CRÓNICA DE LA MAGNA TRAICIÓN

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martes, 27 de diciembre de 2011

LA SUPREMA TENTACION


A través del camino montañoso, Jesús va con sus discípulos, siguiendo el curso del río.

Pese al calor y al cansancio, Juan exclama con su característico buen humor:

-                 ¡Cuánta fruta! ¡Qué hermosos viñedos hay en aquellas colinas! Maestro, ¿Este es el río en cuyas riberas nuestros padres cogieron los racimos milagrosos’

             Jesús contesta:

-           No. Es el otro que está más hacia el sur. Pero toda la región es rica en sabrosas frutas.

          Simón observa:

-                 Ahora ya no es tan fértil aunque siga siendo bella.

            Jesús aclara:

-                 Muchas guerras han devastado la tierra. Aquí se formó Israel… pero para esto debió fecundarse con su sangre y la de los enemigos.

-                 ¿En dónde encontraremos a los pastores?

-                 A cinco kilómetros de Hebrón; en las riberas del río que me preguntaba Juan. 

-                 ¿Entonces es más allá de aquellas colinas?

-                 Sí.

-                 Hace mucho calor, Maestro. Después ¿A dónde iremos?

-                 A un lugar mucho más caliente. Pero os ruego que vengáis. Caminaremos de noche. Las estrellas son tan claras que no hay oscuridad. Os quiero mostrar un lugar…

            Juan pregunta:

-                 ¿Una ciudad?

-                 No. Un lugar que os hará entender al Maestro; mejor tal vez que sus palabras.

            Judas dice:

-                 Perdimos varios días por ese incidente sin importancia. Destruyó todo… Y mi madre que había preparado tantas cosas, ha quedado desilusionada. No sé por qué has querido retirarte hasta la purificación.

-                 Judas, ¿Por qué llamas sin importancia un suceso que fue una gracia para un verdadero fiel? ¿No querrías para ti una muerte semejante? Había esperado toda su vida al Mesías. Cuando era anciano fue por caminos ásperos a adorarlo. Cuando le dijeron: ‘Está en…’ conservó en su corazón por treinta años, las palabras de mi Madre. El amor y la fe lo revistieron con su fuego en la última hora que Dios le reservó. El corazón se le partió de alegría. Se le incendió en el fuego de Dios como un holocausto agradable. ¡Qué mejor suerte que ésta! ¿Aguó la fiesta que habías preparado?... Ve en esto una respuesta de Dios. Que no se mezcle lo que es del hombre con lo que es de Dios. Tu madre, me verá otra vez. todo Keriot puede venir al Mesías; el viejo ya no tenía fuerzas para hacerlo. He sido feliz de haber estrechado con el corazón, al viejo padre que moría y de haber encontrado su espíritu. Y por lo demás… ¿Para qué dar escándalo con mostrar desprecio a la Ley? ¿Cómo puedo decir que sean fieles, si Yo no lo Soy?

            Simón responde:

-                 Creo que este es el error de nuestra decadencia. Los rabíes y los fariseos aplastan al pueblo con sus preceptos y después hacen como el que profanó la casa de Juan, que la convirtió en un burdel.

-                 Es uno de Herodes.

-                 Sí, Judas. Pero las mismas culpas cometen las castas que se llaman a sí mismas ‘santas’ ¿Tú qué opinas Maestro?

-                 Afirmo que con tal de que haya un poco de verdadero fermento y de verdadero incienso en Israel, se hará el pan y se perfumará el altar.

-                 ¿Qué quieres decir?

-                 Quiero decir que si hay alguien que con recto corazón venga a la verdad. La Verdad se esparcirá como fermento en la masa de harina y como incienso en todo Israel.

-                 ¿Qué fue lo que te dijo esa mujer?

            Jesús no responde y se vuelve hacia Juan:

-                 Pesa mucho y te cansas. Dámela.

            El discípulo más joven contesta:

-                 No, Jesús. Estoy acostumbrado a las cargas y luego… me lo aligera al pensar en la alegría que tendrá Isaac.

Al dar vuelta a la colina, a la sombra del bosque se encuentran con las ovejas de Elías, los pastores están bajo la sombra de un árbol, cuidándolas. Ven a Jesús, se levantan de un salto y corren. Cuando están frente a Él, les pregunta:

-                 La paz sea con vosotros. ¿Qué hacíais?

            Isaac contesta:

-                 Estábamos preocupados por Ti. Por el retraso. No sabíamos si ir a tu encuentro u obedecer. Decidimos venir hasta aquí para obedecerte y al mismo tiempo satisfacer a nuestro amor; pues debías de haber llegado aquí desde hace varios días.

-                 Tuvimos que detenernos.

-                 ¿Pasó alguna desgracia?

-                 Ninguna, amigo. Un fiel murió en mi pecho. Sólo fue eso.

            Judas interviene:

-                 ¿Qué querías que sucediese pastor? Cuando las cosas están bien organizadas… claro que es menester saber disponerlas y preparar los corazones para recibirlas. Mi ciudad tributó honores al Mesías. ¿Verdad, Maestro?

            Jesús responde:

-                 Es verdad, Isaac. Al regresar pasamos por la casa de Sara. También la ciudad de Yutta, sin ningún otro preparativo que el de su bondad sencilla y la verdad con la que me predicaste, logró entender la esencia de mi doctrina. Aman con un amor práctico, desinteresado y santo. Isaac, te envían alimentos y vestidos. Todos contribuyeron a aumentar los óbolos de tu casa. Tómalos. No tengo dinero. Pero te traje esto que está purificado con la caridad.

-                 No, Maestro. Déjalo contigo. Yo estoy acostumbrado a no tener nada.

-                 Ahora tienes que ir a lugares a donde te enviaré y lo necesitarás. No es mucho pero sabrás emplearlo. –se dirige al discípulo más joven- Juan, dale aquella alforja. –y agrega mirando a Isaac- es un regalo que está lleno de amor.

            Isaac toma la alforja y va a vestirse detrás de un matorral; pues todavía estaba descalzo y viste su rara toga improvisada con su cobija.

Elías dice:

-                 Maestro, tres días después de que te fuiste, estábamos apacentando los animales en Hebrón. Y la mujer que estaba en la casa de Juan, nos mandó una criada con esta bolsa diciendo que quería hablar con nosotros. La primera vez la devolví y le dije: ‘No tengo nada que escuchar’. Luego la sirvienta regresó y dijo: ‘Ven, en el Nombre de Jesús’. Y fui… esperando que no estuviese su… el hombre que la tiene allí. Quería saber muchas cosas, pero yo hablé con prudencia. Es una prostituta. Tuve miedo de que fuese una trampa contra Ti. Me preguntó quién Eres; donde vives; qué es lo que haces; si eres un grande de Israel. Le dije: ‘Es Jesús de Nazareth. Está por todas partes, porque es un maestro y va enseñando por la Palestina’ también dije que eras un hombre pobre y sencillo. Un obrero a quien ha hecho sabio la Sabiduría… no dije más.

