CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

¡Bienvenidos hermanos!
Este sitio ha sido creado para dar honor y gloria a Dios e información relevante que fortalecerá nuestra Fe Cristiana al develar la incógnita que convirtió en un misterio la personalidad del hombre juzgado por la historia, como el Traidor más grande de todos los tiempos.

sábado, 10 de diciembre de 2011

LA PROMESA


Es una florida y esplendorosa mañana primaveral. El aire está perfumado con el aroma de los azahares y del incienso. El edificio es grandioso. Tiene unos  patios inmensos; fuentes, pórticos muy bellos y amplias escalinatas que conducen de un lugar a otro; y que lo convierten en un auténtico laberinto; muestra del portentoso genio arquitectónico humano. Está lleno de gente que lo inunda con una ruidosa algarabía.

Es el Templo de Jerusalén en días de fiesta.


En un amplio salón, hay muchos fariseos con sus largas vestiduras ondeantes y el efod de oro, de púrpura violeta y escarlata.  Son imponentes sacerdotes vestidos de carmesí y finísimo lino, trabajados con arte sin igual. Llevan un pectoral  y una diadema adornados con piedras preciosas, que muestran un exquisito trabajo de orfebrería,  con una placa de metal precioso sobre el pecho y en la frente. El cinturón que ciñe sus túnicas, también está confeccionado en oro igual que el efod. Sus joyas están profusamente decoradas con un arte fastuoso y a la vez delicado.


Diez doctores de la Ley están sentados muy majestuosos, en unas banquetas bajas de madera. Un levita habla con otro y éste desaparece tras una cortina de rayas. Regresa con un nutrido grupo de sacerdotes, ancianos, maestros y un garboso adolescente que viste de rojo, con un manto de púrpura, que lo hace lucir magnífico. Calza sandalias bordadas con hilos de plata y oro; un cinturón precioso y un talet sostenido con una lámina de oro adornada con amatistas de un color violeta intenso con destellos rojos, donde está simbolizada la tribu de Leví.  



Después de que todos toman sus lugares, en el centro del salón quedan solo un joven sacerdote fariseo y el jovencito. Luego el hombre dice con solemnidad y con tono de quién recita un ritual: 

-            Este es mi hijo. Desde hace nueve lunas y dieciocho días ha entrado en el tiempo que la Ley destina para la mayoría de edad. Pero yo quiero que sea mayor de edad según los preceptos de Israel. Observaréis que ya ha dejado atrás la infancia. Examinadle con benignidad y justicia, para juzgar que cuanto afirmo es verdad. Yo lo he preparado para este momento y para que tenga esta dignidad de hijo de la Ley. Él sabe los preceptos, las tradiciones y las decisiones. Conoce las costumbres de las fimbrias y las filacterias. Sabe recitar las oraciones y las bendiciones. Puede por tanto, conociendo la Ley en sí y en sus tres ramas: Halasia, Midras y Haggadá, guiarse como un hombre. Por ello deseo ser liberado de la responsabilidad de sus acciones y sus pecados. Que de ahora en adelante quede sujeto a los preceptos y pague en sí, las penas por las faltas que cometa respecto a ellos. Examinadlo.

     Uno de los ancianos doctores dice:

     -       Lo haremos. –Mirando al adolescente, agrega- Acércate, niño. ¿Cuál es tu    nombre?

     El jovencito levanta la cabeza y sus grandes y expresivos ojos color  acero oscuro,

tienen un destello de orgullo, al decir:

-                  Judas de Simón. Levita fariseo de Keriot. De la tribu de Leví y de la treceava de las veinticuatro clases sacerdotales.

-      ¿Sabes leer?

-      Sí, rabí.

-      Eres honra de tu maestro, el cual ciertamente es muy docto.

      Judas inclina la cabeza y dice con halago:  

     -      La sabiduría de Dios, está en el corazón justo de mi padre y de Sciammai.

-      ¿Estáis oyendo? –Se dirige al sacerdote que está tres pasos atrás del hijo-  ¡Eres dichoso por ser el padre de un hijo así!

     Simón hace una reverencia.



     Enseguida le dan a Judas, tres rollos distintos y le dicen:

      -     Lee el que está cerrado con una cinta de oro.

Judas lo desenrolla y lo lee: es el Decálogo. Pero después de las primeras palabras, un juez le quita el rollo y dice:

-           Sigue de memoria.

