, los de su familia; estar cerca de su demencia; para impedirle que se dañe o nos dañe? ¡Oh, Jesús! De este modo hablaba yo para discutir humanamente, como ellos razonaban. Pero Tú sabes bien que Judas y yo no creemos que Tú estés loco. Tú sabes que en Ti vemos al Santo de Dios. Que te consideramos como nuestra estrella mayor. Pero no nos han querido comprender. Ni siquiera nos han querido escuchar. Y me vine. Acosados entre la elección de Jesús y la familia, te he escogido a Ti. Aquí estoy si me quieres. Si no, seré entonces el hombre más infeliz, porque no tendré nada. Ni tu amistad, ni el amor de la familia.

            Jesús dice:

-           ¿Resuelto? ¡Oh, Santiago mío! ¡Mi pobre Santiago! ¡No hubiera querido verte sufrir así, porque te amo! Pero si el Jesús-Hombre llora contigo, ¡El Jesús Verbo se regocija por ti! ¡Ven! Estoy cierto de que la alegría de ser portador de Dios entre los hombres, aumentará de día en día tu gozo; hasta llegar al éxtasis completo, en la última hora de la Tierra y en la eterna del Cielo. 

            Jesús se vuelve y llama a sus discípulos, que prudentemente se habían mantenido retirados unos cuantos metros.

-           Venid, amigos. Mi primo Santiago desde ahora es de mis amigos y por esto, amigo vuestro. ¡Cuánto he deseado esta hora! Este día. Para él. Mi amigo perfecto de la infancia. Mi buen hermano de juventud.

            Los discípulos, alegres dan la bienvenida a Santiago y a Judas Tadeo, al que hacía tiempo no veían.

            Tadeo dice:

-           Te buscamos en casa. Pero estabas en el lago.

            Jesús contesta:

-           Sí. Estuve en el lago por dos días, con Pedro y los demás. Pedro ha tenido buena pesca. ¿Verdad?

            Pedro responde:

-           Sí. Y ahora esto me desagrada porque deberé entregar más dracmas a aquel ladrón… -y señala al alcabalero Mateo, cuyo banco está rodeado de gente que paga por la tierra o por los frutos.

            Jesús dice:

-           Será todo en proporción: más pescados, más pagas; pero también más ganancias.

            Pedro objeta:

-           No, Maestro. Más pesco, más gano. Pero si hago cálculos, ese de allá me hace pagar no el doble, sino el cuádruplo. ¡Chacal!

            Jesús exclama con un tono:

-           ¡Pedro!... Acerquémonos a él. Quiero hablar. Siempre hay gente cerca del banco de la alcábala.

            Pedro refunfuña:

-           ¡Ya lo creo! Gente y maldiciones.

            Jesús mueve la cabeza y responde:

-           Pues bien. Yo iré a introducir bendiciones. Tal vez entre un poco de honradez en el alcabalero.

-           ¡Puedes estar tranquilo! Tu palabra no entrará es esa piel de cocodrilo.

-           ¡Veremos!

-           ¿Qué le vas a decir?

-           Directamente nada. Pero hablaré de tal forma, que sirva también para él.

-           ¿Dirás que es un ladrón tan grande igual al que asalta por las calles? Porque es como quien despelleja a los pobres que trabajan por tener pan. No por mujeres, ni ebriedades…

-           Pedro, ¿Quieres hablar tú por Mí?

No, Maestro. No sabría hacerlo bien.

-           Y con el vinagre que traes adentro, te haría mal a ti y a él.

            Cuando llegan cerca del banco de la alcábala, Pedro intenta pagar, cuando Jesús lo detiene y le dice:

-           Dame las monedas. Hoy pago Yo.

            Pedro lo mira sorprendido y le entrega una bolsa de cuero con dinero. Jesús espera su turno y cuando está enfrente del alcabalero, le dice:

-         Pago por ocho canastos de Simón de Jonás. Allá están los canastos, a los pies de los trabajadores. Verifica si quieres. Pero entre honrados basta solo la palabra. Y creo que me tienes por tal. ¿Cuánto es la tasa?

          Mateo, que estaba sentado en su banco, en el momento en que Jesús dijo: ‘Creo que como a tal me tienes’, se pone de pie. No es un hombre alto y parece ser de la misma edad que Pedro. En su cara se ve el cansancio de mundanas alegrías y una vergüenza completa. Al principio, tiene la cabeza inclinada. Luego la levanta y mira a Jesús, que también lo mira atenta y serenamente, como dominándole con su imponente estatura.

            Jesús vuelve a preguntar:

-           ¿Cuánto?

            Mateo responde:

-           No hay tasa para el discípulo del Maestro. –y añade en voz muy baja- Ruega por mi alma.

-           La llevo conmigo porque recojo la de los pecadores. Pero tú… ¿Por qué no la curas?

