CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

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jueves, 23 de febrero de 2012

LA PROMESA Y LA SEÑAL


Lázaro llega a recibirlos y Jesús los presenta. Se dirigen hacia la casa. Bajo el hermoso portal hay una mujer. Es alta, morena clara. Con un cuerpo armoniosamente grueso. De cabello negro y enormes ojos de mirada dulce. Su vestido es muy rico y elegante. Cuando llegan hasta ella, Lázaro dice:

-                 Esta es mi hermana, Maestro. Se llama Martha. Es el consuelo y la honra de la familia. Y la alegría del pobre Lázaro. Antes era mi primera y única alegría. Pero ahora es la segunda; porque la primera eres Tú.

            Martha se postra hasta el suelo y besa la orla del vestido de Jesús.

            Él dice:

-                 Paz a la buena hermana y a la mujer casta. ¡Levántate!

            Martha se levanta y entra a la casa a dar órdenes para atender a los invitados. Todos se quedan en una sala muy hermosa y lujosamente decorada. Jesús y Lázaro se dirigen hacia la biblioteca, que parece ser el rincón favorito de Lázaro.

-                 Es mi paz… -dice Lázaro refiriéndose a Martha que anda supervisando que les sirvan viandas que deleitan a los recién llegados. Y al decirlo, mira a Jesús. Es una mirada investigadora que Jesús hace como si no la viera. Lázaro pregunta- ¿Y Jonás?

            Jesús contesta:

-                 Ha muerto.

-                 ¿Muerto?... ¿Entonces?...

-                 Lo tuve al final de su vida. Murió libre y feliz en mi casa, en Nazareth. Entre Yo y mi Madre.

-                 ¡Doras te lo acabó antes de entregártelo!

-                 Sí. Con cansarlo y también con golpearlo.

-                 Es un demonio y te odia. Esa hiena odia a todo el mundo. ¡Y ni siquiera te conoce! ¿No te dijo que te odiaba?

-                 Me lo dijo.

-                 Desconfía de él, Jesús. Es capaz de todo. Señor… ¿Qué te dijo Doras? ¿No te previno contra mí diciendo que me evitaras? ¿Puso en mal contigo al pobre Lázaro?

-                 Creo que me conoces lo suficiente para comprender que Yo juzgo con justicia. Y cuando amo; amo sin pensar si ese amor puede beneficiarme o perjudicarme, según los entenderes del mundo.

-                 Pero este hombre es cruel y atroz en herir y en dañar. Me molestó a mí también hace unos días. Vino aquí y me dijo… ¡Oh!... ya tengo bastantes penas para querer arrebatarme también de Ti.

-                 Soy el consuelo de los atormentados y también el compañero de los abandonados. He venido a ti, también por esto.

-                 ¡Ah! Entonces… ¿Sabes?... ¡Oh, vergüenza mía!

-                 No. ¿Porqué tuya? Lo sé. ¿Y qué con ello? ¿Acaso te despreciaré porque sufres? Yo soy misericordia, paz, perdón y amor para todos. ¡Cuánto más para los inocentes! Tú no tienes el pecado por el que sufres. ¿Estaría bien que me ensañase contra ti, si tengo piedad también para ella?

-                 ¿La has visto?

-                 Sí. No llores.

        Más Lázaro, con la cabeza reclinada sobre la mesa que también le sirve de escritorio, llora dolorosamente. Martha se asoma y mira. Jesús le hace señas de que se esté quieta y ella se retira con lágrimas que le caen silenciosamente por el rostro. Lázaro, poco a poco se calma y se humilla por su debilidad. Jesús lo consuela y como desea retirarse un momento; sale al jardín y pasea entre las veredas que están llenas de rosas purpúreas.

            Pero después, Martha lo alcanza.

-                 Maestro, ¿Lázaro te ha dicho…?

-                 Sí, Martha.

-                 Lázaro no puede estar tranquilo desde que se enteró que tú lo sabes y que la viste.

-                 ¿Cómo lo supo?

-                 Primero, aquel hombre que estaba contigo y que dijo ser tu discípulo: aquel joven alto, de cabello castaño y sin barba. Luego Doras. Éste abofetea con su desprecio. El otro… sólo dijo que la habías visto en el lago con sus amantes.

            Martha llora amargamente.