            Jesús contesta:

-                 Hiciste bien.

            Y simultáneamente Judas exclama:

-           ¡Has hecho mal! ¿Por qué no le dijiste que Él es el Mesías? ¡Qué es el Rey del Mundo! ¡Hay que aplastar la soberbia romana bajo el poder de Dios! 

            Elías explica:

-                 No me hubiera entendido. Y luego… todo lo que es de Jesús, es santo. ¿Cómo puedo saber lo que ella piensa? No quise poner en peligro a Jesús, hablando de más. Que el mal le venga de cualquier otro, pero no de mí.

            Judas se vuelve hacia Juan:

-                 Juan, vamos a decirle quién es el Maestro. A explicarle cuál es la Verdad santa.

            Juan objeta:

-                 Yo no. Iré solo que Jesús me lo ordene.

-                 ¿Tienes miedo? ¿Qué puede hacerte? ¿Te causa asco?... El Maestro no le tuvo.

-                 No es miedo ni asco. Tengo compasión de ella. Pero pienso que si Jesús hubiera querido; se hubiera detenido a instruirla. No lo hizo. Entonces no es necesario que lo hagamos nosotros.

            Elías muestra la bolsa diciendo:

-                 Entonces no había señales de conversión. Pero ahora…

            Judas la toma y se sienta sobre la hierba. Extiende su manto y abre la bolsa dejando que caiga sobre él, todo su contenido: un montón de anillos, collares, gargantillas, brazaletes, aretes, pulseras… adornadas con piedras preciosas. Oro brillante que cae sobre el amarillo oro del vestido del apóstol.



Judas, que exclama admirado:

-           Maestro, ¡Son puras joyas! ¿Qué hacemos con ellas?

          Simón aconseja:

-                 Se pueden vender.

            Judas responde sin esconder su asombro:

-                 Sería un desperdicio.

            Elías explica:

-                 Yo también le dije cuando las recibí: ‘Tu dueño te pegará’ y ella me respondió: ‘No son suyas. Son mías. Y puedo hacer con ellas lo que se me antoje. Sé que es oro de pecado… Pero se hará bueno, si se emplea con quien es pobre y santo. Para que se acuerde de mí’… Y se puso a llorar desconsoladamente.

            Judas dice:

-                 Ve, Maestro.

-                 No.

-                 Manda a Simón.

-                 No.

-                 Entonces voy yo.

-                 ¡No!

            Los ‘no’ de Jesús, son cortantes e imperiosos. 

            Elías ve que Jesús está enojado y pregunta preocupado:

-                 Maestro, ¿Hice mal en hablar con ella y en haber tomado el oro? 

            Jesús contesta:

-                 No hiciste mal. Pero no hay nada que hacer. 

            Judas insiste:

-                 Pero tal vez esa mujer quiera redimirse y tenga necesidad de ser instruida.

            Jesús suspira y se arma de paciencia. Dice:

-                 Existen en ella tantas chispas para provocar el incendio en que pueda quemarse su vicio y volver a ser un alma otra vez virgen, por el arrepentimiento. Hace poco os hablé de la levadura que se esparce en la harina y la hace un pan santo. Oíd esta breve parábola: esa mujer es harina. Una harina en quién el Maligno ha mezclado sus polvos de infierno. Mis palabras y Yo, somos la levadura. Pero si hay mucho salvado en la harina; piedras, ceniza, arena; ¿Podrá hacerse el pan aunque la levadura sea buena?... ¡No se puede hacer! Es necesario quitar con paciencia, ese tamo. Las cenizas, las piedritas y la arena. La misericordia pasa y ofrece ese tamiz. El primero. El que se compone de verdades breves; pero fundamentales, como son las necesarias para que entienda que está atrapada en la red de la ignorancia completa, del vicio y del gentilismo. Si el alma lo acepta, empieza la primera purificación.  La segunda viene con el tamiz del alma misma; que compara su ser con el del Ser que se le ha revelado… Y esto le da horror. Y aquí empieza su obra. Por medio de una operación más minuciosa, limpia lo que es harina; pero que aún tiene granitos pesados, para poder obtener un pan óptimo… cuando está lista; vuelve otra vez la Misericordia y se introduce en esa harina preparada. Y también ésta es otra preparación, Judas. Que la fermenta y la hace pan. Pero ésta es una operación larga que necesita de la voluntad del alma.

Esa mujer tiene ya en sí, lo mínimo que era justo darle y que puede servirle para terminar su trabajo. Dejemos que lo haga, si quiere hacerlo. Sin que nada la perturbe. Cualquier cosa turba a un alma que se elabora: la curiosidad; celo imprudente; las intransigencias; así como las piedades excesivas.

-                 ¿Entonces, no vamos?

-                 No, Judas. Y para que ninguno tenga tentación, vámonos. En el bosque aprovecharemos la sombra. Nos detendremos en las márgenes del Valle de Terebinto. Allí nos separaremos. Elías volverá a sus pastizales con Leví. José vendrá conmigo hasta el paso de Jericó. Después nos volveremos a reunir. Tú, Isaac; continúa haciendo lo que hacías en Yutta, partiendo de aquí por Arimatea y Lidia, hasta llegar a Docco. Allí nos encontraremos. Hay que preparar la Judea y tú ya sabes cómo hacerlo.

            Judas pregunta:

-                 ¿Y nosotros?

            Jesús contesta:

-                 ¿Vosotros? Vendréis conmigo para ver mi preparación. También Yo me preparé para la misión.

-                 ¿Fuiste con un rabí?

-                 No.

-                 ¿Con Juan?

-                 De él, sólo recibí el bautismo.

-                 ¿Entonces?...

-                 Belén ha hablado con las piedras y los corazones. También allá donde te llevaré Judas… un corazón, el mío. Y también las piedras, hablarán y te darán la respuesta.

            Elías trae leche y pan y dice:

-          Tratamos de persuadir a los de Hebrón; pero no creen más que en Juan. Para ellos es su ‘santo’ y no quieren a nadie más. 

            Jesús dice:

-           Es un pecado común a muchos. Miran al obrero y no al Dueño que lo envió. ¡No importa! El Verbo sufre, pero no guarda rencor… ¡Vámonos!

Dos días después…

Es un amanecer esplendoroso en un lugar silvestre. Los rayos del sol naciente iluminan las alturas del monte. En el cielo todavía se ven las estrellas. Y el arco de la luna parece una coma de plata en el azul oscuro del cielo. En el aire fresco de la mañana  se abre paso la luz tenue; blanco verdosa, que cada vez ilumina más este monte rocoso y desnudo de vegetación. Hay quebraduras que forman grutas, cuevas y escondrijos. Las escasas plantas son espinosas y tienen muy pocas hojas. Abajo hay un lago de agua estancada, sucia, muerta. A su alrededor no hay vida; ni vegetal, ni animal… No hay nada.