            Después de decir esto, inmediatamente se vuelve y le da la espalda para ir hacia Pedro, que está con los ojos como platos y boquiabierto por la admiración. También los otros lo están. Hablan en voz baja o lo hacen con los ojos.

            Jesús se dirige hacia un árbol y se recarga en él. Está a unos diez metros de donde está Mateo, empieza a hablar:

“El mundo se puede comparar con una gran familia, cuyos miembros desempeñan quehaceres diversos y todos son necesarios. Hay agricultores, pastores, viñadores, carpinteros, pescadores, albañiles, herreros, escribanos, soldados oficiales. Soldados destinados a diversas funciones, médicos, sacerdotes; de todo hay. El mundo no podría componerse de una sola clase. Todas las profesiones son necesarias. Todas santas, si todas hacen lo que deben con honradez y con justicia. ¿Cómo se puede llegar a esto, si Satanás tienta por todas partes? Si se piensa en Dios, en que todo lo ve; aún las obras ocultas. Y en su Ley que dice: ‘Ama a tu prójimo, como te amas tú mismo. No hagas a otro lo que no quieras que te hagan. No debes robar de ningún modo.’

Decidme vosotros que me estáis escuchando: ¿Cuándo uno muere, se lleva acaso su dinero? Y cuando alguien fuese tan necio de querer tenerlo en el sepulcro, ¿Puede usarlo en la otra vida? ¡No! El dinero se convierte en metal mohoso al contacto de la corrupción de un cuerpo descompuesto. Y su alma estaría en otra parte desnuda, más pobre que el desventurado Job. Sin tener siquiera un céntimo, aún cuando aquí o en la tumba hubiere dejado millones y millones. Antes bien. ¡Escuchad! ¡Escuchad!

En verdad os digo que difícilmente se conquista el Cielo con riquezas. Sino más bien y casi siempre; se pierde con ellas. Aún cuando fueran riquezas que se hubieran adquirido honestamente; bien por herencia, bien por ganancia. Porque pocos son los ricos que saben usar justamente de ellas. Entonces, ¿Qué se necesita para tener este cielo bendito? ¿Este descansar en el seno del Padre? Es necesario no tener sed de riquezas. En el sentido de no querer tenerlas a cualquier precio, aún faltando a la honradez y al amor. En el sentido de que si se tienen, no se las ame más que al Cielo y que al prójimo. Y se niegue la caridad al que tiene necesidad. No tener sed en el sentido de que pueden proporcionar mujeres, placeres, banquetes. Vestiduras suntuosas que son una bofetada para el que tiene frío y hambre. Existe una moneda que cambia el dinero injusto, en valores que son reconocidos en el Reino de los Cielos. 

En la santa astucia de hacer de las riquezas humanas frecuentemente injustas o causa de injusticia, riquezas eternas. En otras palabras, ganar con honradez. Devolver lo que se obtuvo injustamente. Usar de los bienes con parsimonia y despego. Saberse separar de ellas, porque antes o después, ellas nos dejan. Y pensar por otra parte, que el bien llevado a cabo, jamás nos abandona. A todos nos gustaría ser justos y como a tales ser tenidos. Y que Dios nos premie como a tales. Pero, ¿Puede Dios premiar a quien solo tiene el nombre de justo, pero no las obras? ¿Cómo puede decir: ‘Te perdono’;  si ve que el arrepentimiento es tan solo de palabra y que no va acompañado de un verdadero cambio de espíritu? No hay arrepentimiento mientras dure el deseo por el objeto por el que pecamos. Pero cuando uno se humilla. Cuando uno se corta la parte moral por una mala pasión, sea mujer u oro. Y uno dice: ‘Por Ti Señor y no por esto’ entonces es cuando se está realmente arrepentido. Y Dios lo recoge con estas palabras: ‘Ven. Te quiero como a un inocente y como a un héroe.’ 

            Jesús ha terminado. Se va sin siquiera voltear a donde está Mateo, que se acercó al círculo de oyentes, desde las primeras palabras.

Cuando está por llegar a la casa de Pedro, su mujer corre al encuentro de su marido para decirle algo. Pedro hace señas a Jesús de que se acerque y le dice:

-           Llegó la madre de Judas y de Santiago. Quiere hablar contigo, pero no quiere que la vean. ¿Cómo le hacemos?

-           Bien. Yo entro en casa como si fuera a descansar y vosotros Vd. a distribuir las limosnas entre los pobres. Ten también el dinero de la tasa que no quiso. Vete. –Jesús hace señal a todos de que se vayan. Mientras Pedro les dice que se vengan juntos.

            Jesús pregunta a Porfiria, la mujer de Pedro:

-           ¿Dónde está la mamá, mujer?

       Ella le contesta:

-           En la terraza, Maestro. Allá hay sombra  y está fresco. Sube Tú también. Allí se está mejor que en cualquier otra parte de la casa.

            Jesús sube por la escalera. En un ángulo, bajo el viñedo; sentada en un banquillo junto a la baranda; vestida toda de oscuro, con el velo en la cara, está María de Alfeo.  Llora sin hacer ruido.