-                 ¡Pero no lloréis por esto! ¿Pensáis que ignoraba vuestra herida? Lo sabía desde que estaba con el Padre… no te aflijas Martha. Levanta tu corazón y la frente. 

            Martha suplica:

-                 Ruega por ella, Maestro. Yo ruego, pero no sé perdonar completamente. Y tal vez el Eterno rechaza mi oración.

-                 Has dicho bien. Es menester perdonar, para ser perdonados y escuchados. Yo ruego por ella. Pero dame tu perdón y el de Lázaro. Dadme vuestro perdón completo, santo. Y Yo haré lo demás…

-                 ¿Perdonar?... No podemos. Nuestra madre murió de dolor por sus malas acciones. Y eran de poca importancia en comparación con las actuales. Aún veo los tormentos que sufrió mi madre. Y también veo lo que sufre Lázaro.

-                 Está enferma, Martha. Está loca. ¡Perdónala!

-                 Está endemoniada, Maestro.

-         Y ¿Qué es la posesión diabólica, sino una enfermedad del espíritu contagiado por Satanás, hasta el punto de convertirse en un ser espiritual diabólico? De otro modo, ¿Cómo explicarías ciertas perversiones en los humanos? Perversiones que hacen del hombre una bestia peor que cualquiera de ellas. Más libidinosa que los monos en celo. ¿Que crean un ser híbrido en el que se funden el hombre, el animal y el Demonio? Esta es la explicación de lo que nos deja estupefactos y es como una monstruosidad inexplicable, en tantas criaturas. No llores. Perdona. Yo veo. Perdona porque ella está enferma.

          Ella exclama angustiada:

-                 Entonces, ¡Cúrala!

-                 La curaré. Ten fe. Te haré feliz. Perdona y dí a Lázaro que lo haga. Perdónala. Vuélvela a amar. Acércate a ella. Háblale como si fuese una como tú. Háblale de Mí…

-                 ¿Como quieres que te entienda a Ti, que eres santo?

-         Parecerá que no comprende. Pero aún sólo mi Nombre es salvación. Haz que piense en Mí y que me invoque. ¡Oh! ¡Satanás huye cuando en un corazón se piensa en mi Nombre! Sonríe Martha, ante esta esperanza. En tu casa hay ahora llanto y dolor. Después… después habrá alegría y gloria. Vete. Dilo a Lázaro. Mientras Yo, en la paz de este jardín, ruego al Padre por María y por vosotros.

            Más tarde…

Lázaro dice a Jesús que para darlo a conocer, invitó a varios amigos que le son fieles y a continuación le expone las características morales de cada uno:

-                 José de Arimatea es un hombre justo y verdadero israelita. Espera en Ti: el anunciado por los profetas. Pero no se atreve a decirlo, porque teme al Sanedrín, del que él forma parte. Él mismo me ha pedido, poder venir a conocerte, para poder juzgar por sí mismo. Pues no le parece justo lo que dicen de Ti, tus enemigos. Aunque desde Galilea han venido fariseos a acusarte de pecado. Pero José juzgó de este modo: “Quién obra milagros tiene a Dios consigo. Quién tiene a Dios, no puede estar en pecado. Antes bien, no puede ser otro que uno a quien Dios ama.” Quiere verte en su casa de Arimatea. Me dijo que te lo dijera. Te lo ruego. Escucha mi petición y la suya.

            Jesús responde:

-                 He venido para los pobres y para los que sufren en el alma y en el cuerpo. Más que para los poderosos que ven en Mí, sólo un objeto de interés. Iré a la casa de José. Un discípulo mío; el que por curiosidad y por darse importancia que él mismo se deroga. El que vino aquí sin órdenes mías. Es un joven a quien hay que compadecer. Es testigo de mi respeto por las castas reinantes que se autoproclaman ‘Defensores de la Ley’ y dan a entender: ‘Las sustentadoras del Altísimo’. ¡Oh! Que el Eterno por Sí Solo se sustenta. Ninguno entre los doctores ha tenido igual respeto por los oficiales del Templo como Yo.

-                 Lo sé. Y esto lo saben muchos. Lo llaman: ‘Hipocresía’

-                 Cada quién da lo que tiene en sí, Lázaro.

-                 Es verdad. Pero si vas a la casa de José, él querría que fuese el próximo sábado.

-                 Iré. Se lo puedes comunicar.

-                 También Nicodemo es bueno. Hasta me dijo… ¿Puedo decirte un juicio sobre uno de tus discípulos?

-                 Dilo. Si es justo, justo dirá. Si es injusto, criticará una conversión. Porque el Espíritu da luz al espíritu del alma. Si es hombre recto, el espíritu del hombre guiado por el Espíritu de Dios, tiene sabiduría sobrehumana y lee la verdad en los corazones.

            Lázaro continúa:

-                 Nicodemo me dijo: ‘No critico la presencia de los ignorantes, ni la de los publicanos entre los discípulos del Mesías. Pero no creo que sea digno de Él, siendo uno de los suyos; uno que no sabe si está a favor o en contra de Él. Parece un camaleón que toma el color del lugar en donde se encuentra…’

-                 Es Iscariote. Lo sé. Pero creedme todos: juventud es vino que fermenta y luego se purifica. Cuando fermenta se esponja y hace espuma. Y se derrama por todas partes por la exhuberancia de su fuerza. Viento de primavera que sopla por doquier y parece un loco, arrancador de hojas. Pero es al que debemos agradecer que fecunde las flores. Judas es vino y viento. Malvado no lo es. Su modo de ser desorienta y turba. Hasta molesta y hace sufrir. Pero no es del todo malvado. Es un potro de sangre ardiente.

            Jesús se ha callado el juicio de uno de sus discípulos: ‘Es activo y servicial. Pero lleno de avaricia, de ambición, de envidia. Y no hace nada por combatir estas pasiones’

            Lázaro sólo comenta:

-                 Tú lo dices. Yo no soy competente para juzgarlo. De él me ha quedado la amargura de haberme dicho que la habías visto…

-                 Pero esa amargura se modera con la miel de ahora. Con mi promesa.

-                 Sí. Pero recuerdo aquel momento. El sufrimiento no se olvida, aunque haya cesado.

-                 ¡Lázaro! ¡Lázaro! Tú te turbas por muchas cosas. ¡Y tan mezquinas! Deja que pasen los días. Pompas de aire que se esfuman y que no regresan con sus colores alegres o tristes. Mira el Cielo. No desaparece y es para los justos.

-                 Sí, Maestro y amigo. No quiero juzgar porqué Judas está contigo. Ni porqué lo tienes. Rogaré porque no te haga daño.

            Jesús sonríe y cambia el tema de la conversación…



El sábado siguiente…

Jesús camina a través de los montes hacia la fértil llanura. Arimatea, está en una zona montañosa. El camino desaparece por los recodos en el horizonte, en esta mañana de Noviembre. En medio de una neblina baja que parece una extensión de agua sin fin…  Jesús va con Simón y Tomás. Cuando llegan a las posesiones de José, los trabajadores saludan respetuosamente. Un siervo se inclina profundamente y pregunta:

-                 ¿Eres Tú el Rabí esperado?

            Jesús responde:

-                 Lo soy.

            El siervo vuelve a inclinarse profundamente y corre a avisar al patrón. Otro lo conduce a través de un vastísimo jardín, hacia la casa que está circundada por una alta valla de siemprevivas y de árboles que por ahora no tienen mucho follaje.

El Anciano José de Arimatea, con sus amplias vestiduras y cintas, sale al encuentro de Jesús y se inclina profundamente, con los brazos cruzados sobre el pecho y le da el saludo de paz, agregando:

-                 Entra, Maestro. Me haces feliz al haber aceptado mi invitación. No esperaba tanta condescendencia de tu parte.

            Jesús contesta con sencillez:

-                 ¿Por qué? También voy a la casa de Lázaro y…

-                 Lázaro es tu amigo. Y yo soy un desconocido.

-                 Eres un alma que busca la Verdad. Por eso la Verdad no te rechaza.

-                 ¿Eres Tú la Verdad?

-                 Soy Camino, Vida y Verdad. Quien me ama y me sigue, tendrá el camino cierto; la vida bienaventurada y conocerá a Dios. Porque Dios, además de ser amor y Justicia; es Verdad.

-                 Eres un gran Doctor. Cada palabra tuya respira sabiduría. –luego se dirige a Simón- estoy contento de que tú también regreses a mi casa, después de tan larga ausencia.