      Judas los recita de una manera perfecta. 

-           Di los Midrasiots.

      Judas repite sin vacilar, una letanía de: “No harás…”

-           Bien. Ahora abre el rollo de la cinta roja.

      Judas lo abre y empieza a leer el libro del Profeta Daniel…

 La ceremonia continúa. Luego lo pasan a una estancia más grande y más pomposa. Es la sinagoga dentro del Templo. Aquí le cortan los rizos de su cabello castaño oscuro. Le aprietan la túnica con un largo cinturón que da varias vueltas a su cintura. Le ciñen la frente y un brazo con unas cintas. También le fijan con una especie de pliegues, unas cintas en el fino manto. Enseguida cantan salmos y Simón alaba al Señor con una larga Oración e invoca toda suerte de bendiciones para su hijo.

La ceremonia termina.


Uno de los doctores de la Ley, se separa del grupo y se retira del lugar. Avanza hasta llegar al Patio de los Israelitas. Es un hombre maduro y enérgico. Mira hacia una zona en particular… Y una expresión nostálgica y angustiosa se refleja en su semblante. Al escuchar a Judas leer al Profeta Daniel, una avalancha de recuerdos le estrujó el corazón.
Siete años atrás, otro jovencito rubio, muy hermoso; leyó la misma profecía. Gamaliel mira hacia la grandiosa columna donde él estaba parado, junto a su maestro Hilell… Y en su mente revive la escena, con increíble exactitud:
     La hermosa y varonil voz de Jesús dice:
-      Daniel dice que cuando hayan matado al Cristo, el Templo y la ciudad serán destruidos por un pueblo y por un caudillo venidero…
Sciammai, otro doctor de la Ley, es un hombre intransigente, resentido y retrógrado. Discute con Jesús la profecía y los acontecimientos. Niega que el Mesías esté sobre la tierra. Entonces  él y todo su grupo fueron valientemente increpados por Jesús. Les dijo: 
-           Ustedes no comprenden la palabra de Dios, por las bajezas, las soberbias y los dobleces, que les obstaculizarán ver y oír. Y a pesar de todo, el Cristo les dará ese Reino que vuestro egoísmo sueña humano y que sin embargo es celestial.
     Sciammai replica enfurecido:
-      Tu boca tiene al mismo tiempo, sabor de leche y de blasfemia. ¡Este Nazareno es Satanás!
     Hilell rebate:
-      No. Este niño es un profeta de Dios. –Y acercándose a Jesús, le dice- Quédate conmigo. Así mi ancianidad trasfundirá lo que sabe en tu saber y tú serás Maestro del Pueblo de Dios.

Jesús sentencia y promete:
-      En verdad te digo que si muchos fueran como tú, Israel sanaría. Pero aún no ha llegado mi hora. A mí me hablan las voces del Cielo y debo recogerlas hasta que llegue mi Hora. Entonces hablaré con los labios y con la sangre a Jerusalén. Y correré la misma suerte que corrieron los profetas, a quienes Jerusalén misma lapidó y les quitó la vida. Pero sobre mi ser está el del Señor Dios, al Cual yo me someto como siervo fiel, para hacer de mí, escabel para su gloria; en espera de que Él haga del mundo, escabel para los pies del Cristo. Esperadme en mi Hora. Estas piedras oirán de nuevo mi voz y trepidarán cuando diga mis últimas palabras. Bienaventurados los que hayan oído a Dios en esa voz y crean en Él a través de ella: Repito, el Cristo les dará ese Reino que vuestro egoísmo sueña humano y que sin embargo es celeste y por el cual yo digo: “Aquí tienes a tu siervo Señor; que ha venido para hacer Tu Voluntad. Consúmala porque ardo en deseos de cumplirla”
   La imagen de Jesús es sorprendente: con su rostro inflamado de ardor espiritual elevado al Cielo, con los brazos abiertos, erguido en medio de los atónitos Doctores de la Ley...

El recuerdo inolvidable ha quedado grabado en su mente y en su corazón. Gamaliel cierra los ojos. Se estremece y piensa:
-           ¡Yo lo comprendí! ¡Sé que Tú Eres el Mesías! ¡Oh, Señor y Dios Mío! ¿En  dónde...? ¿En dónde estás?...



(esta historia continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario