CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

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viernes, 17 de febrero de 2012

LA CONVERSION DE MATEO


Jesús está en Betsaida. Habla de pie, en la barca que está anclada en la orilla. Y hay mucha gente sentada, formando un círculo a su alrededor.

-           … por esto también comprendo a todos vosotros que me amáis y me habéis seguido dejando negocios y las comodidades, para oír la Palabra que os hace doctos. Sé muy bien que más que el descuido de vuestros negocios, que es merma en vuestra bolsa, os trae burlas y hasta daño social. Tengo muchos que hoy me son contrarios y mañana serán mis enemigos declarados. Y os digo, porque a nadie quiero engañar. Ni a vosotros, mis leales amigos, que para dañarme a Mí. Para causarme dolor. Para vencerme al aislarme; ellos, los poderosos de Cafarnaúm, emplearán todos los medios: Insinuaciones, amenazas, burlas sin igual y calumnias.

El Enemigo está haciendo uso de todo para arrebatar almas al Mesías y convertirlas en su presa. Os digo: quien persevera se salvará. Pero también os digo: quien ama más su vida y el bienestar que a la salvación eterna, puede irse; dejarme; ocuparse de la vida insignificante y del transitorio bienestar. Yo no detengo a nadie. El hombre debe ser libre. He venido para liberarlo del Pecado y fortalecer su espíritu, liberándolo de las cadenas de una religión deformada; opresora. Con la Palabra de Dios, que es neta, breve, luminosa, fácil, santa, perfecta. Mi venida es un cedazo de las conciencias…

Durante siglos hubo un desafío entre el Eterno y Satanás, que enorgullecido por su primera victoria sobre el hombre, dijo a Dios:

-                 Tus criaturas para siempre serán mías. Ninguna cosa; ni el castigo, ni siquiera la Ley que les quieres dar; los harán capaces de ganarse el Cielo. Y este lugar tuyo del que me has arrojado a Mí, el único inteligente entre tus criaturas; quedará vacío, inútil y triste, como todas las cosas inútiles.

                        Y el Eterno respondió al Maldito:

-                 Podrás hacer todavía esto, mientras tu veneno sea el único que reine en el hombre. Mandaré Yo a mi Verbo y su Palabra lo neutralizará. Él sanará los corazones. Curará la locura con la que los has satanizado y… ellos volverán a mi redil. Y el Cielo se poblará. Lo he hecho para ellos. Tú rechinarás tus horridos dientes, con impotente rabia; allá en tu tétrico reino que es prisión y lugar maldito. Y sobre ti los ángeles colocarán la Piedra de Dios y la sellarán contigo y los tuyos. Tan sólo habrá tinieblas y odio; entretanto que la Luz y el Amor; el canto y la beatitud. La libertad infinita, eterna, sublime; pertenecerán a los míos. 

                        Y Mamón con una risa burlona, dijo:

-                 Y yo te juro que cuando llegue la hora, vendré. Estaré junto a todos los evangelizadores y veremos cuál de los dos, es el vencedor.

Así es. Satanás os pone asechanzas para heriros. Y también Yo os rodeo por lo mismo. Los competidores somos dos: Yo y él. Vosotros estáis en medio. El Duelo del Amor con el Odio. De la Sabiduría con la Ignorancia. De la bondad con el Mal. Es por causa vuestra y alrededor vuestro. Yo me basto para apartar de vosotros los golpes del Malvado. Me interpongo entre las almas de Satanás y vuestro ser. Y acepto que se me hiera, en lugar vuestro, porque os amo. Pero los golpes en vuestro interior… esos debéis retirarlos con vuestra voluntad. Viniendo a Mí. Poniéndoos en mi camino, que es Verdad y Vida. Quién no tenga ganas del Cielo; jamás lo tendrá. Quién es Enemigo del Mesías, es semilla mala que renacerá en el Reino Satánico.

Sé por qué habéis venido, vosotros de Cafarnaúm. Tengo conciencia pura, del pecado del que se me culpa. Y en nombre de un pecado que no existe; se murmura detrás de Mí y se insinúa que oírme y seguirme, es haceros cómplices con el pecador.

Entre vosotros, ciudadanos de Betsaida, hay personas que recuerdan a la Bella de Corozaím. Hay hombres que pecaron con ella. Hay mujeres que por causa de ella gimieron y después se alegraron cuando supieron que la podredumbre había salido fuera de sus entrañas impuras; al exterior de su magnífico cuerpo. Esa corrupción era la figura de aquella mucho más dura, que había roído su alma adúltera, homicida y prostituta. Setenta veces siete, adúltera; con cualquier hombre que tuviera dinero. Homicida siete veces siete, por sus concepciones bastardas. Prostituta por el vicio y ni siquiera por necesidad. ¡Oh! ¡Comprendo, esposas traicionadas! Comprendo vuestro júbilo, cuando supisteis que las carnes de la Bella tenían el hedor y estaban deshechas como una carroña llena de gusanos. Pero Yo os digo: Sabed Perdonar. Dios os ha vengado. Y luego Él, ha perdonado. Perdonad también vosotras que me habéis saludado con el grito: ¡Bendito el Cordero de Dios! Sí, Soy el Cordero. Y vosotras debéis ser ovejas mansas. Yo la he perdonado y también deben hacerlo las que traen un dolor profundo de esposas traicionadas y que con instinto de fiera, defendieron su nido. No podría Yo que soy el Cordero, permanecer entre vosotras, si sois tigresas y hienas.

El que ha venido en el Nombre Santísimo de Dios a recoger a justos y pecadores para llevarlos al Cielo; fue también a ver a la arrepentida y le dijo: ‘Queda limpia. Vete y expía’. Esto lo hice en sábado. Y de esto se me acusa. Acusación Oficial. La segunda, es la de haberme acercado a una prostituta. A una que lo FUE. Y que entonces sólo era un alma que lloraba sobre sus pecados. Era un alma enferma. Y los enfermos son los que tienen necesidad del médico.

Pues bien. Yo digo: lo hice y lo haré. Traedme el Libro de la Escritura. Escudriñadlo, estudiadlo, desentrañadlo. No encontraréis jamás un punto sonde se prohíba al médico, que cure a un enfermo. Al levita, que se ocupe del altar. Y al sacerdote, que no escuche a un fiel; tan sólo porque es sábado. Ella era un altar profanado y tenía necesidad de un levita que lo limpiase. Era una fiel que lloraba ante el Templo Verdadero de Dios y tenía necesidad del sacerdote que la presentase. En verdad os digo que si no cumplo con mi deber y que si pierdo una sola alma de las que sienten el acicate de la salvación; Dios Padre me pedirá cuenta de ella y me castigará por esa alma perdida.

Este es mi pecado, según los poderosos de Cafarnaúm. Podría haber esperado al día siguiente al sábado, para hacerlo. Pero en aquel corazón había humildad verdadera; sinceridad clara; dolor perfecto. ¿Por qué esperar a que un corazón contrito, se ponga en paz con Dios? La lepra todavía estaba sobre su cuerpo; pero su corazón ya estaba curado por el bálsamo de años de arrepentimiento; de lágrimas; de expiación. Salió limpia del lago, también en su cuerpo. Pero mucho más en su corazón. ¡Oh! ¡Cuántos de los que entraron en las aguas del Jordán, para obedecer la orden del Precursor; no salieron de él limpios!  Porque su bautismo no era un acto sincero de un espíritu que quisiese prepararse a mi llegada. Sino tan solo una forma de aparentar ser perfectos en santidad a los ojos del mundo. Y era por esto, hipocresía y soberbia. Dos culpas que aumentaban el cúmulo de las que ya existían en sus corazones. El bautismo de Juan no era más que un símbolo que quería decir: ‘Limpiaos de la soberbia, humillándoos hasta confesaros pecadores. De la lujuria; lavándoos de su escoria.’ Es el alma, la que se bautiza por voluntad vuestra, para estar limpia a la invitación de Dios. No hay culpa tan grande que no pueda lavarse primero con el arrepentimiento; después, con la Gracia; a fin de que la pueda lavar el Salvador.  No hay pecador tan grande, que no pueda levantar su cara estropeada y sonreír con una esperanza de Redención.  Basta con que tal acto sea completo al renunciar a la culpa. Heroico, al resistir a la tentación. Sincero, en la voluntad de renacer.  Os digo una verdad que a mis enemigos les parecerá blasfema; pero vosotros sois mis amigos. Hablo especialmente a vosotros, mis discípulos y elegidos. Y luego, a todos quienes me escucháis. Os digo:

Los ángeles, espíritus puros y perfectos; que viven en la Luz de la Santísima Trinidad y en ella se gozan; reconocen que la perfección que tienen, es inferior a la vuestra. ¡Oh, hombres lejanos del Cielo! Son inferiores porque no tienen poder para sacrificarse. De sufrir para cooperar en la Redención del Hombre. ¿Y qué os parece? Dios no toma a un ángel para decirle: ‘Sé el Redentor del Género Humano. Sino que toma a su Hijo y sabiendo que por más que sea incalculable e infinito su poder; todavía falta. (Y es una muestra de su Bondad Paternal que no quiere hacer diferencia entre el Hijo de su Amor  y los hijos de su Poder) al conjunto de los méritos que se pondrán a los de los pecados de cada momento, que el género humano va acumulando. Por esto no toma a los ángeles. Para completar la medida. Y  no les dice: ‘Sufrid para imitar al Mesías.’ Sino que lo dice a vosotros, hombres. Os dice: ‘Sufrid. Sacrificaos. Sed semejantes a mi Cordero. Sed Corredentores…’

¡Oh! Yo veo cohortes de ángeles que dicen: ‘¡Benditos vosotros que podéis sufrir con el Mesías y por el Dios Eterno; que es nuestro y vuestro!’

Muchos no lograrán comprender esta grandeza. Está muy por arriba del hombre. Pero cuando la Hostia sea Inmolada. Cuando el Grano eterno, Resucite para no morir más… entonces comprenderéis que no he blasfemado. Sino que os he anunciado la dignidad más alta del hombre: ‘La de ser corredentores, aun cuando antes se era sólo un pecador.’ Entretanto preparaos para ello con una pureza de corazón y de propósitos. Cuanto más puros seáis, tanto mejor comprenderéis…

Porque la impureza, cualquiera que sea; es siempre humo que oscurece y apesanta la vista y la inteligencia. Sed puros. Empezad por los cinco sentidos, para pasar a las siete pasiones. Empezad por la vista. Por el sentido que es rey y que abre el camino al hambre más voraz y complicada. Los ojos ven la carne de la mujer y desean la carne. Los ojos ven la riqueza de los ricos y desean el oro. Los ojos ven el poder del gobernante y desean el poder. Cuanto más puros sean vuestros ojos; más puro será vuestro corazón. Sed castos en las miradas; si queréis ser castos en el cuerpo. Si tuvieseis castidad en la carne; tendréis castidad en las riquezas y en el poder. Tendréis toda castidad y seréis amigos de Dios.

No tengáis miedo de que se os haga burla, porque sois castos. En verdad os digo que Dios ha dejado el matrimonio para elevaros en la procreación y para que cooperéis con Él, para poblar los Cielos. Pero hay un estado mucho más alto; ante el cual se inclinan los ángeles porque ven su sublimidad, sin poder imitarla. Un estado que no excluye a los que ya no son vírgenes y que voluntariamente destruyen su fecundidad ya sea femenina o masculina; anulando su virilidad animal, para ser fecundos tan solo en el espíritu. El eunuquismo más alto; el que tiene como instrumento amputador la voluntad de pertenecer solo a Dios y conservar para Él; casto el cuerpo y el corazón; para que brillen siempre con el esplendor que ama el Cordero.

He hablado al pueblo y a los elegidos de entre el pueblo; antes de entrar a partir el pan y compartir la sal, en la casa de Felipe. Os bendigo a todos. A los buenos como premio y a los pecadores, para infundirles valor de acercarse al que vino a perdonar. La paz sea con vosotros.



            Jesús desciende de la barca y pasa entre la multitud que se agolpa alrededor. En la esquina de una casa, todavía está Mateo que ha escuchado desde allí al Maestro, pero no se atrevió a más. Cuando llega Jesús y pasa junto a Él, se detiene. Y como si bendijese a todos, bendice una vez más y mira a Mateo. Luego continúa caminando entre el grupo de los suyos, seguido por el pueblo. Y entra en una casa…

Mateo se va para la suya reflexionando, mientras una esperanza se agiganta en su corazón. Prepara todo y sale de viaje a Jerusalén. Entra en el recinto del Templo y se dirige sin vacilar hacia el Patio de los Israelitas. Luego, entra al lugar donde los varones de Israel, pueden presentar sus oraciones ante el Santo de los santos. Y concentrado en una oración profunda llora y dice al Altísimo:

 ‘Bendito y alabado seas Yheové Sebaoth. Creo en la Palabra de tu Mesías. Sé que ni siquiera debiera estar pisando en este lugar sagrado. Él dijo que tu perdón puede hacer del peor de los pecadores, un discípulo santo a los pies de tu Ungido. Yo soy el peor de los pecadores. Pero le creo a Él. Te suplico que me perdones.  Muéstrame tu misericordia ante mi arrepentimiento. Soy tuyo, Adonaí… 



        Tres días después…

Está haciendo mucho calor. El mercado ha terminado y en la plaza vacía, hay unos cuantos ociosos y uno niños que juegan.  Jesús, en medio de sus apóstoles, llega del lago a la plaza. Acaricia a los niños que corren a su encuentro y le platican sus confidencias. Una niña muestra un golpe que le sangra en la frente y de ello acusa al hermanito.

 Jesús dice:

-           ¿Por qué has herido así a tu hermanita? ¡No está bien!

            El niño se mortifica y contesta:

-           No lo hice a propósito. Quería tumbar aquellos higos y tomé un bastón. Era muy pesado y se me cayó sobre ella. Cogía higos también para ella.

            Jesús le pregunta:

-           ¿Es verdad, Juana?

-           Es verdad.

-           Entonces puedes ver que tu hermano no te quiso hacer daño. Quería hacerte feliz. Ahora, al punto haced las paces y daos un beso. Los buenos hermanitos y también los buenos niños, jamás deben saber lo que es el rencor. ¡Ea, pues!

            Los dos niños se besan con lágrimas. Los dos lloran juntos. Ella porque le duele el golpe. Y él porque le pesa haber causado ese dolor.

            Jesús sonríe al ver ese beso lleno de lagrimones. Y dice:

-           ¡Y ahora, porque veo que sois buenos, Yo os cortaré los higos!

            Como es muy alto extiende el brazo y sin esfuerzo alguno, los corta y se los da. Acude una mujer:

-           Juana. Tobías. ¿Para qué molestáis al Maestro? ¡Oh, Señor! Perdona…

-           Mujer. Se trataba de hacer las paces. Y las hice con el objeto mismo que provocó la guerra: los higos. A los niños les gustan los higos dulces y a Mí… me gustan los corazones dulces e inocentes. Me quitan mucha amargura.

            La mujer señala a unos fariseos:

-           Maestro, son los señores esos, los que no te aman. Pero nosotros, el pueblo; te queremos mucho. Ellos son pocos. Y nosotros muchos…

-           Lo sé, mujer. Gracias por tu consuelo. La paz sea contigo. ¡Adiós, Juana! ¡Adiós, Tobías! Sed buenos. No se porten mal. Y ya no se peleen. ¿Lo recordarán?