            Cerca de la ribera rocosa del monte; Jesús se detiene. Mira a su alrededor y dice:

-                 Aquí es a donde quería traeros. Aquí es donde el Mesías se preparó para su Misión.

            Judas exclama:

-                 ¡Pero aquí no hay nada!

            Jesús contesta:

-                 Así es como lo has dicho.

-                 ¿Con quién estuviste?

-                 Con mi alma y con el Padre Eterno.

-                 ¡Ah! ¿Estuviste pocas horas?

-                 No, Judas. No pocas horas. Muchos días. Para ser exactos, fueron cuarenta.

-                 ¿Pero quién te atendía? ¿Dónde dormías?

-                 Tenía de criados a los asnos salvajes que por las noches venían a dormir a sus cuevas. En ésta… tenía de criados a las águilas que me decían: ‘Ya es de día’, con su áspero graznido al ir en busca de su presa. Tenía de amigas a las liebrecitas que venían casi a mis pies, a comer la hierba que había. Mi comida y bebida, eran lo que es alimento de las flores silvestres: el rocío de la noche; la luz del sol. No otra cosa.

-                 Pero… ¿Por qué?

-                 Para prepararme bien, como tú dices; para mi Misión. Las cosas bien preparadas tienen buen éxito. Tú lo has dicho. Y lo mío no consistía en lo pequeño e inútil de hacerme brillar en Mí, Siervo del Señor. Sino en hacer comprender a los hombres lo que es el Señor. Y a través de esta comprensión, hacerlo amar en espíritu y en verdad. ¡Desgraciado es el siervo del Señor que piensa en su triunfo y no en el de Dios! ¡Que trata de obtener utilidades! ¡Qué sueñe en subir a un trono hecho con los intereses de Dios; a los que ha envilecido hasta que tocan el suelo! Ese tal, ya no es un siervo. Es un infeliz que se cree príncipe; pero en realidad es un esclavo del Demonio; su rey mentiroso. Aquí en esta cueva, el Mesías; durante cuarenta días; vivió con grandes trabajos y plegarias, para prepararse a su Misión. Judas, ¿A dónde hubieras querido que Él se fuera a preparar?

            Judas se queda perplejo. Desorientado. Finalmente responde:

-                 No sé. Pensaba… con los mejores rabíes. Con los esenios. No sé…

-                 ¿Y podía encontrar un rabí que me dijese algo superior a lo que me decía la Potencia y Sabiduría de Dios? ¿Y podía Yo, Verbo del Padre? ¿Yo que estaba cuando el Padre creó al Hombre y sé de qué espíritu inmortal está animado y de qué fuerza; ir a beber ciencia y adiestramiento de los que niegan la inmortalidad del alma; la resurrección final; la libertad de acción del hombre? ¿Qué achacan al hombre virtudes y vicios; acciones santas y perversas, al destino que llaman fatal e invencible?... ¡Oh, no! Tenéis un destino. El Padre lo desea. Es un destino de amor, de paz, de gloria: la santidad de ser sus hijos.

Sin embargo Dios no hace violencia a vuestra condición de reyes. Vosotros sois reyes. Porque sois libres en vuestro pequeño reino individual. En el ‘yo’. En él podéis hacer lo que os plazca; como queráis. Frente y en los confines de vuestro pequeño reino, tenéis un Rey Amigo y dos potencias enemigas. El Amigo muestra las reglas, para hacer que sean felices los que sean suyos. Las dos potencias son Satanás y la Carne… también ellos tienen sus reglas. El hombre se inclina hacia su seducción… Y os esclavizan hasta destruiros…

Entonces pasa la Misericordia. La única que puede todavía tener piedad de esa miseria repugnante de la que el mundo tiene asco y sobre la que Satanás envía sus flechazos vengativos. Entonces la Misericordia se inclina; la recoge, la cura; le da otra vez salud y vida… Y volvéis a ver las reglas que os había mostrado y que no quisisteis seguir. Ahora lo queréis… y llegáis primero a la paz de la conciencia y después a la paz de Dios. Decidme ahora… ¿Éste destino fue impuesto por Uno sólo a todos? ¿O cada uno; individualmente; lo eligió para sí?

            Simón contesta:

            -           Cada uno lo eligió.

-                 Dices bien, Simón. ¿Podía Yo para formarme, ir con los que niegan la resurrección feliz y el Don de Dios? Aquí vine. He tomado mi alma de Hijo del Hombre y me la he labrado, hasta los últimos retoques. He terminado mi trabajo de treinta años de aniquilamiento y de preparación. Para ir perfecto a mi Ministerio. Os ruego que estéis conmigo algunos días en esta cueva. La permanencia será menos solitaria, porque seremos cuatro amigos que luchan contra la tristeza, el miedo, las tentaciones, las necesidades de la carne. Yo estuve solo. Siempre será menos dura, porque ahora es verano. Y aquí arriba sopla el viento de las alturas, que templa el calor. Llegué aquí a fines de la luna de Tebet. Y el viento que descendía de los hielos era frío. Siempre será menos doloroso, porque es más breve y porque ahora tenemos los alimentos indispensables, que pueden calmar nuestra hambre. Y en las pequeñas botijas de cuero, hice que los pastores os dieran agua suficiente, para estos días de permanencia. Yo… Yo tengo necesidad de arrebatar a Satanás a dos almas. Ninguna otra cosa lo puede hacer, más que la Penitencia. Os pido vuestra ayuda. También vosotros os formaréis. Aprenderéis como se arrancan de Mammón, las presas. No tanto con palabras. Cuanto con el sacrificio. ¡Palabras! El fragor de Satanás impide que se les oiga. Cada alma que es presa del Enemigo, está envuelta en torbellinos de voces infernales. ¿Queréis quedaros conmigo? Si no queréis, podéis iros. Yo me quedo. Nos encontraremos en Tecua, junto al mercado.

            Juan dice:

-                 No, Maestro. Yo no te dejo.



            Al mismo tiempo, Simón exclama:

            -           Tú nos elevas al querernos contigo en esta redención.

            Judas no está muy entusiasmado. Pero hace buena cara al destino y dice:

-                 Me quedo.

            Jesús da instrucciones:

-           Tomad pues las botijas y las alforjas. Metedlas dentro antes de que queme el sol. Partid leña y amontonadla junto a las aberturas. Aún en verano, la noche es fría y no todos los animales son buenos. Prended aquella rama de acacia resinosa, hasta que arda bien. Con el fuego expulsaremos las víboras y los escorpiones. Id…

Cuatro días después…

El firmamento está cuajado de estrellas. Las constelaciones parecen racimos de brillantes topacios trasparentes; de pálidos zafiros; de apagados ópalos. Un hermoso baño de luz. Jesús está sentado hablando a los tres que están sentados a su alrededor, en la boca de la cueva.

-                 Sí. La permanencia se ha acabado. Comprendo que habéis sufrido. La otra vez duró cuarenta días. Y Yo, no tenía alimentos. Fue un poco más difícil que esta vez. ¿No es así? Aún no os he dado los últimos panes, con el último queso, con la última botija de agua; porque los guardé para cuando regresáramos. Yo sé lo que significó el regreso, exhausto como estaba en la soledad del desierto. ¡Es hora de irnos! No olvidéis cómo se preparó el Mesías y cómo deben prepararse los apóstoles. Cómo enseño Yo para que se preparen.

          Se ponen en camino y bajan sin hablar uno detrás del otro, por una vereda muy inclinada. Cuando llegan a lo plano, no es fácil caminar ni siquiera aquí, entre las piedras sueltas y los espinos. Caminan por horas. La llanura es cada vez más estéril y triste. En algunas grietas pequeñas del terreno, brillan luces fosforescentes, como si fueran brillantes sucios. Juan se inclina a mirarlas…

          Jesús explica:

-                 Es la sal del subsuelo con que está saturado. Sale con las lluvias de la primavera y luego se seca. Por eso la vida no existe aquí. El Mar Oriental por venas profundas, esparce su muerte a muchos kilómetros a la redonda. Tan solo donde hay fuentecillas de agua dulce que le combaten, es posible encontrar algún refrigerio.

            Siguen caminando y se detienen junto a un peñasco cóncavo que da un poco de refugio.

Jesús abre su alforja y dice:

-           Detengámonos aquí. Siéntense. Pronto el gallo cantará. Hace horas que caminamos y estáis cansados. Tenéis hambre.-saca pan, queso y la botija con agua y las distribuye.- Tomad. Comed y bebed mientras os cuento algo que diréis a vuestros amigos y al mundo.

          Judas pregunta:

-                 ¿Y Tú no comes, Maestro?

-                 No. Yo os hablo. Escuchad. Hubo una vez un hombre que me preguntó si alguna vez había sido Yo tentado. Si había Yo pecado. Si jamás había Yo caído en tentación. Y se admiró de que Yo el Mesías, hubiese pedido para resistir y para vencer, la ayuda del Padre, diciendo: ‘Padre no me lleves a la Tentación’…

            Jesús continúa relatando su primer encuentro con Satanás y lo hace en voz baja, despacio, como si contase un hecho totalmente ignorado. Judas baja la cabeza como si estuviera molesto. Pero los otros tienen los ojos clavados en Jesús y no lo ven…

 Jesús prosigue:

-                 Ahora amigos míos, podéis saber lo que tan solo superficialmente supo aquel hombre. Después del Bautismo quise prepararme y vine aquí. Sí, Judas; mírame. Que te digan mis ojos lo que la boca no dice. Mírame, Judas. Mira a tu Maestro que no pensó en ser superior al hombre, por ser el Mesías. Y que por el contrario, sabiendo que es Hombre; quiso serlo en todo, a excepción de condescender con el Mal.

Judas levanta su rostro y mira a Jesús. Por su mirada pasa una sombra fugaz, antes de posar sus ojos atentos en su Maestro. Jesús continúa:

-                 Aquí donde estáis; Yo fui tentado directamente por Satanás. hacía cuarenta días que no probaba alimento; pero mientras estuve sumergido en la Oración, todo desaparecía con el gozo de hablar con Dios. Más bien que desaparecer, el dolor se me hacía soportable. Lo sentía como una molestia de la materia. Y he sentido todas las necesidades del que está en el mundo. He tenido hambre, he sentido sed. He sentido el frío hiriente de la noche del desierto. He sentido el cuerpo quebrantado por la falta de descanso en el lecho y por las largas caminatas en condiciones tales de debilidad, hasta el punto de no poder dar un paso más.

Porque Yo también tengo un cuerpo verdadero y está sujeto a todas las debilidades, igual que todos los cuerpos humanos. Y con el cuerpo, tengo un corazón. He tomado la materia con sus pasiones. Y si por mi voluntad he doblegado en su nacimiento todas las pasiones no buenas y he dejado crecer las santas pasiones del amor filial, del amor patrio, de las amistades, del trabajo; de todo cuanto es óptimo y santo. Aquí experimenté la nostalgia de la Madre que está lejos. Aquí sentí la necesidad de sus cuidados en mi fragilidad humana. He llorado la tristeza, llamada Magia de Satanás. No es pecado estar triste si los momentos son dolorosos. Es pecado ceder más allá de la tristeza y caer en la inercia o la desesperación. Y Satanás viene al punto, cuando ve a alguien caer en la debilidad del espíritu.

Vino. Vestido de viajero, bondadoso. Siempre toma el aspecto bondadoso. Yo tenía hambre. Y tenía treinta años en la sangre. Me ofreció su ayuda. Me habló de la mujer. ¡Oh! ¡Él sabe hablar de ella! La conoce a fondo. Fue a la primera que corrompió; para hacerla su aliada en la primera corrupción. No sólo soy el Hijo de Dios. Soy Jesús, el Obrero de Nazareth. Dije a aquel hombre que me preguntaba en aquella ocasión, que si conocía las tentaciones y como que me acusaba de ser injustamente feliz por no haber pecado: el hecho se calma con la satisfacción. La tentación que se rechaza no cede jamás; sino que se hace más fuerte, porque Satanás la atiza. Rechacé la tentación tanto del hambre de mujer, como del hambre de pan. Y tened en cuenta que Satanás me la presentaba como la primera. No se equivocaba. Hablando humanamente; como la mejor aliada para abrirse campo en el mundo.

La Tentación que no se dejó vencer por Mí: no sólo de los sentidos vive el hombre. Me habló entonces de mi Misión. Quería seducir al Mesías; después de haber tentado al joven. Me incitó a destruir a los ministros indignos del Templo, con un  milagro. Al Milagro, llama del Cielo; no se le rebaja para convertirlo en un montón de lazos para coronarse con ellos. Y a Dios no se le tienta pidiéndole milagros para fines humanos. Esto era lo que quería Satanás. El motivo que presentó era el pretexto. La verdad era: ‘Gloríate de ser el Mesías’. Para llevarme a la concupiscencia del orgullo. Pero no se dejó vencer por mi respuesta: ‘No tentarás al Señor Dios tuyo’

Me circundó con la tercera fuerza de su naturaleza: el oro. ¡Oh! ¡El oro! El pan es gran cosa y todavía mayor la mujer, para quién tiene ansias de alimento o de placer. Pero incomparablemente mayor es cuando las multitudes lo aclaman a uno. ¡Por estas tres causas, cuantos crímenes se cometen!

