CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

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sábado, 24 de diciembre de 2011

LOS PASTORES PERSEGUIDOS


Jesús viene bajando con los suyos y tres pastores por un fresco valle en dirección al río. 

            Elías dice:

-                 ¿Ves, Maestro? Allá está Yutta. Pasaremos por el vado. Haría sido más corto si hubiéramos venido directo por Hebrón. Pero Tú no quisiste.

            Jesús confirma:

-                 No. A Hebrón iremos después. Primero y siempre al que sufre. Los muertos ya no sufren cuando son justos. Y Samuel era justo. Por otra parte no es necesario que uno esté cerca de los huesos muertos que tienen necesidad de oraciones.
Llegan al vado y los pastores vigilan el paso de las ovejas que entran en el agua que solo tiene un palmo de profundo y beben del agua cristalina que se cubre de espuma al chocar con las rocas- Jesús pasa sobre las piedras hasta la ribera opuesta; seguido por los discípulos hasta llegar a un prado.

Elías dice:

-                 Me dijiste que quieres que avise a Isaac que estás aquí. Pero… ¿no quieres entrar al poblado?

            Jesús contesta:

-                 Así es.

-                 Entonces es hora de separarnos. Yo voy a donde está él. Leví y José se quedarán con el ganado y con vosotros. Subo por aquí y así llegaré más rápido.

            Elías sube por la ladera hacia las casas blanquecinas que resplandecen al sol. Atraviesa el poblado y llega a la otra orilla, hasta una casita muy pobre que tiene la puerta abierta. En la paupérrima habitación, sobre un lecho miserable, hay un enfermo que es solo un esqueleto con la piel pegada a los huesos y pide entre lamentos una limosna. Elías entra como un rayo diciendo:

-                 Isaac, soy yo.

            El enfermo le contesta:

-                 ¿Tú? No te esperaba. Viniste apenas la luna pasada.

-                 Isaac… Isaac… ¿Sabes porque he venido?

-                 Si tú no me lo dices… estás excitado… ¿Qué pasa?

-                 He visto a Jesús de Nazareth. Ya es un hombre y es Rabí. Vino en mi busca y nos quiere ver a todos. ¡Oh, Isaac, te sientes mal!

            En realidad Isaac parece que fuera a morir. Pero toma aliento y dice:

-                 No. Es la noticia… ¿En dónde está? ¿Cómo es?... ¡Oh, sí lo pudiera ver!

-                 Está allá abajo en el valle. Me manda a qué te diga sólo esto: ‘Ven Isaac. Quiero verte y bendecirte’ Llamaré a alguien para que me ayude y te llevaré allá abajo.

-                 ¿Así dijo?

-                 Así…

            El enfermo se incorpora, Elías se asombra:

-                 Pero… ¿Qué haces?

-                 Voy…
Isaac hace a un lado las cobijas, mueve las piernas que estaban inertes. Las saca fuera del lecho y las pone en el suelo. Se levanta todavía un poco incierto. Todo sucede en un instante, bajo los ojos desencajados de Elías… que al fin entiende y grita de alegría…
            Se asoma una mujer curiosa y ve al enfermo de pie, que al no tener otra cosa, se echa encima una de las cobijas y ella escapa gritando como una ruidosa gallina.
            Isaac toma del brazo al petrificado Elías y lo urge:
-                 ¡Vámonos! Vamos por acá para llegar más rápido y no toparnos con la gente… ¡Apúrate, Elías!
            Y los dos salen de estampida por la parte posterior hacia un huerto y corren por una vereda que baja entre los huertos, los prados y los bosquecillos, hasta llegar al río.
Elías dice señalando: 
-                 Mira, ¡Ahí está Jesús! Es aquel. El más alto, hermoso, rubio, vestido de blanco y que tiene el manto azul rey.
            Isaac no necesita más. Corre; se abre paso entre el ganado que pace y con un grito que es una mezcla de triunfo, alegría y adoración, se postra a los pies de Jesús.
El Maestro le dice con dulzura: 
-                 Levántate, Isaac. Ya vine a traerte paz y bendición. Levántate para que vea tu cara.
            Isaac llora de felicidad. Y Jesús le dice:
-                 Al punto viniste. No te preguntaste si podías…
-                 Tú me mandaste decir que viniese… Y he venido.

Elías agrega:

-                 Ni siquiera cerró la puerta. Tampoco recogió las limosnas, Maestro.

            Jesús responde:

-                 No importa. Los ángeles cuidarán su habitación. ¿Estás contento Isaac?

-                 ¡Oh, Señor!

-                 Llámame Maestro. 

-                 Sí, Señor. Maestro mío. Aunque no me hubieses curado, hubiera sido feliz al verte. ¿Cómo he logrado tener en tu Presencia, tanta Gracia?

-                 Tu fe y tu paciencia Isaac. Sé cuánto has sufrido…

-                 ¡Nada, nada! ¡Más que nada! ¡Te he encontrado! ¡Estás vivo! ¡Estás aquí! Esto es lo que vale. Lo demás… Todo lo demás pertenece al pasado. Pero, Señor y Maestro: ahora ya no te vas a ir, ¿Verdad?

-                 Isaac, tengo a todo Israel para evangelizarlo. Me voy… pero si no puedo quedarme; tú me puedes seguir y servir. ¿Quieres ser mi discípulo, Isaac?

-                 ¡Oh, pero no serviré!

-                 ¿Sabrás declarar que Yo Soy?... A pesar de las burlas y las amenazas, ¿Podrás afirmarlo?... ¿Y decir que Yo te llamé y tú viniste?

-                 Aun cuando Tú no lo quisieras, todo esto diría yo. En esto te desobedecería Maestro. Perdona que te lo diga.

            Jesús sonríe:

-                 Entonces,  ¿Tú comprendes que eres bueno para hacerla de discípulo?

-                 ¡Oh! ¡Si no hay nada más que hacer! Pensaba que sería otra cosa más difícil. Que tendría que ir a la escuela de los rabinos, para poder servirte; Rabí de los rabinos… Y así de viejo ir a la escuela… -Isaac es un hombre que tiene 57 años. 

-                 Ya has terminado la escuela, Isaac.

-                 ¿Yo? ¡No!

-                 Tú. Sí. ¿Acaso no has seguido creyendo y amando; respetando y bendiciendo a Dios y al prójimo; sin tener envidia. Sin desear lo que era de otros; ni lo que era tuyo y ya no poseías; diciendo siempre la verdad, aun cuando te perjudicase. Sin fornicar con Satanás, al no cometer pecado alguno? ¿No has hecho todo esto en estos treinta años de desventura?

-                 Sí, Maestro.

-                 ¿Lo ves? La escuela ya la has terminado. Sigue así y añade la revelación de mi Presencia en el mundo. No tienes que hacer otra cosa.

-                 Ya te he predicado, Señor Jesús… les hablé a los niños que venían cuando ya estaba casi inválido, por los golpes que me dieron en Belén y llegué a este poblado pidiendo un pan. Y a los niños de ahora, hijos de los primeros… los niños son buenos y creen siempre… les contaba de cuando naciste. De los ángeles, de la estrella, de los Magos… y de tu Madre. ¡Oh! ¡Dime! ¿Ella vive todavía?

-                 Vive. Y te manda saludos. Siempre habla de vosotros.

-                 ¡Oh! ¡Si pudiera verla! …

-                 La verás. Algún día vendrás a mi casa. María te saludará: ‘Amigo’

-                 María, sí. Es como tener miel en la boca al pronunciar ese nombre. Hay una mujer en Yutta que cuando era niña; fue una de mis pequeños amiguitos y estoy vivo por ellos. Me dieron siempre refugio y ayuda.

-                 Vamos a visitarlos mientras baja el sol. Les llevaremos una bendición por su caridad.

            Y se van por donde los guía Isaac…

Durante todo este tiempo, Judas ha podido observar el tratamiento y la adoración que Jesús recibe de los que lo reconocen como Dios Encarnado. Y sin que él mismo se dé cuenta, un germen de celos y envidia empieza a crecer en su corazón... Satanás no está dispuesto a soltarlo tan fácilmente.

Más tarde, cuando emprenden de nuevo la marcha…

      Jesús camina en el centro del grupo, detrás de las ovejas que mordisquean la hierba de las veredas. Pregunta:

-                 ¿A qué hora llegaremos? 

            Elías responde:

-                 Alrededor de las nueve. Son casi diez kilómetros.

            Judas pregunta:

-                 ¿Y después vamos a Keriot?

            Jesús contesta:

-                 Sí. También iremos allá.

-                 ¿Y no era más corto ir de Yutta a Keriot? No está muy lejos, ¿No es así, pastor?

            Elías contesta:

-                 Son más o menos dos kilómetros.

-                 Así que caminaremos veinte, inútilmente.

            Jesús inquiere:

-                 Judas… ¿Por qué estás tan inquieto?

            Judas lo niega:

-                 No lo estoy, Maestro. Pero me habías prometido venir a mi casa.

-                 Iré. Yo siempre cumplo mis promesas.

-                 Mandé avisar a mi madre y como Tú dijiste que con los muertos se está aún con el espíritu.
Lo dije. Pero piensa bien, Judas. Tú por Mí, no has sufrido todavía. Éstos, hace treinta años que sufren y ni siquiera han traicionado mi recuerdo. Ni siquiera el recuerdo. No sabían si estaba vivo o muerto… Y sin embargo permanecieron fieles. Se acordaban de Mí cuando estaba recién nacido… Un Niño que no tenía otra cosa que llanto y deseo de leche… Y siempre me han reverenciado como Dios. Por causa mía, algunos ya han muerto. Han sido golpeados, maldecidos, perseguidos como un oprobio de la Judea. Y con todo, su fe no vaciló. Con los golpes no se secó. Sino que echó raíces más profundas y se hizo más robusta. 
-                 A propósito. Hace ya varios días que una pregunta me quema los labios. Estos son amigos tuyos y de Dios. ¿No es cierto? Los ángeles los bendijeron con la paz del Cielo… ¿No es así?... Permanecieron justos contra todas las tentaciones, ¿No me equivoco?... Entonces explícame: ¿Por qué fueron desgraciados?... ¿Y Anna? ¿La mataron porque te amaba?

-                 ¿Y por lo tanto concluyes que mi amor y el amarme traigan desgracias? 

-                 No… Pero…

-                 Pero así es… Me desagrada verte tan cerrado a la Luz y tan preocupado por las cosas humanas. No te metas, Juan. Ni tú tampoco, Simón. Prefiero que él hable.

No regaño jamás. Tan sólo deseo que abráis vuestros corazones para introducirlos a la Luz. Ven aquí, Judas. Escucha. Tú partes de un juicio que también tienen muchos y que otros tendrán. Dije juicio, debería decir error. Pero como lo decís sin malicia; por ignorancia de lo que es la Verdad; por eso no es error, sino un juicio imperfecto, como puede tenerlo un niño. Sois niños, pobres hombres. Y Yo estoy como Maestro, para formaros hombres adultos. Capaces de discernir lo verdadero de lo falso. Lo bueno de lo malo. Lo excelente de lo bueno. Escuchad pues, ¿Que es la vida?

Es un breve tiempo en el que el hombre está en la Tierra; diría Yo en el Limbo del Limbo; que el Padre dios os concede para probar vuestra naturaleza de hijos buenos o bastardos. Para reservaros a partir de vuestras obras, un futuro eterno que ya no tendrá pruebas. Decidme ahora:

¿Sería justo que alguien que ya tuvo el bien extraordinario de poder servir a Dios de una manera especial; posea también por toda la vida un bien continuo? ¿No os parece que ya es mucho bien y por lo tanto puede llamarse feliz; aun cuando no exista la felicidad en lo humano?... ¿No sería injusto que quien tiene ya la Luz de la manifestación Divina en el corazón y la paz de una conciencia que no está intranquila; tenga también honores y bienes terrenales?... ¿No sería una cosa hasta imprudente?

            Simón Zelote responde:

-                 Maestro, pienso que sería hasta profanador. ¿Por qué poner alegrías humanas en donde Tú estás?… Cuando uno te tiene…  Y éstos te han tenido. Han sido los únicos ricos en Israel, porque durante treinta años te poseyeron. No debe tener otra cosa… y nada ¡Pero nada que no seas Tú, debe entrar en el corazón que te posee! ¡Oh! ¡Si yo fuese como ellos!

            Judas contesta con una ironía mordaz:

-                 Pero te apresuraste a volver a tomar tus bienes, tan pronto viste que el maestro te había curado.

            Simón reconoce:  

-                 Es verdad. Lo dije y lo hice. Pero… ¿Sabes por qué? ¿Cómo puedes juzgar si no lo sabes todo? Mi administrador tuvo órdenes escuetas. Desde que me curé pertenezco sólo a Jesús y dispuse de los bienes que un hombre honrado me conservó y yo di órdenes… ¡No! Esto no lo diré.

            Jesús dice:

-                 Simón, los ángeles lo dicen por ti y lo escriben en el Libro Eterno.


Simón mira a Jesús. Los dos cruzan miradas. Una, llena de sorpresa y la otra, de bendición. 

            Judas exclama:

-                 ¡Cómo siempre! ¡Estoy equivocado!

            Zelote le contesta:

-                 No, Judas. Tienes sentido práctico, tú mismo lo dices.

            Juan interviene, dulce y conciliador:

-                 ¡Oh, pero con Jesús!... ¡También Simón Pedro estaba apegado al sentido práctico y ahora es al revés!... También tú Judas, llegarás a ser como él. Hace poco tiempo que estás con el Maestro, nosotros tenemos más y nos hemos mejorado.

            Judas contesta resentido y de mal humor:

-                 Él no me ha querido. De otra manera hubiera sido suyo, desde la Pascua.


Jesús corta la conversación, al dirigirse a Leví:

-                  Ya se ven las casas.

            Leví responde.

-                 Es Hebrón. Es como un jinete entre los dos ríos. Aquel caserón que resalta entre lo verde, un poco más alto que los demás, es la casa de Zacarías. ¿La ves, Maestro?

-                 Apresuremos el paso.

            Caminan presurosos y llegan hasta la casa. Elías exclama.

-                 ¡Oh, está cambiada! ¡Aquí estaba el cancel! Ahora hay un portón de hierro y una barda muy alta que nos impide ver.

            Leví, dice:

-                 Tal vez estará abierto por detrás. ¡Vamos!

            Dan vuelta a un vasto rectángulo, pero la valla está igual por todas partes.

            Juan la observa detenidamente y observa:

-                 Es una valla construida hace poco.

            Un viejo leñador deja de partir un tronco caído y se acerca al grupo, preguntando:

-                 ¿Qué buscáis?

            Elías le contesta:

          -           Queríamos entrar en la casa para orar en el sepulcro de Zacarías.

            El hombre contesta:

-                 Ya no existe el sepulcro. ¿No lo sabías? Desde que Juan, hijo de Zacarías está en prisión; la casa ya no es suya. Y es una desgracia, porque todas las ganancias de sus bienes, las daba a los pobres de Hebrón. Una mañana vino un hombre de la corte de Herodes. Arrojó afuera a Joel el administrador. Puso los sellos; después regresó con trabajadores y empezó a levantar la muralla. Destruyó el sepulcro. En la casa del sacerdote Zacarías; aquel infame ahora tiene a sus amantes. Actualmente hay una actriz de Roma; por eso levantó la muralla. ¡La casa del sacerdote, convertida en un prostíbulo! ¡La casa del milagro y del Precursor! Y… ¡Cuantas dificultades hemos tenido por causa del Bautista! ¡Pero es nuestro Grande! ¡El haber nacido aquí, fue ya un milagro! Isabel, vieja como un cardo seco, fue fértil como un manzano en Adar. Después vino una prima que era una santa, a servirla y a desatar la lengua del sacerdote. Se llamaba María. La recuerdo aun cuando casi no la veía; sino muy raramente. ¿Cómo fue? No lo sé. Lo cierto es que Zacarías, después de nueve meses de silencio; habló, alabando al Señor y diciendo que ya había llegado el Mesías. Mi mujer asegura que oyó cuando Zacarías; al albar al Señor dijo que su hijo iría delante de Él. Ahora yo digo que no es como la gente cree. Juan es el Mesías…

            Jesús pregunta:

-                 ¿Si alguien te dijese ‘Yo soy el Mesías’? ¿Qué dirías tú?

            El leñador responde sin vacilar:

-                 Lo llamaría blasfemo y lo arrojaría a pedradas.

-                 ¿Y si hiciese un milagro para probar que es Él?

-                 Diría que estaba endemoniado. El Mesías llegará cuando Juan se revele en su verdadero ser. El mismo odio de Herodes es la mayor prueba. Él es astuto y sabe que él es el Mesías.

-                 No nació en Belén.

-                 Pero cuando salga se manifestará en Belén. También Belén espera esto. ¡Oh! ¡Atrévete a hablar a los betlemitas de otro Mesías, si es que tienes valor!… y entonces verás…

-                 ¿Tenéis sinagoga?

-                 Sí. Por esta calle, sigue derecho y a unos quinientos codos…

-                 Adiós. Que el Señor te ilumine.

            El viejecillo se va y Elías dice:

-                 Tal vez estará abierto por detrás.

            Dan la vuelta y en el portón hay una joven muy bonita y vestida de una manera muy provocativa y descarada.

Es increíblemente hermosa y  dice:
-                 ¿Señor, quieres entrar en la casa?… ¡Entra!
            Jesús la mira severamente, como un juez; pero no dice nada.
            Judas la trata con desprecio:
-                 ¡Métete desvergonzada! ¡No nos manches con tu vaho, perra hambrienta!
            La mujer se sonroja y baja la cabeza. Apenada, trata de desaparecer, mientras pilluelos y transeúntes se burlan de ella.
            Jesús dice enojado:
-                 ¿Quién es tan puro que pueda decir: ‘Jamás he deseado la manzana que Eva ofreció’ Señálenmelo y Yo lo saludaré como ‘Santo’? ¿Ninguno?... entonces; si no por desprecio; más por debilidad; si os sentís incapaces de acercaros a ella; ¡Retiraos! No obligo a los débiles a una lucha desigual.-se vuelve hacia ella- Mujer, quiero entrar. Esta casa era de un pariente mío, muy querido.
            Ella dice ruborizada:
-                 Entra Señor; si no sientes asco de mí.
-                 Deja la puerta abierta. Que el mundo vea y no murmure.
            Jesús pasa serio. Majestuoso. La mujer se inclina subyugada y no se atreve a moverse. Las palabras punzantes de la gente la hieren en lo más vivo y se va corriendo hasta el fondo del jardín; mientras Jesús llega hasta el pie de la escalinata. Mira detenidamente a su alrededor y luego se dirige a donde está el sepulcro, que ahora ha sido convertido en un lararium. Cuando llega hasta ahí, Jesús dice:
-                 Los huesos de los justos, aunque secos y dispersos; manan bálsamo de purificación y esparcen semillas de Vida Eterna. ¡Paz a los muertos que vivieron en el Bien! ¡Paz a los verdaderos grandes del mundo y del Cielo! ¡Paz!
            Jesús ha dicho estas palabras, como una bendición.
La mujer que ha dado la vuelta, junto a la valla que lo rodea; se acerca a Él. Y le dice:
-                 ¡Señor!
-                 ¡Mujer!
-                 ¿Cuál es tu Nombre, Señor?
-                 Jesús.
-                 Jamás lo había oído. Soy romana, actriz y bailarina. No soy experta en ninguna otra cosa más que en lascivias. ¿Qué significa tu Nombre? El mío es Aglae y quiere decir vicio.
-                 El mío: Salvador.
-                 ¿Cómo salvas?... ¿A quién?
-                 A quien tiene buena voluntad de ser salvado. Yo salvo al enseñar a ser puros. A preferir el Dolor a la honra. A amar el Bien a toda costa.
            Jesús habla sin acritud; pero tampoco se vuelve a mirarla.
            Ella continúa detrás de Él:
-                 Yo estoy perdida.
-                 Yo… Soy el que busco a los perdidos.
-                 Yo estoy muerta.
-                 Yo Soy el que da Vida.
-                 Yo soy porquería y mentira.
-                 Yo Soy Pureza y Verdad.
-                 Bondad también eres. Tú que no me miras; no me tocas y no me pisoteas. Ten piedad de mí.
-                 Ante todo, primero tú ten piedad de ti, de tu alma.
-                 ¿Qué cosa es el alma?
-                 Lo que hace del hombre un dios y no un animal. El vicio, el pecado, la mata. Y cuando está muerta el hombre se convierte en un animal repugnante.
-                 ¿Podré verte otra vez?
-                 Quien me busca, me encuentra.
-                 ¿En dónde estás?
-                 Donde los corazones tienen necesidad de Médico y de medicinas para volverse honestos.
-                 Entonces… No te veré más… yo estoy donde no se quiere médico, ni medicinas, ni honestidad.
-                 Nada te impide que vengas a donde Yo estoy. Por las calles mi Nombre será voceado y llegará hasta a ti. Adiós.
-                 Adiós, Señor. permíteme que te llame ‘Jesús’ ¡Oh! ¡No por familiaridad!... Sino para que penetre un poco de Salvación en mí. Soy Aglae. Acuérdate de mí.
-                 Sí. Adiós.
            La mujer se queda en el fondo del jardín. Jesús, serio; sale. Mira a todos. Ve la perplejidad en los discípulos. La burla, en los hebrositas. Un siervo cierra el portón. Jesús camina hacia la sinagoga. Cuando llama, se asoma un viejo enjuto y le dice:
-                 La sinagoga está prohibida a los que comercian con prostitutas. Este lugar es santo. ¡Lárgate!
            Jesús se queda callado y se regresa por la calle caminando en silencio. Los suyos le siguen. Cuando están fuera de Hebrón, empiezan a hablar.
            Judas exclama:
-                 Pero Tú lo quisiste, Maestro. ¡Una prostituta!
            Jesús le dice:
-                 Judas, en verdad te digo que ella te superará. Y bien; ahora que me lo hechas en cara; ¿Qué me dices de los judíos? En los lugares más santos de Judea, se han burlado de nosotros y nos han arrojado… Pero así es. Vendrá el tiempo en que Samaría y los gentiles adorarán al Dios Verdadero y el Pueblo del Señor estará sucio de sangre y de un crimen… de un Crimen  respecto al cual el de las prostitutas que venden su carne y su alma; será poca cosa. No he podido orar sobre los huesos de mis primos y del justo Samuel. Pero no importa. Descansad, huesos santos. ¡Alegraos!, ¡Oh, espíritus que habitáis en ellos! La primera resurrección está cerca. Después vendrá el día en que seréis mostrados a los ángeles, como los siervos del Señor…


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