Simón contesta:

-                 No lo estuve porque quise. Tú sabes la suerte que tuve y cuán grande llanto hubo en la vida del pequeño Simón, a quién tu padre amaba.

-                 Lo sé. Y creo que sabes que jamás dije nada contra ti.

-                 Sé todo. mi fiel siervo me dijo que también a ti te debo el que mis posesiones fueran respetadas. Dios te lo premie.

-                 Valía yo algo en el Sanedrín y lo emplee en ayudar según la justicia, a un amigo de mi casa.

-                 Muchos eran amigos de mi casa. Y muchos eran algo, en el Sanedrín. Pero no todos fueron honrados como tú…

            José mira al otro discípulo de Jesús e interroga:

-                 ¿Y éste quién es? Me parece conocido. No recuerdo dónde…

            Él sonríe y contesta complacido:

-                 Soy Tomás, apodado Dídimo.

-                 ¡Ah! ¡Ya! ¿Vive aún tu anciano padre?

-                 Vive. Continúa con sus negocios, con mis hermanos. Lo abandoné por el Maestro; pero soy muy feliz por ello.

            Simón dice:

-                 Su padre es un verdadero israelita. Y como ha llegado a creer que Jesús de Nazareth es el Mesías; es muy feliz al saber que su hijo es uno de los predilectos.

            De esta forma han llegado hasta la puerta principal de la casa. Cuando están a punto de entrar, dice José:

-                 Entretuve a Lázaro. Está en la biblioteca. Está leyendo un resumen de las últimas juntas del sanedrín. No quería quedarse, porque… sé bien que Tú también lo sabes. Y no quería quedarse. Pero yo le dije: ‘No es justo que te avergüences así. En mi casa, nadie te ofenderá. Quédate. Quién se aísla, queda solo contra todo un mundo. Y como en el mundo hay más malos que buenos; el que está solo siempre es derrotado y pisoteado. ¿Dije bien?

            Jesús responde:

-                 Dijiste bien y has hecho bien.

-                 Maestro, hoy estará Nicodemo y… Gamaliel. ¿Te molesta?

-                 ¿Cómo quieres que me moleste? Reconozco su saber.

-                 Sí. Él también tiene deseos de verte y… pero está aferrado a sus ideas, ¿Sabes? Él dice que ya vió una vez al Mesías y que espera la señal que Él le prometió cuando se manifieste. Pero también reconoce que Tú eres un hombre de Dios. No dice: ‘El Hombre de Dios’. Sutilezas rabínicas. ¿Verdad? ¿No te ofendes? ¿No es así?

-                 Sutilezas. Lo has dicho bien. No hay que preocuparse. Los mejores se podarán a sí mismos, de todas las ramas inútiles, que no son más que follaje y que no dan ningún fruto. Y vendrán a Mí.

-                 Quise repetirte sus palabras, porque ciertamente te las dirá a Ti también. Es muy franco. –explica José.

            Jesús responde:

-                 Virtud rara y que mucho estimo.

            Encuentran a Lázaro.

            Lázaro se inclina hasta besar el borde de la túnica de Jesús. Está feliz de estar con Él; pero se ve claramente su preocupación por la llegada de los otros convidados. Su sufrimiento moral es la espina que atormenta a todos los que tienen una deshonra en la familia. Y reciben el desprecio y el sarcasmo del ‘Qué dirán’

Han entrado en la riquísima sala en donde está la mesa ya preparada. Y solo esperan a Gamaliel y a Nicodemo; porque los otros invitados ya han llegado y son presentados como: Félix, Juan, Simón y Cornelio. Se arma un alboroto entre los siervos, cuando llegan Nicodemo y Gamaliel. El siempre imponente Gamaliel. El de espléndido vestido níveo, que lleva con regia majestad.

José se precipita a encontrarlo y el saludo que se dan, es de un pomposo respeto.    También se inclina ante Jesús y Él lo hace igual. Nicodemo lo saluda:

-                 El Señor sea contigo.

            Jesús responde:

-                 Y su paz siempre te acompañe.

            Lázaro a su vez, también los saluda. Gamaliel ocupa el centro de la mesa, entre Jesús y José. Junto a Jesús, está Lázaro. Y junto a José, Nicodemo. Empieza la comida y las preces rituales las recita Gamaliel, luego de un intercambio oriental de cortesías, entre los principales personajes: Jesús, Gamaliel y José.

Gamaliel es un hombre de gran dignidad, pero no orgulloso. Prefiere escuchar que hablar. Se ve que medita cada una de las palabras de Jesús. Y lo mira frecuentemente con sus negros, profundos y severos ojos. Cuando Jesús se calla, porque el tema se ha agotado; Gamaliel, con una pregunta oportuna, enciende de nuevo la conversación.

Lázaro, al principio estaba un poco sin saber que decir. Pero después que ha tomado confianza, participa en la conversación. Hasta cuando la comida está por terminar, no hacen alusiones directas a la personalidad de Jesús. Se prende entonces entre Félix y Lázaro, a quién se une a apoyarlo Nicodemo y también el escriba Juan, una discusión acerca de los milagros y lo que pueden significar a favor o en contra del individuo.

Jesús guarda silencio. Se le nota una sonrisa hasta cierto punto misteriosa, pero no dice nada. Gamaliel también calla. Tiene un codo apoyado sobre el lecho y mira intensamente a Jesús. Parece que quisiera descifrar algún enigma sobrenatural escrito en la cara de Jesús o como si quisiera conocer sus pensamientos.

Félix sostiene que la santidad de Juan el Bautista es innegable. Y de esta santidad de la que nadie discute, ni duda; saca una conclusión desfavorable para Jesús de Nazareth, autor de muchos y muy famosos milagros. Concluye:

-                 El milagro no es prueba de santidad, porque en la vida de Juan no los hay. Y sin embargo nadie en Israel, lleva una vida igual a la suya. Para él no hay banquetes, ni amistades, ni comodidades. Para él, los sufrimientos y las prisiones por el honor de la Ley. Para él, la soledad. Aunque sí tiene discípulos, no convive con ellos y encuentra culpas aún en los más honrados. Y sobre todos truena… mientras… ¡Eh!... mientras el Maestro de Nazareth aquí presente, ha hecho grandes milagros, es verdad. Pero veo que a Él también le gusta lo que la vida ofrece. No desdeña amistades… y perdona que te lo diga uno de los ancianos del Sanedrín. Es muy fácil en perdonar en Nombre de Dios y en amar a los pecadores públicos y señalados con anatemas. No lo debería hacer, Jesús.

            Jesús sonríe. Pero no habla.  Lázaro responde por Él:

-                 Nuestro poderoso Señor es libre de dirigir a sus siervos, como y a donde quiera. A Moisés le concedió el milagro. A Aarón su primer Pontífice, no se lo concedió.  Y entonces, ¿Qué concluyes? ¿El uno más santo que el otro?

            Félix responde:

-                 Ciertamente. Así es.

-                 Entonces el más santo es Jesús, que hace milagros.

            Todo desorientado, Félix no sabe qué decir. Ya perdió la brújula. Pero acude a un último subterfugio:

-                 A Aarón se le había concedido el Pontificado. Era suficiente.

       Nicodemo replica:

-                 No amigo. El pontificado es un cargo santo; pero no es más que un cargo. No siempre y no todos los pontífices de Israel han sido santos. Y sin embargo fueron pontífices, aunque no fuesen santos.

            Entonces Félix exclama provocador:

-                 ¡No querrás decir que el Sumo Sacerdote sea un hombre privado de Gracia!

            El escriba Juan, interviene:

-                 Félix. No entremos en el fuego que quema. Yo, tú, Gamaliel, José, Nicodemo… todos sabemos muchas cosas.

            Félix se escandaliza:

-                 ¡Pero, cómo!... ¡Pero, cómo!... ¡Gamaliel, interviene!

            Los tres que la traen contra Félix dicen:

-                 Si es justo, dirá la verdad que no quieres oír, ni reconocer.

          José el Anciano, interviene y trata de poner paz.

Jesús no dice nada. Lo mismo hacen Tomás, Zelote y el otro Simón, amigo de José. Gamaliel simula estar jugando con las cintas de su vestido. Pero mira de arriba abajo a Jesús.

            Félix grita:

-                 ¡Habla pues, Gamaliel!

            Los otros tres dicen:

-                 ¡Sí! ¡Habla! ¡Habla, Gamaliel!

            Gamaliel respira profundamente y responde:

-                 Yo digo: las debilidades de la familia se mantienen ocultas.