Jesús la llama:

-           ¡María! ¡Amada, tía!

            Ella levanta su pobre cara angustiada y extiende las manos, mientras exclama:

-           ¡Jesús! ¡Traigo un dolor en el corazón!

            Jesús ha llegado junto a ella y la hace que siga sentada. Él permanece de pie, con su manto sobre el hombro. Pone una mano en la espalda de su tía y con la otra cubre sus manos y le dice:

-           ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras tanto?

-           ¡Oh, Jesús! Escapé de casa diciendo: ‘Voy a Caná a buscar vino y huevos para el enfermo’ en casa se quedó tu Madre que cuida como sólo Ella sabe hacerlo y por eso estoy tranquila. Pero lo que en realidad quería, era venir aquí. He caminado durante dos noches para llegar aquí lo más pronto posible. Y ya no puedo más… pero el cansancio no me importa. ¡Es el dolor de mi corazón lo que me hace mal! ¡Mi Alfeo! ¡Mis hijos! ¡Oh! ¿Por qué en la misma sangre hay tanta diferencia? ¿Por qué ésta es, como dos piedras en una máquina que muelen el corazón de una madre? ¿Están contigo Judas y Santiago? ¿Sí?…

 Jesús asiente con la cabeza. Ella continúa:

-           Mi Alfeo. ¿Por qué no comprende? ¿Por qué se muere? ¿Por qué quiere morir así? ¿Y Simón y José? ¿Por qué? ¿Por qué están contra Ti y no contigo?

-           No llores, María. No les guardo rencor. Se lo dije también a Judas. Los entiendo y los compadezco. Si por esto lloras, no llores.

-           Lloro, sí. Porque te ofenden. Y también porque no quiero que mi esposo muera como un enemigo tuyo. Dios no lo perdonará. Y yo… ¡Oh! ¡No lo tendré para siempre en la otra vida! –María está tan angustiada, que gruesas lágrimas caen sobre su mano izquierda, que Jesús le ha soltado. 

            Él, objeta:

-           No. No digas eso. Perdono. Y si perdono Yo…

-           ¡Oh! ¡Ven Jesús! Ven a salvarle el alma y el cuerpo. Ven. Empiezan a decir, también para acusarte… ya empezaron a decir que has quitado los hijos a un padre que muere y lo dicen por todo Nazareth. ¿Entiendes? Y añaden: ‘Por todas partes hace milagros; pero en su casa no puede hacerlos’ Y como yo te defiendo diciendo: ‘¿Qué cosa puede hacer si lo habéis arrojado con vuestros reproches y no creéis?’ Y no me dejaron en paz.

-           Dijiste bien: ‘Si no creéis’ ¿Qué puedo hacer donde no se cree?

-           ¡Oh! ¡Tú lo puedes todo! ¡Yo creo por todos! Ven. Haz un milagro para tu pobre tía…

-           No puedo. –Jesús al decir esto, está tristísimo. De pie y apretando contra su pecho a la que está llorando. Entonces ella llora mucho más fuerte.

-           Escucha, María. Sé buena. Yo te juro que si pudiese; si conviniese hacerlo, lo haría. ¡Oh! Obtendría del Padre esta gracia, por ti. Por mi pobre Madre. Por Judas y Santiago. Y también… ¡Sí! También por Alfeo, José y Simón. Pero, ¡No puedo! Un gran dolor oprime tu corazón y no puedes entender la justicia del Poder mío. Te lo puedo decir, pero no lo comprenderías. Cuando llegó la hora del tránsito de mi padre… Y tú sabes si era un justo y si mi Madre lo amaba… no lo devolví a la vida. No es razonable que la familia donde vive un santo; esté libre de las desventuras inevitables de la vida. Si no fuese así, Yo debería ser eterno en la tierra. Y sin embargo pronto moriré. Ni María, mi santa Madre, podrá arrebatarme de la muerte. No puedo. Lo que puedo es esto y lo haré. –Jesús se ha sentado junto a ella. Toma entre sus manos la cabeza de su tía y agrega- haré esto. Por este dolor tuyo, te prometo la paz a tu Alfeo. No estarás separada de él, en la otra vida. Te doy mi palabra de que nuestra familia estará reunida en el Cielo: junta por toda la eternidad. No llores más. Ve en paz. Fuerte, resignada y santa. Mi Madre ha sido viuda antes que tú y te consolará, como sólo Ella sabe hacerlo. No quiero que partas sola, bajo este sol. Pedro te acompañará en la barca hasta el Jordán. Y te irás de allí a Nazareth en un borriquillo. Cálmate.

-           Bendíceme, Jesús. Tú dame fuerzas.

-           Sí. Te bendigo y te beso, buena tía.

            Y la besa tiernamente, hasta que ella se serena.




No hay comentarios:

Publicar un comentario