-           Sí. Sí, Jesús. –responden los dos pequeños. 

            Jesús sonriente, al empezar a caminar dice a sus discípulos:

-           Ahora que con la ayuda de los higos, los cielos se han despejado de las nubes que había. Vámonos a… ¿A dónde queréis ir?

            Ellos no saben y mencionan diferentes lugares. Pero Jesús mueve la cabeza sonriendo. Pedro dice:

-           Yo renuncio. A menos que Tú no lo digas… hoy tengo ideas negras. Tú no viste; pero cuando desembarcamos, estaba ahí Elí, el fariseo. ¡Más verde que lo acostumbrado! ¡Y nos miraba en una forma, que...!

-           ¡Dejadlo que mire!

-           ¡Eh! No hay remedio. ¡Pero te aseguro Maestro, que para hacer las paces con ese, no bastan los higos!

-           ¿Qué fue lo que dije a la mamá de Tobías? ‘He hecho las paces con el objeto mismo de la guerra’ Y trataré de hacer las paces al volver a ver a los principales de Cafarnaúm, que según ellos les he ofendido. De este modo se contentarán. Probablemente no lo lograré; porque falta en ellos la voluntad de hacer las paces.

            Cuando llegan a la plaza, Jesús va directo al banco de la alcabala, donde Mateo está haciendo sus cuentas y verificando el dinero que subdivide en categorías y lo pone en bolsitas de diversos colores. Luego las coloca en una caja fuerte de hierro, que dos esclavos transportan a otro lugar. Apenas si levanta la cabeza para ver al que se había retrasado en pagar.  Mientras tanto, Pedro jala de una manga a Jesús:

-           No tenemos nada que pagar, Maestro. ¿Qué haces?

Jesús no le hace caso. Mira atentamente a Mateo, que se ha puesto de pie al punto, en actitud reverente. Le da una segunda mirada que traspasa. No es la del Juez severo de otras veces. Es una mirada de llamamiento, de amor, que lo envuelve totalmente. Mateo se sonroja completamente. No sabe qué hacer, ni qué decir.

            Majestuosamente, Jesús ordena:

-           Mateo, hijo de Alfeo, ha llegado la hora. ¡Ven!... ¡Sígueme!

            Totalmente asombrado, Mateo responde:

-           ¿Yo?... ¡Maestro! ¡Señor! ¿Pero sabes quién soy? Lo digo por Ti. No por mí…

-           Ven y sígueme; Mateo, hijo de Alfeo. –repite Jesús con voz más dulce.

-           ¡Oh! ¿Cómo es posible que yo haya alcanzado favor ante Dios?... ¿Yo?... ¿Yo?...

-           Mateo, hijo de Alfeo. He leído en tu corazón. Ven. Sígueme.

            La tercera invitación es una caricia.

-           ¡Oh! ¡Al punto, Señor!

            Y Mateo, con lágrimas en los ojos; sale por detrás del banco sin preocuparse siquiera por recoger las monedas esparcidas sobre él. No pide la caja fuerte, ni le importa nada más. Camina hacia el Maestro diciendo:

-           ¿A dónde vamos, Señor? ¿A dónde me llevas?

-           A tu casa. ¿Quieres dar hospedaje al Hijo del Hombre?

-           ¡Oh! Pero…pero… ¿Qué dirán los que te odian?

-           Yo escucho lo que se dice en los Cielos y es: ‘¡Gloria a Dios por un pecador que se salva! Y el Padre dice: ‘Para siempre la Misericordia se levantará en los Cielos y se derramará sobre la Tierra. Porque con un Amor Eterno. Con un Amor Perfecto, te amo. Y por eso, también contigo uso de Misericordia… Ven. Y que al venir a ti; además de santificar tu corazón; santifique también tu casa…

-           La tengo ya purificada por una esperanza que tenía en el alma. ¡Pero cómo podía creer que se convertiría en realidad! ¡Oh! ¡Yo con tus santos!...

            Y mira a los discípulos.

-           Sí. Con mis amigos. Venid. Os uno y sed hermanos.

            Los discípulos están tan estupefactos, que no saben qué decir. Detrás de Jesús y de Mateo, caminan por la plaza que está completamente desierta. Siguen por una calle estrecha que arde bajo un sol abrasador. No hay ser viviente alguno en las calles. Tan solo polvo y sol.

Entran en una casa muy hermosa, con un portón que se abre hacia fuera. Un hermoso atrio está lleno de sombra y frescura. Llegan a un pórtico ancho que hay en el jardín. Y Mateo dice:

-           ¡Entra, Maestro mío! –luego ordena a los siervos-  ¡Traed agua y de beber!

            Los criados obedecen al instante. Mateo sale a dar órdenes, mientras Jesús y los suyos se refrescan. Regresa y dice:

-           Ahora, ven, Maestro. La sala está fresca. Ahora vendrán mis amigos. ¡Oh! ¡Quiero hacer una gran fiesta! Es mi regeneración. ¡Es tan maravilloso!... ¡Esta es la verdadera circuncisión! Me has circundado el corazón con tu amor. ¡Maestro, será la última fiesta! Ya no habrá más fiestas para el publicano Mateo. No más fiestas mundanas. Sólo la fiesta interne de haber sido redimido y de servirte a Ti. De ser amado por Ti. ¡Cuánto he llorado! No sabía cómo hacer… Quería ir…pero… ¿Cómo ir a Ti? A Ti, Santo… ¿Con mi alma sucia?

-           Tú la lavabas con el arrepentimiento y la caridad. Para Mí y para el prójimo. Pedro; ven aquí.

            Pedro; que todavía no ha hablado, pues sigue tan asombrado; da un paso adelante. Los dos hombres, casi de la misma edad; de estatura baja y robustos; están frente a frente. Y Jesús ante ellos, los mira con una gran sonrisa. Luego dice:

-           Pedro. Me has preguntado muchas veces quién era el desconocido de las bolsas que llevaba Santiago. Míralo. Lo tienes enfrente.

            Pedro exclama:

-           ¿Quién? ¡Este, lad…! ¡Oh, perdona Mateo! Pero… ¡Quién lo hubiera pensado! Y exactamente tú. Nuestra desesperación por la usura, ¿Qué fueses capaz de arrancarte cada semana, un pedazo de corazón, al dar ese rico óbolo?

            Mateo apenado, inclina la cabeza y dice:

-           Lo sé. Injustamente os tasé. Pero mirad. Me arrodillo ante todos vosotros y os digo: ¡No me arrojéis! Él me ha acogido. No seáis más severos que Él.

            Pedro, que está junto a Mateo; lo levanta de un golpe. En peso. Ruda, pero cariñosamente. Y dice:

-           ¡Ea! ¡Ea! ¡Ni a mí, ni a todos los demás! A Él, pídele perdón. A nosotros… ¡Ea! Todos hemos sido ladrones, igual que tú… ¡Oh! ¡Lo dije!  ¡Maldita lengua! Pero soy así. Lo que pienso, lo digo. Lo que tengo en el corazón; lo tengo en los labios. –y besa a Mateo en las mejillas.

            Los otros también lo hacen con más o menos cariño.

Andrés lo hace con reserva, debido a su timidez.

Judas de Keriot se muestra frío. Parece como si abrazara a un montón de serpientes, pues apenas si lo toca.

Se oye un rumor en la entrada y Mateo sale.

Entonces Judas de Keriot se acerca a Jesús. Está escandalizado  y dice:

-           Pero, Maestro. Me parece que esto no es prudente. Ya te empezaron a acusar los fariseos de aquí. Y Tú… ¡Un publicano entre los tuyos! ¡Primero una prostituta y luego un publicano! ¿Acaso has determinado arruinarte? Si es así… ¡Dilo, que…!

            Pedro interviene irónico:

-           Que nosotros desfilamos. ¿Es así?

            Judas le contesta con altanería:

-           ¿Y quién está hablando contigo?

-           Sé que no estás hablando conmigo. Pero yo por el contrario; hablo con tu alma de refinado señorito. Con tu purísima alma. Con tu sabia alma. Sé que tú, miembro del Templo; sientes el hedor del pecado en nosotros; pobres, que no pertenecemos al Templo. Sé que tú, judío perfecto; amalgama de fariseo, saduceo y herodiano. Medio escriba y migaja de esenio. ¿Quieres otras palabras nobles? Te sientes mal entre nosotros. Como una alosa cualquiera en una red de pescados sin valor. Pero ¿Qué quieres qué hagamos? Él nos tomó y nosotros nos quedamos. Si te sientes mal, vete tú. Respiraremos mejor todos. También Él.  Cómo puedes ver; está descontento de mí y de ti. De mí; porque falto a la paciencia y también a la caridad. Pero más de ti; que no entiendes nada. Con todo tu tejido de nobles atributos y que no tienes ni caridad, ni humildad, ni respeto. No tienes nada, muchacho. Solo un gran humillo… y quiera Dios que ese humo, no sea nocivo.

Jesús, de pie. Disgustado, con los brazos cruzados, la boca cerrada y los ojos duros; ha dejado que hable Pedro.

Después le dice:

-                 ¿Ya terminaste, Pedro? ¿También tú has purificado tu corazón de la levadura que había dentro? Has hecho bien. Hoy es Pascua de Ácimos para un hijo de Abraham. El llamado del Mesías es como la sangre del cordero sobre vuestras almas. Y donde está, no bajará más la culpa. No bajará si el que la recibe le es  fiel. Mi llamado es liberación. Y se le festeja con diversas clases de levadura. -A Judas, no le dice nada. Pedro, mortificado; guarda silencio. Y Jesús agrega- Mateo regresa con amigos. No les enseñemos otra cosa que no sea virtud. Quien no pueda soportar esto, váyase. No seáis iguales a los fariseos: que oprimen con preceptos y son los primeros en no observarlos.

            Mateo vuelve a entrar con dos romanos y empieza el banquete.

Jesús está en medio, entre Pedro y Mateo. Hablan de muchas cosas. Y Jesús, con paciencia explica a Ticio y a Cayo, lo que desean. Hay muchas quejas contra los fariseos que los desprecian y Jesús responde a todas sus inquietudes. Dice:

-           Pues bien. Venid a quien no os desprecia. Y luego obrad en tal forma, que al menos los buenos, no os puedan despreciar.

            Cayo dice:

-           Tú eres bueno; pero eres solo.

            Jesús  objeta, señalando a sus discípulos:

-           No. Estos son como Yo. Y además, está el Padre, que ama a quien se arrepiente y quiere volver a su amistad. Si al hombre le faltase todo, pero tuviese al Padre, ¿No sería la alegría del hombre la más completa?

            De esta forma se va desarrollando la conversación. Y el banquete ha llegado a los postres; cuando un criado hace señas al dueño de la casa y luego le dice algo en voz baja. Entonces Mateo dice a Jesús:

-           Maestro. Elí, Simón y Joaquín, piden permiso para entrar y hablarte. ¿Quieres verlos?

-           ¡Claro que sí!

-           Pero… mis amigos son gentiles.

-           Y ellos vienen a ver exactamente esto. Dejemos que los vean. De nada serviría esconderlo. No serviría para el bien, porque la malicia aumentará el hecho, hasta llegar a decir que también había prostitutas. Que entren.

            Mateo inclina la cabeza.

Los tres fariseos entran.

Miran alrededor con una sonrisa proterva y están a punto de hablar.

Pero Jesús, que se ha levantado y va a su encuentro junto con Mateo. Mientras pone una mano en la espalda de Mateo, les dice: 

-           ¡Oh! ¡Hijos verdaderos de Israel! Os saludo y os doy una gran noticia, que ciertamente alegrará vuestros corazones perfectos de israelitas. Los cuales quieren como él, que todos los corazones observen la Ley, para dar Gloria a Dios. Pues bien; Mateo, hijo de Alfeo; desde hoy no es más el pecador; el escándalo de Cafarnaúm. Una oveja roñosa de Israel ha sido curada. ¡Alegraos! Después se curarán otras ovejas pecadoras en vuestra ciudad; de cuya santidad os interesáis mucho y también serán gratas y santas ante el Señor. Mateo deja todo para servir a Dios. ¡Dad el beso de paz al israelita extraviado que torna al seno de Abraham!

            El fariseo Simón, dice con desprecio y sarcasmo:

-           ¿Y torna con los publicanos en estrepitoso banquete? ¡Oh! ¡De verdad que se trata de una conversión favorable! Elí. Mira. Ahí está ese Josías, el procurador de mujeres.

            Elí responde:

-           También está Simón; hijo de Isaac el adúltero.

-           Y aquel es Azharías: el cantinero en cuyo casino; los romanos y los judíos juegan a los dados; pelean, se emborrachan y van en busca de mujeres.

            El fariseo Joaquín, dice:

-           Pero, Maestro. ¿Sabes al menos quienes son esos?

            Jesús contesta amable:

-           Lo sé.

            Elí dice:

-           ¿Y vosotros? Vosotros de Cafarnaúm. Vosotros, discípulos. ¿Por qué lo habéis tolerado? ¡Me admiras, Simón de Jonás!

            Simón inquiere, escandalizado:

-           ¡Tú, Felipe, que aquí todos conocen! ¡Tú, verdadero israelita! ¿Cómo es posible que tú hayas permitido que tu Maestro comparta la comida con publicanos y pecadores?

            Joaquín:

-           ¡Ya no hay más vergüenza en Israel!

            Los tres están escandalizadísimos.

            Jesús interviene:

-           Dejad en paz a mis discípulos. Solamente Yo lo quise.

          Simón dice con sarcasmo:

-           ¡Eh! ¡Bien! Se comprende. ¡Cuando se quiere hacer santos a otros y uno no lo es; se cae pronto en errores que son imperdonables!

-           ¡Y cuando de educa a los discípulos en la falta de respeto! ¡Todavía me está quemando la risa irreverente que me hizo ese judío del Templo! ¡A mí! ¡A Elí el fariseo! No se puede hacer otra cosa que faltar al respeto a la Ley. Se enseña lo que se sabe.

            Jesús responde con firmeza:

-           Te equivocas Elí. Os equivocáis todos. Se enseña lo que se sabe, es verdad. Y Yo que sé la Ley, la enseño a quien no la sabe: a los pecadores. Vosotros… os conozco dueños de vuestra alma. Los pecadores no lo son. Busco y busco su alma. Se las vuelvo a dar, para que a su vez me la traigan. Tal como está: enferma, herida, sucia. Y Yo la curo y la limpio. Para esto he venido. Los pecadores son los que tienen necesidad del Salvador. Y vengo a salvarlos. Comprendedme. No me odiéis sin razón.

            Jesús es dulce, persuasivo, humilde. 

            Pero ellos son tres cardos espinosos. Y salen muy enojados.

            Judas de Keriot murmura impotente:

-           Se fueron. Ahora nos criticarán por todas partes.

            Jesús dice:

-           ¡Dejad que lo hagan! Procura solo que el Padre, no tenga nada que criticarte. No te apenes, Mateo. Ni vosotros, amigos suyos. La conciencia nos dice: ‘No hagáis el Mal.’ Y eso es más que suficiente.

        Jesús vuelve a sentarse en su lugar.






















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