 

Pero el oro es la llave que abre. El círculo que estrecha. Es el alfa y el omega del noventa y nueve por ciento de las acciones humanas. Por el pan y la mujer, el hombre se hace ladrón. Por el poder, se vuelve hasta homicida. Más por el oro, se hace idólatra. El rey del oro es Satanás. Él me ofreció su oro, con tal de que lo adorase. Lo derroté con las palabras eternas: ‘Adorarás al Señor Dios tuyo’…

Aquí fue donde sucedió todo esto.

Jesús se levanta. Parece mucho más hermoso que de costumbre. También los discípulos se levantan.

Jesús mira fijamente a Judas y continúa hablando:

-                 Entonces vinieron los ángeles del Señor. El Hombre había vencido la triple batalla. Sabía el Hombre lo que significa ser hombre y había vencido. Estaba exhausto. La lucha había sido más trituradora que el largo ayuno. Pero el espíritu se agigantaba. Yo creo que los Cielos se regocijaron, cuando una criatura dotada de inteligencia realizó tal cosa. Creo que desde ese momento, me vino el poder de hacer milagros. Había sido Dios. Me había convertido en Hombre. Ahora, al vencer lo animal que estaba unido a la naturaleza del hombre; ved que Yo Soy el hombre-Dios. Y lo Soy. Y como Dios, todo lo puedo. Y como Hombre, todo lo conozco. Haced también como Yo, si queréis hacer lo que hago. Y hacedlo en recuerdo mío.

Aquel hombre se admiraba de que hubiera Yo pedido la ayuda del Padre y de que le hubiese pedido que no me llevase a la Tentación, esto es: de que no me dejase a merced de la tentación superior a mis fuerzas. Pienso que tal hombre, al saber esto, no se admirará más. Imitadme en recuerdo mío; para vencer como he vencido y no dudéis jamás de verme fuerte en todas las tentaciones de la vida; victorioso en las batallas de los cinco sentidos. En las del sentido y en las del sentimiento. En mi naturaleza de hombre verdadero como en la de Dios. Acordaos de todo esto.

Os prometí llevaros a donde conoceríais al Maestro. A partir del momento en que se abrió mi amanecer y salí al encuentro de mi atardecer humano. Os agradezco el haberme acompañado al lugar donde nací y haber venido a este lugar de penitencia. Ahora mi corazón se ha alimentado con las fuerzas del león, al unirme completamente con el padre, en la oración y la soledad. Puedo regresar al mundo y tomar de nuevo la cruz. La primera cruz del Redentor: la del contacto con el mundo.

Escuchad ahora. Regresamos a donde está mi Madre y a donde están nuestros amigos. Os ruego que no digáis a mi Madre la dureza que encontró el amor de su Hijo. Sufrirá mucho, mucho, mucho; por esa crueldad humana. Pero no le mostremos desde ahora el cáliz. ¡Será muy amargo cuando se lo dé! Tan amargo como un veneno que descenderá serpenteando en sus santas entrañas y en sus venas. Y le helará el corazón.

¡Oh! ¡No digáis a mi Madre que de Belén y de Hebrón me arrojaron como a un perro! ¡Piedad para ella! Tú Simón, eres maduro y bueno. Eres un corazón que reflexiona y no hablará. ¡Lo sé! Tú, Judas. Eres judío y no hablarás por orgullo regional. Pero tú Juan, galileo joven,; no caigas en el pecado de orgullo, de crítica y de crueldad. Callarás. Más tarde dirás a los demás, lo que ahora te ruego que no digas. También a los otros. Hay muchas cosas que hablar sobre el Mesías. ¿Por qué tenéis que agregar lo que es de Satanás, contra el Mesías? Amigos, ¿Me lo prometéis?

 Los tres prometen al mismo tiempo:

-                 ¡Oh, Maestro! ¡Claro que lo prometemos! ¡No desconfíes!

-                 Gracias. Vamos a aquel pequeño oasis. Allí hay un manantial. Un pequeño pozo de agua fresca, sombra y verdor. Está muy cerca de él, el camino que lleva al río; ahí podemos encontrar alimento y descanso hasta el atardecer. ¡Vámonos!

        Y se ponen en camino. Mientras allá en los confines del oriente, un nuevo día se levanta bañando de rosado el color del cielo.

domingo, 25 de diciembre de 2011

UN SUEÑO EQUIVOCADO


En un valle entre las montañas de Judea. Por los campos bien labrados se ve la cebada, el centeno y los viñedos. También en las partes más altas, hay bosques de pinos, de abetos y otros árboles de maderas preciosas. Por un camino ondulante llegan a un pequeño poblado, Jesús y tres de sus apóstoles.

Judas dice muy agitado:

-                 Este es el suburbio de Keriot. Te ruego que vengas a mi casa de campo. Mi madre te espera allí. Después vamos a Keriot. ¿Me permites que vaya adelante, Maestro?

            Jesús le contesta:

-                 Ve, si quieres.

            Judas se va y Simón dice:

-                 Maestro, Judas ha preparado algo grande. Antes lo sospechaba, pero ahora estoy seguro. Tú dices: ‘Espíritu, espíritu, espíritu…’ Pero él no lo entiende así. Jamás te entenderá, pues solo piensa en lo material. O lo hará muy tarde… -corrige finalmente para no disgustar a Jesús.

            Jesús da un suspiro y calla.

Llegan a una bella casa que está en medio de un jardín frondoso y muy bien cultivado. Judas sale con una mujer que tiene alrededor de unos cuarenta años. Es muy alta y muy hermosa. Inmediatamente se nota que es de ella, de quién Judas ha heredado su belleza y su cabello castaño oscuro, abundante y ondulado. Sus ojos son iguales y diferentes. Tienen el mismo color gris oscuro; pero los de ella, tienen una mirada suave y más bien triste; mientras que los de Judas, son imperiosos y astutos. Cuando llegan ante Jesús, ella se postra como una verdadera súbdita y dice:

-                 Te saludo, Rey de Israel. Haz el favor de que tu sierva te dé hospitalidad.

          Jesús la mira con amor y dice:

-                 La paz sea contigo, mujer. Y Dios sea contigo y con tu hijo.

            Ella contesta con una voz que es más bien un suspiro, que una respuesta: 

-                 ¡Oh sí, con mi hijo!

-                 Levántate madre. También yo tengo una madre y no puedo permitir que me bese loas pies. En nombre de mi madre te beso, mujer. Es tu hermana en el amor… -añade enigmáticamente- … y en el destino doloroso de madre de los señalados.

            Judas pregunta un poco inquieto:

-                 ¿Qué es lo que quieres decir, Mesías?

Pero Jesús no le responde. Está abrazando cariñosamente a la mujer, a la que ha levantado del suelo y a quién besa en las mejillas. Y luego, de la mano con ella, camina hacia la casa. Entran en una habitación fresca y adornada con festones. Sobre las mesas hay bebidas y frutas frescas. Ella hace una señal a la sierva y ésta trae agua y toallas. La madre de Judas trata de quitar las sandalias a Jesús, para lavarle los pies llenos de polvo; pero Jesús se opone diciendo:

-                 No, madre. La madre es una criatura muy santa; sobre todo cuando es honrada y buena como tú lo eres; para permitir que lo haga, como si fueras una esclava.

            Ella voltea y mira fijamente a Judas, con una mirada extraña. Y luego se va.

Mientras tanto Jesús se ha refrescado y cuando está a punto de ponerse las sandalias, la mujer regresa con un par nuevo y dice:

-                 Aquí están éstas, Mesías nuestro. Creo que las hice bien… tal y como las quería Judas. Él me dijo: ‘Un poco más grandes que las mías, pero igual de anchas’

            Jesús mira a Judas con un mudo reproche y pregunta:

-                 ¿Por qué, Judas?

-         ¿No quieres permitirme que te haga un regalo? ¿Acaso no eres mi Rey y mi Dios?

-                 Sí, Judas. Pero no debías haber molestado tanto a tu madre. Tú sabes como  Soy Yo…

-                 Lo sé. Eres Santo. Pero también debes aparecer como un Rey Santo. Así es como debe ser. El mundo en el que nos movemos está compuesto de tontos. A nueve de cada diez, les importan mucho las apariencias y es necesario imponerse con la presencia. Esto es muy importante… Yo lo sé.

            Jesús calla y se amarra las sandalias de fina piel roja, que van desde el empeine hasta las pantorrillas. Son mucho más hermosas, exquisitas y elegantes; que las sencillas sandalias de obrero que usa Jesús. Son semejantes a las de Judas, que parecen unos zapatos a los que apenas si se les ve algo del pie.

            Entonces la madre de Judas, le entrega una túnica nueva y dice:

-                 También el vestido Rey mío. Lo tenía preparado para mi Judas. Pero él te lo regala. Es de lino; fresco y nuevo. Por favor, permite que una madre te vista, como si fueses su hijo.

            Jesús vuelve a mirar a Judas, pero no contradice. Se suelta en el cuello la cinta… y cae la amplia túnica. Se queda solamente con la túnica corta. La mujer le pone el vestido nuevo y le ofrece un cinturón que es una faja muy rica; de la que sale un cordón, que termina con muchos hilos. Es indudable que son muy confortables los vestidos frescos y limpios de polvo… Pero Jesús no parece muy contento…

Los demás también se han aseado. Y Judas; como el anfitrión perfecto, invita:

-                 Ven Maestro. Son de mi pobre huerto. Éste es el jugo de manzanas que mi madre prepara. –le alarga un vaso de cristal labrado exquisitamente. Y agrega- Tú Simón, tal vez te guste más, este vino blanco. Toma. Lo elaboramos en mi viñedo. Y tú Juan, ¿Igual que el maestro?

            Juan asiente con la cabeza.

Judas está feliz, mostrando sus hermosos vasos y en lo más profundo de su corazón, se regodea con la oportunidad de presumir que lo que posee, no sólo es lo mejor de lo mejor; sino que sólo un sacerdote, descendiente de la clase sacerdotal; es decir la élite del Pueblo de Israel; tiene la riqueza y la clase para honrar a Dios.

La madre habla poco. Mira una y otra vez a su Judas. Pero mira mucho más a Jesús. Y cuando Él, antes de comer; le ofrece la fruta más hermosa y jugosa: un durazno muy grande y de un color que manifiesta su punto óptimo, para ser ingerido; mientras le dice:

-                 Primero es la madre.

            Una lágrima como una perla, asoma a sus ojos.

            Judas pregunta:

-                 ¿Mamá; todo lo demás está listo? 

            Ella contesta titubeante:

-                 Sí, hijo mío. Creo que todo lo he hecho bien. Yo he vivido siempre aquí… Y no sé; no conozco las costumbres de los reyes.

            Jesús interviene interrogante:

-                 ¿A qué costumbres te refieres, mujer? ¿A qué reyes?  Pero… ¿Qué has hecho, Judas?

            Judas contesta a la defensiva:

-                 Pero… ¿Acaso no eres Tú, el Rey Prometido a Israel? Es hora de que el mundo te salude como a tal. Lo que debe suceder por vez primera aquí en mi ciudad y en mi casa. Yo te venero como a tal. Por el amor que me tienes, respeto tu Nombre de Mesías, de Rey. El Nombre que los profetas te dieron por orden Yeove. Y por favor no me desmientas.

            Jesús se dirige a todos:

-                 Mujer. Amigos, permítanme un momento. Debo hablar con Judas. Debo darle órdenes precisas. –su Voz es una orden perentoria.

            La madre y los discípulos se retiran.  Y Luego; volviéndose hacia el discípulo que conoce perfectamente su identidad:

-                 Judas, ¿Qué has hecho? ¿Hasta ahora me has entendido tan poco? ¿Por qué me has rebajado hasta el punto de hacerme tan solo un poderoso de la tierra? ¿Aún mucho más: a uno que se esfuerza en ser poderoso? ¿No entiendes que es una ofensa a mi misión y hasta un obstáculo? Israel está sujeto a Roma. Tú sabes lo que ha sucedido cuando alguien con apariencia de cabecilla, ha querido levantarse contra Roma y crea sospechas de fomentar una guerra de liberación. Has oído justamente en estos días, como se encrudecieron contra un Niño, tan solo porque se pensó que fuese un futuro Rey, según el mundo. ¡Y tú!...  ¡Tú! ¡Oh, Judas!...  ¡Pero qué es lo que esperas de un poder mío, humano!  ¿Qué esperas?...  ¡Te he dado tiempo para que pensaras! Y decidieras. Te hablé muy francamente desde la primera vez. Te he rechazado, porque sabía…  Porque sé. Sí. Porque sé…  Porque lo leo y veo, lo que hay en ti. ¿Por qué quieres seguirme, si no quieres ser como Yo quiero? Vete, Judas. No te hagas daño y no me lo hagas… ¡Vete!...  Es lo mejor para ti. No eres un obrero apto para esta obra… Es muy superior a ti. En ti hay mucha soberbia. Concupiscencia con sus tres ramas. Autosuficiencia. Tú misma madre debe tener miedo de ti. Tienes inclinación hacia la mentira. ¡No! Así no debe ser el que me siga…

Judas, Yo no te odio. No te maldigo y tan solo te digo con el dolor del que ve que no se puede cambiar al que ama… Tan solo te digo: ‘Vete por tu camino. Ábrete camino en el mundo, que es el lugar que quieres: pero No te quedes conmigo’ 

¡Mi camino! ¡Mi Palacio! ¡Oh, cuánta aflicción hay en ellos! ¿Sabes en donde seré Rey? ¿Sabes cuándo seré proclamado Rey?... ¡Cuando sea levantado en un madero infame y tendré mi Sangre por púrpura! ¡Por corona un tejido de espinas; por bandera un cartelón de burla! Por trompetas, tambores, organillos y cítaras, que saluden al proclamado Rey: ¡Blasfemias de todo un pueblo! De mi Pueblo, que no habrá entendido nada. Corazón de bronce en quién la soberbia; el sentido y la avaricia, habrán destilado sus humores. Y éstos habrán producido como flor: un montón de serpientes que se unirán como una cadena contra Mí y como maldición en contra de él.

Los demás no conocen así; tan claramente, mi suerte… y te ruego que no lo digas. Que esto quede entre tú y yo. Por otra parte es un regaño…  Y tú callarás por no decir: ‘Me regañaron’ ¿Has entendido, Judas?

            Judas está muy colorado. De pié, ante Jesús, está avergonzado, con la cabeza baja. Se deja caer y llora con la cabeza pegada a las rodillas de Jesús. Suplica:

-                 Maestro, te amo. No me rechaces. Soy un necio. Sí, soy soberbio… pero no me apartes de Ti. No, Maestro. Será la última vez que falto. Tienes razón. No he reflexionado. Pero también en este error, hay amor. Quise proporcionarte mucho honor. Y que los demás te lo diesen porque te amo. ¡Ea, pues; Maestro! Yo estoy a tus rodillas. Me has dicho que serás para mí un padre y te pido perdón. Te pido que me hagas un adulto santo. No me despidas, Jesús. Jesús, Jesús, Jesús… No todo es maldad en mí. ¿Lo ves?... Por Ti he dejado todo y he venido. Tú vales más que los honores y victorias que obtenía yo, cuando servía a otros. Tú en realidad Eres el amor del pobre e infeliz Judas; que querría darte tan solo alegrías y que en cambio te da dolores…

            Jesús lo interrumpe:

-                 ¡Basta, Judas! Una vez más, te perdono. -Jesús parece muy cansado- te perdono esperando… Esperando que en lo porvenir comprendas…

-                 Sí, Maestro, sí. Ahora ya no quieras en modo alguno, desmentirme. Pues esto haría de mí, una burla. Todo Keriot sabe que he venido con el descendiente de David; el Rey de Israel… Y esta ciudad mía se ha preparado para recibirte. Pensé que hacía bien. Quise presentarte de tal forma, que todos te temieran y te obedecieran. También Simón y Juan… y a través  de ellos trasmitir a los demás; pero que se equivocan al tratarte como un igual. Ahora; también mi madre será objeto de burla; por ser la madre de un hijo mentiroso y loco. Por ella, Señor mío, te suplico… y te juro que yo… 

-                 No jures por Mí. Jura por ti mismo, si puedes; para no pecar más en este sentido. Por tu madre y por los ciudadanos, no me marcharé. Levántate…

-                 ¿Qué dirás a los demás? 

-                 La verdad.

-                 ¡Nooooo!

-                 La Verdad. Ya te he dado órdenes para hoy. Siempre existe la manera de decir la Verdad con caridad... Llama a tu madre y a los demás.

            Jesús está severo y no sonríe. Judas va por su madre y los demás discípulos. La mujer escudriña a Jesús… Pero al verlo complaciente; toma confianza. Aun así se nota que es un alma que está muy afligida.

            Jesús dice:

-                 ¿Vamos a Keriot? He descansado y te agradezco, madre; tu gentileza. El Cielo te recompense y te conceda; por la caridad que usas conmigo; reposo y alegría a tu esposo, por quién lloras.

            Ella trata de besarle mano. Pero Jesús se la pone sobre la cabeza, acariciándola y no permite que se la bese.

            Judas, dice:

-                 La carreta está lista, Maestro. Ven.

            En esos momentos llega una carreta tirada por bueyes. Sobre la que hay unos almohadones que sirven de asientos y un pabellón de tela roja.

            Judas dice:

-                 Sube, Maestro.

            Jesús contesta:

-                 La madre, primero.

            Sube la mujer; después Jesús y al último los demás.

-                 Aquí, Maestro. –Judas ya no lo llama Rey.

            Jesús se sienta adelante. A su lado; Judas. Detrás la mujer y los discípulos. El conductor que va de pie; con la garrocha, pincha a los bueyes para que caminen. Aparecen pronto las primeras casa de Keriot. Un niño que está en el camino, las mira y parte como un rayo. Los pobladores salen a recibirlo con banderas y ramas; gritando de júbilo y haciendo reverencias. Jesús no puede despreciar estos homenajes y desde lo alto de su bamboleante trono; saluda y bendice. La carreta llega hasta la plaza; da vuelta por una calle y entra hasta una casa que tiene el portón abierto. Se detienen y bajan. Judas dice solemne:

-                 Mi casa es tu casa, Maestro.

-                 Paz sea en ella, Judas. Paz y santidad.

             

            Entran. Atraviesan el vestíbulo y llegan a una sala amplia, con muebles incrustados de color café. Los principales del lugar, entran con Jesús y los demás. Todo es inclinaciones, curiosidad y gran pompa.

Un viejo imponente y elegante; pronuncia un pomposo discurso de bienvenida al ‘Señor y Rey’

            Jesús lo agradece con sencillez y termina diciendo:

-                 … sino a Dios Altísimo van dirigidas las gracias, honor y gloria y alabanza. No a Jesús, siervo de la voluntad eterna; sino a esta Voluntad amorosa.

            El hombre dice:

-                 Hablas como santo… Soy el sinagogo. Hoy no es Sábado, pero ven a mi casa a explicar la Ley., sobre quién más que el aceite real, está la unción de la Sabiduría.

-                 Iré.

            Judas objeta:

-                 Acabamos de llegar de un viaje. Mi Señor tal vez estará cansado.

-                 No, Judas. Jamás me canso de hablar de Dios. Y nunca tengo deseos de quitar las esperanzas de los corazones.

            El sinagogo insiste:

-                 Entonces, ven. Todo Keriot está afuera, esperándote.

-                 Vamos.

            Jesús  sale, entre Judas y el arquisinagogo. Pasa bendiciendo. Atraviesa la plaza y entra a la sinagoga. Jesús se dirige hacia el lugar donde se enseña.

Empieza a hablar. Jesús habla de las profecías y de cómo se deben  preparar los corazones, para ser mansiones purificadas y poder ser templos vivos que reciban al Espíritu de Dios. Su vestidura es muy blanca. Su rostro inspirado. Los brazos extendidos según la costumbre. Finaliza diciendo:

-                      … y Príncipe de Paz soy Yo. Os he traído la Ley, no otra cosa. La paz sea con vosotros.

            La gente que ha escuchado atenta, un poco inquieta murmura entre sí. Jesús habla con el sinagogo. Se les unen otras personas de los principales del pueblo. Y le preguntan:

-                 Maestro… ¿Pero no eres el Rey de Israel? Nos habían dicho…

-                 Lo Soy.

-                 Pero Tú has dicho…

-                 Que no poseo y que no prometo riquezas del mundo. No puedo decir más que la Verdad. Y así es. Conozco vuestro pensamiento. Pero el error proviene de una mala interpretación y de un sumo respeto hacia el Altísimo. Se os dijo: ‘Viene el Mesías’ y pensasteis como muchos en Israel, que Mesías y rey fuesen una misma cosa. Levantad más hacia lo alto el espíritu. Hasta el inimaginable Paraíso, a donde el Mesías conducirá a los justos muertos en el Señor. hay una infinita diferencia entre la realeza mesiánica que el hombre imagina y la verdadera; que es todo divina.

-                 Pero, podremos nosotros pobres hombres ¿Levantar el espíritu hasta donde Tú dices?

-                 Tan solo con que lo queráis. Y si lo quisierais, al punto os ayudaré.

-                 Entonces ¿Cómo te debemos llamar si no eres Rey?

-                 Maestro. Jesús. Como queráis. Maestro soy y Soy Jesús el Salvador. Dejemos a los Césares y a los tetrarcas con sus botines. Yo tendré el mío. Pero no será un botín que merezca el castigo de fuego. Antes bien; arrancaré del Fuego de Satanás; presas y botines, para llevarlas al Reino de la Paz.

            Todos se quedan meditando en las palabras de Jesús. Al fin, un viejo dice:

-                 Señor. Hubo una ocasión hace mucho tiempo; cuando fue el edicto de Augusto; que llegó la noticia que había nacido en Belén el Salvador. Yo fui con otros… Vd. a un pequeñín, igual que los demás. Pero lo adoré con fe. Después supe que había un hombre santo que se llamaba Juan. ¿Cuál es el Mesías verdadero?

-                 Juan es el Precursor del que tú adoraste. Un gran santo a los ojos del Altísimo; pero NO el Mesías.

-                 ¿Eras Tú?

-                 Yo era. Y… ¿Qué viste alrededor de Mí, cuando apenas había nacido?

-                 Pobreza y limpieza. Honradez y pureza… Un carpintero gentil y serio que se llamaba José, pero de la estirpe de David. una joven mujer rubia y gentil de nombre María; ante cuya belleza las rosas más hermosas de Engadí palidecen y los lirios de los palacios reales, son feos. Y un niño, con los ojos grandes color de cielo y cabellos oro pálido. No vi otra cosa. Y todavía me parece oír la voz de su Madre que me dijo: ‘Por mi Hijo yo te digo, sea el Señor contigo hasta el encuentro final. Y su gracia venga a tu encuentro en tu camino.’ Tengo ochenta y cuatro años. El camino se está acabando. No esperaba más que encontrar la Gracia de Dios. Pero te he encontrado. Y ahora no deseo ver otra Luz que no sea la tuya… ¡Oh! ¡Sí! ¡Te veo cual eres bajo esos vestidos de piedad que son la carne y que has tomado¡ ¡Oh! ¡Te veo! Escuchad la voz del que al morir ve la Luz de Dios.

            La gente se agolpa alrededor del viejito inspirado que está en el grupo de Jesús y que arrojando el bastón, levanta los brazos trémulos. Tiene la cabeza toda blanca. La barba larga y partida en dos. Parece un verdadero patriarca y profeta. Y dice señalando a Jesús:

-                 Veo a Éste: al Elegido; al Supremo; al Perfecto; que habiendo bajado por amor, vuelve a subir hasta la Diestra del Padre. A volver a ser Uno con Él. Pero no veos su Voz y Esencia incorpórea, como Moisés vio al Altísimo. Y como refiere el Génesis que lo conocieron los Primeros Padres y hablaron con Él, al aura del atardecer. Lo veo subir como un verdadero hombre hacia el Eterno. Cuerpo que brilla. Cuerpo Glorioso. ¡Oh, Pompa del Cuerpo Divino! ¡Oh, Belleza del Hombre Dios! Es el rey. ¡Sí, es el Rey! No de Israel, sino del Mundo. Ante Él se inclinan todas las realezas de la Tierra. Y todos los cetros y coronas palidecen, ante el fulgor de su cetro y de sus joyas. ¡Una corona! Una corona tiene en su frente. Un cetro tiene en su mano. Sobre su pecho tiene un escudo. Hay en él perlas y rubíes de un esplendor jamás visto. Salen llamas como de un altísimo horno. En sus muñecas hay dos rubíes y un lazo de rubíes sobre sus santos pies. ¡Luz! ¡Luz de rubíes! ¡Mirad, ¡Oh pueblos! al rey Eterno! ¡Te veo! ¡Te veo! ¡Subo contigo!… ¡Ah, Señor! ¡Redentor nuestro!... ¡Oh! ¡La Luz aumenta en los ojos del alma! ¡El Rey está adornado con su Sangre!... la corona… ¡Es una corona de espinas que sangran! El cetro… el trono… ¡Una Cruz!... ¡He ahí al Hombre! ¡Helo!... ¡Eres Tú!...  ¡Señor, por tu Inmolación ten piedad de tu siervo! ¡Jesús, a tu piedad confío mi espíritu!...

El anciano, que había estado erguido y que se había rejuvenecido con el fuego del profeta, se dobla de improviso. Y caería al suelo, si Jesús rápido, no lo levantase contra su pecho. La gente grita:

-                 ¡Saúl!

-                 ¡Se está muriendo Saúl!

-                 ¡Auxilio!

-                 ¡Corred!

            Jesús dice:

-                 Paz en torno al justo que muere.

            Mientras habla, poco a poco se ha arrodillado, para sostener mejor al viejo que cada vez se está haciendo más pesado. Hay un silencio total. Jesús lo coloca en el suelo, se yergue y dice:

-                 Paz a su espíritu. Ha muerto viendo la Luz y en la espera que será breve; verá el Rostro de Dios y será feliz. No existe la muerte para aquellos que mueren en el Señor.

            Pasados algunos minutos la gente se aleja comentando lo sucedido. Quedan los ancianos; Jesús, los suyos y el sinagogo. Éste dice:

-                 ¿Ha profetizado, Señor?

-                 Sus ojos han visto la verdad. –volviéndose a los suyos- Vámonos.

            Y salen.

            Simón pregunta:

-                 Saúl ha muerto revestido con el Espíritu de Dios. Quienes le hemos tocado ¿Estamos limpios o inmundos?

-                 Inmundos.

-                     Yo como los otros. No cambio la Ley. La Ley es ley y el Israelita la observa. Estamos inmundos. Dentro del tercero y último día, nos purificaremos. Hasta entonces estamos inmundos. –se vuelve hacia el apóstol- Judas, no regreso a la casa de tu madre. No llevaré inmundicia a su casa. Comunícaselo por medio de alguien que pueda hacerlo. Paz a esta ciudad. ¡Vámonos! 

Y se van a través del huerto...