            Félix se encrespa:

-                 ¡Esa no es una respuesta! Parece como si confesases que hay culpas en la casa del Pontífice.

            Los tres le replican:

-                 Es boca de la que sale la verdad.

            Gamaliel se corrige y se vuelve hacia Jesús:

-                 Aquí está el Maestro que eclipsa a los más doctos. Que sea Él; el que hable sustanciosamente.

            Jesús lo mira fijamente y luego dice despacio: 

-                 ¿Lo quieres? Obedezco. Yo digo: el hombre es hombre. El cargo o misión está sobre el hombre. Pero el hombre revestido de un cargo, se hace capaz de cumplirlo como superhombre; cuando lleva una vida santa y tiene a Dios como Amigo. Él es Quién dijo: ‘tú eres sacerdote según el orden que Yo te he dado’ ¿Qué cosa está escrita en el Racional? “Doctrina y Verdad” esto deberían tener los que son pontífices. A la Doctrina se llega por medio de una meditación constante, dirigida a conocer al Sapientísimo. A la Verdad, con fidelidad absoluta al bien. El que juega con el Mal, entra en la Mentira y pierde la Verdad.

             Gamaliel no puede contenerse y exclama:

-                 ¡Has respondido bien! Como un gran Rabí. Yo Gamaliel te lo digo: ¡Me ganas!

            Félix estalla:

-                 Entonces que Éste aclare porqué Aarón no hizo milagros y Moisés sí.

            Jesús al punto responde:

-                 Porque Moisés debía imponerse sobre la masa oscura, pesada y hasta contraria de los israelitas. Y debía llegar a tener sobre ellos un ascendiente, para poder inclinarlos a hacer la Voluntad de Dios. El hombre es el eterno salvaje y el eterno niño se admira con lo que se sale de las reglas. Eso es lo que es el milagro. Es una luz movida ante las pupilas cerradas. Es un sonido que resuena cerca de las orejas tapadas. Despierta. Llama. Hasta que se diga: ‘Aquí está Dios’

            Félix rebate:

-                 Esto lo dices a tu favor.

-                 ¿A mi favor? ¿Y en qué me favorece el hacer milagros? ¿Puedo parecer más alto, si pongo una hoja de hierba bajo mis pies? Así es el milagro con respecto a la santidad. Hubo santos que jamás hicieron milagros. Hay magos y nigromantes que con fuerzas oscuras hacen prodigios, pero no son santos y ellos son unos demonios. Yo seré Yo, aunque no hiciere más milagros.

            Gamaliel aplaude aprobando:

-                 ¡Perfectamente bien! ¡Eres grande, Jesús!

            Félix pregunta con ansia a Gamaliel:

-                 ¿Y quién es según tú, este ‘Grande’? 

            Gamaliel contesta:

-                 El más grande Profeta que yo haya conocido. Tanto en obras como en palabras.

            José dice:

-                 Es el Mesías. Te lo digo Gamaliel, créelo. Tú eres sabio y justo.

            Félix les dice a los dos con sarcasmo:

-                 ¡Cómo! ¿Con que tú jefe de los judíos? ¿Tú, el Anciano, gloria nuestra? ¿Has caído en la idolatría por un hombre? ¿Quién te prueba que es el Mesías? Yo no lo creeré jamás aunque lo vea hacer milagros. Pero ¿Porqué no hace uno delante de nosotros? ¡Díselo tú que lo alabas! Y ¡También tú que lo defiendes!

            José responde seriamente:

-                 No lo invité para ser diversión de mis amigos. Y te ruego que recuerdes que eres mi huésped.

            Félix, enojado y grosero; se levanta y se va.

            Después de unos momentos, Jesús se dirige a Gamaliel:

-                 ¿Y tú no me pides el milagro para creer? 

            El gran doctor le contesta:

-                 No serán los milagros de un hombre de Dios, los que me quiten la espina dolorosa que llevo en el corazón, de tres preguntas que siempre han permanecido sin respuesta.

-                 ¿Qué preguntas?

-                 ¿Está vivo el Mesías? ¿Era Aquel?... ¿Es éste?

            José exclama:

-                 ¡El Es! Te lo digo, Gamaliel. ¿No lo sientes santo? ¿Diferente? ¿Poderoso? ¿Sí? ¿Entonces que esperas para creer?

Gamaliel no responde a José y se dirige a Jesús:

-                 Una vez… no te desagrade Jesús, si soy tenaz en mis ideas. Una vez, cuando aún vivía el grande, el sabio Hilell. Yo creí y él conmigo, que el Mesías ya estaba en Israel. ¡Un gran resplandor del Sol Divino, en aquel frío día, de un persistente invierno! Era Pascua. El campesino temblaba por las mieses heladas. Yo dije después de haber oído sus palabras: ‘Israel está a salvo’ ¡Desde hoy, abundancia en los campos y bendiciones en los corazones! El Esperado se ha manifestado con su primer fulgor’ Y no me equivoqué. Todos podéis recordar que cosechas hubo aquel año de trece meses. Cosa que se repite en este año.

Varios dicen al mismo tiempo:

-                 ¿Qué palabras oíste? ¿Quién las dijo? 

-                 Uno que era poco más que un Niño. Pero Dios resplandecía en su inocente y apacible Rostro. Hace ya diecinueve años que pienso… que recuerdo… y trato de volver a oír aquella Voz. Que hablaba palabras llenas de sabiduría. ¿En qué parte de la tierra está? Yo pienso que era Dios revestido como un niño para no aterrorizar al hombre. Y como el rayo que instantáneamente recorre los cielos de oriente a poniente. De norte a sur. Él, el Divino, recorre con su vestidura de hermosa Misericordia, con Voz y Rostro de Niño y pensamiento divino; la tierra para decir a los hombres: ‘Yo Soy’. Así pienso. ¿Cuándo regresará a Israel? ¿Cuándo? Y me digo: Cuando Israel sea un altar, para los pies de Dios. Y mi corazón gime al ver la abyección de Israel. Y un dolor me dice que jamás sucederá. ¡Oh! ¡Dura respuesta! ¡Y verdadera! ¿Puede la Santidad descender en su Mesías, mientras exista en nosotros el Abominio?

            Jesús responde:

-                 Puede y lo hace, porque es Misericordia.

Gamaliel lo mira pensativo y le pregunta:

-                 ¿Cuál es tu verdadero Nombre?

Y Jesús imponente, se levanta y con infinita Majestad, declara:

-                 Yo Soy Quién Soy. El Pensamiento y la Palabra del Padre. Soy el Mesías del Señor.

            Gamaliel lo mira con angustia. Y dice:

-                 ¿Tú? No lo puedo creer. Grande es tu santidad. Pero Aquel Niño en quién creo; cuando estábamos en el Templo, dijo: ‘Yo daré una señal. Estas piedras bramarán cuando llegue mi hora’. Espero esta Señal, para creer. ¿Me la puedes dar Tú, para persuadirme de que Eres el Esperado?

     Los dos están de pie. Altos, majestuosos. Uno con su vestido de lino muy blanco. Otro con el suyo de lana, de color rojo tinto oscuro. Uno de edad. El otro, joven. Ambos de ojos dominadores y profundos, se miran fijamente; en un mutuo reconocimiento. Entonces Jesús baja su brazo derecho que tenía sobre el pecho y como si jurase exclama:

-                 ¿Ésta señal aguardas? ¡Y la tendrás! Repito las palabras de aquel día: ‘Las piedras del Templo del Señor, bramarán con mis últimas palabras’ Espera esa señal, Doctor de Israel. Hombre justo. Y luego cree, si quieres obtener perdón y salvación. ¡Serías bienaventurado si pudieses creer antes! Pero no puedes. Siglos de creencias equivocadas de una promesa justa. Y nubes de orgullo, como muro se interponen para llegar a la Verdad y a la fe.

-                 Dices bien. Esperaré esa señal. ¡Adiós! ¡El Señor sea contigo!

-                 Adiós, Gamaliel. Que el Espíritu Eterno te ilumine y te guíe.

          Todos saludan a Gamaliel, que se va con Nicodemo, Juan y Simón, el sanedrista. Se quedan Jesús, Lázaro, Tomás, Simón Zelote y Cornelio.

            José dice con pesar:

-                 ¡No se doblega! Me gustaría que estuviese entre tus discípulos. Sería un peso decisivo en tu favor y no lo logro.

-                 No te apesadumbres. Ningún peso será capaz de salvarme de la Tempestad que ya se prepara. Gamaliel no se pone a favor, pero tampoco está en contra del Mesías. Es uno que espera… 




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